En las más decisivas batallas de la humanidad, aquellas que marcarán para siempre la evolución misma de nuestra especie, la más profunda clave es la de la dignidad. Y ahora estamos librando una de ellas. Ni el “realismo”, ni la “prudencia”, ni el “pragmatismo” serán efectivos en esta hora crítica. Solo la dignidad nos permitirá liberarnos de la “tutela” de los grandes financieros y de las reglas de sus “mercados”. Es una dignidad semejante a la del líder escocés William Wallace gritando con todas sus fuerzas, hasta con su último aliento, “¡¡¡Libertad!!!”, la que decidirá también ahora la victoria. O la de Ernesto Che Guevara mirando directamente a los ojos de su asesino en su últimos instantes, por citar a algunos seres humanos que optaron por la lucha armada, saliendo así del ámbito de la no violencia a fin de entrar en otro más amplio, el de la dignidad.

En estos días en los que los “realistas” de siempre se sonríen con un disimulado desprecio ante quienes proponen nuevas alternativas y en los que los colaboracionistas de nuevo cuño (aunque casi en nada se diferencian de los colaboracionistas de siempre, como los de Vichy, por ejemplo, durante la ocupación nazi) pretenden asustarnos con la más que probable fuga de capitales y el abandono e incluso el acoso que sufriremos por parte de “los mercados” (los mismos “mercados” que nos han llevado a la ruina), no debemos olvidar que esto es realmente una guerra y que las guerras exigen sacrificios. Es una guerra de clases bien real, a la que se refirió el multimillonario Warren Buffett, añadiendo además que “la estamos ganando nosotros, los ricos”. Y, como frente a todas las guerras, solo existen dos alternativas: sacrificios o sumisión.

Pero es una guerra que solo podremos librarla con las “armas” de la no violencia. Los pueblos agredidos militarmente por el Imperio occidental tienen el derecho, y seguramente la necesidad, de utilizar las armas para defenderse. No es ese el caso de quienes, dentro de él, sufrimos un expolio que está haciendo inmensamente rica y poderosa a una muy reducida élite. Por todo ello, en este tiempo en el que nuestras instituciones representan cada vez menos a los ciudadanos y sirven cada vez más descaradamente a los grandes poderes financieros, será de gran utilidad comprender qué son la desobediencia civil y la no violencia, cómo las descubrieron Gandhi y Luther King, de dónde nacen, cuál es su fuerza… Será, seguramente, un paso necesario en el proceso de buscar alternativas al actual y obsoleto Sistema occidental.

Ciertamente, aquellos que en el próximo Govern de Catalunya o en el próximo Gobierno de Madrid se atrevan a enfrentarse al criminal sistema financiero occidental, deben estar dispuestos a las más duras represalias. Pero nada hay más penoso que el conformismo y la sumisión cobardes o la ambición egoísta de quienes se venden a sí mismos y a tantos inocentes indefensos por treinta monedas de plata. No será fácil el camino de la liberación, pero podemos recorrerlo. Y, a diferencia de los pusilánimes, quienes se atrevan a hacerlo, no se arrepentirán. Trasmitir este mensaje a nuestra sociedad, desenmascarar a tantos supuestos realistas (que en realidad tan solo son unos colaboracionistas sumisos o ambiciosos) y al falso dogma de que no hay alternativas a este Sistema (y a este euro o a esta Unión Europea dominada por este Banco Central Europeo) es hoy una tarea fundamental y decisiva.

La realidad no es algo que esté “ahí afuera”, sólida e inamovible. No solo lo afirman numerosas tradiciones espirituales milenarias sino también, ya en el Siglo XX, la física: el observador altera siempre lo observado, lo altera incluso solo por el hecho de observarlo. La dignidad y la generosidad aún cuentan. El antónimo de la bella palabra utopía no es realismo sino mezquindad. Y sus sinónimos, igualmente hermosos, son empatía, magnanimidad, fe y coraje. No hay observadores neutros de la realidad. Ciertamente hay personas crédulas e ilusas, seres humanos insuficientemente conscientes de tanto engaño y maldad como existen en nuestro mundo. Pero desde mi mirada, esa falta de realismo no es la más grave. La falta de realismo verdaderamente dañina es la de los inteligentes mezquinos y, sobre todo, la de los inteligentes cínicos.

No hay observadores externos a la realidad: todos somos actores que configuramos la historia con nuestra lucidez o nuestra inconsciencia, pero sobre todo con nuestra generosidad o nuestra mezquindad.

Es posible enfrentarse al actual totalitarismo imperialista de los grandes financieros occidentales, es posible abandonar la actual sumisión. Siempre hay alternativas: Abraham Lincoln no solo se negó a pagar a los banqueros los intereses de la deuda sino que, para acabar de raíz con el problema, emitió los llamados greenbacks; John F. Kennedy se enfrentó igualmente a la Reserva Federal iniciando la emisión de dólares a los que se llamó los United States Notes; existe vida fuera de este euro (ni el Reino Unido, ni Suecia, ni ocho países más de la Unión Europea lo han adoptado) y de esta Unión Europea (ni Noruega, ni Islandia, ni Suiza forman parte de ella) con este Banco Central Europeo; no tenemos necesidad de formar parte de la OTAN, que supuestamente nos asegura la defensa frente a agresiones externas pero que ahora es más bien la agresora (no es Rusia el peligro en esta hora)…

No es necesario buscar modelos económicos nuevos en la Latinoamérica de gobiernos populistas y antiestadounidense (según nos dicen). O en los Países Nórdicos, países demasiado pequeños y atípicos (según nos dicen también). Basta con estudiar la historia del país desde el que ha surgido este gran problema, Estados Unidos. Los verdaderos antiestadounidenses son aquellos grandes monopolistas que secuestraron la democracia en esa gran nación. Es ya hora de abrir los ojos frente a la falacia de que tan solo tenemos esta alternativa. Necesitamos pueblos despiertos y verdaderos estadistas dispuestos, al igual que Abraham Lincoln o John F. Kennedy y tantos otros no estadounidenses, a dimitir o incluso a ser asesinados antes que convertirse en títeres de los grandes financieros y de las encuestas electorales. Es la hora de la dignidad. Las únicas batallas que realmente se pierden son aquellas en las que sacrificamos nuestra dignidad.

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