A comienzos del pasado mes de marzo Barack Obama renovaba una orden ejecutiva en la que se declaraba que la situación en Venezuela es una «amenaza extraordinaria e inusual para la seguridad nacional y la política exterior estadounidenses». La Administración estadounidense, que desde hace más de medio siglo (desde su agresión masiva a Vietnam en 1964 con la excusa del falso evento del Golfo de Tonkín) no ha dejado de cometer, uno tras otro, grandes crímenes contra la paz, califica de “amenaza extraordinaria e inusual” la situación interna de Venezuela (situación en la que ella misma ha tenido bastante responsabilidad, como demuestran los documentos secretos que han ido apareciendo), una Venezuela que jamás ha agredido a ningún otro país. Semejante posicionamiento por parte de semejante Administración es tan excesivo y descabellado que debería bastar por sí solo para abrir los ojos de nuestra sociedad. A no ser que nuestros grandes medios de “información” hayan conseguido realmente idiotizarnos del todo. 

Estados Unidos lanzó, tan solo en aquella primera guerra de agresión que inició tras haberse establecido como la gran potencia hegemónica de Occidente después de la caída del régimen nazi, más toneladas de bombas que las lanzadas en toda la Segunda Guerra Mundial, arrasó aldeas y selvas con napalm y estuvo a punto de usar de nuevo bombas atómicas (como sabemos por las conversaciones desclasificadas entre el presidente Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger). Así que, a mi modesto entender, lo único que Venezuela, poseedora de las mayores reservas petrolíferas del mundo, puede amenazar (al igual que todos aquellos otros países que, con una excusa u otra, han sido sucesivamente desestabilizados o devastados a lo largo de estas últimas décadas por Estados Unidos o bajo su liderazgo) es el proyecto neoimperial de dominación de una poderosísima élite estadounidense. Élite sin cuyo asentimiento o apoyo ninguno de los últimos presidentes estadounidenses habría llegado a ese cargo. También Obama. Lo expliqué en el apartado “El fraude Obama” de mi libro La hora de los grandes filántropos.

No es necesario escudriñar en los miles de cables secretos que últimamente van apareciendo, para descubrir el afán de dominación neoimperial de esta élite que controla las grandes finanzas, el complejo militar industrial, las grandes multinacionales o los grandes medios: se trata de una doctrina oficial y explícita… En el documento de junio del año 2000 llamado Joint Vision 2020, de la Dirección de políticas y planes estratégicos del Ejército de los Estados Unidos, la doctrina es bien explícita: los intereses y las responsabilidades de Estados Unidos son globales y persistirán, por lo que el ejército de los Estados Unidos debe ser una fuerza conjunta capaz de lograr la dominación del espectro total. Y este llamamiento a la dominación total no es exclusivo de este importante documento. Así por ejemplo, el borrador de la Guía de Planificación de la Defensa de 1992, preparada para el secretario de defensa Dick Cheney por los neoconservadores Paul Wolfowitz y Lewis Scooter Libby, ya decía: “Debemos mantener los mecanismos para disuadir a potenciales competidores de cualquier aspiración a un papel regional o global más amplio”.

Y como se trata de una extraordinaria amenaza, hasta nuestro ínclito Albert Rivera ha decidido, en un asombroso gesto solidario, meterse en la boca del lobo, introducirse  en la Venezuela que encarcela oponentes e incluso alcaldes. Y -¿cómo no?- una impresionante bandada de cámaras de TV ha revoloteado en torno suyo durante las horas en que este prócer hispano del siglo XXI ha desplegado en las Américas su nueva evangelización democrática, aprovechando de paso para criminalizar a Podemos. Por el contrario, ¿alguno de ustedes ha visto una sola imagen de la importante intervención de nuestro amigo el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel en el Senado de Brasil calificando de golpe al proceso de impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff y enmarcándolo en la sucesión de golpes “blandos” que últimamente han sufrido otros países de Latinoamérica?

Para colmo, mientras escribo, oigo en la radio que el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, presidirá hoy viernes en la Moncloa una reunión del Consejo de Seguridad Nacional, Consejo que debatirá, entre otras cuestiones,… ¡la situación de Venezuela! Según dice “el parte” -perdonen este lapsus de los tiempos franquistas- ¡están muy preocupados por la suerte de los 200.000 españoles residentes en Venezuela! Me pregunto si estos tipos son los mismos que acabaron con la jurisdicción universal española a fin de que no pudiesen ser juzgados en la Audiencia Nacional los asesinos de una decena de españoles o si es que tienen un grave trastorno de personalidad. Aunque más bien creo que simplemente tratan de aprovechar la magnífica oportunidad que se les brinda de matar dos pájaros de un tiro: en primer lugar, cumpliendo sumisamente el rol que la citada élite anglosajona ha adjudicado a España en Venezuela (al igual que ha adjudicado otros a Francia o Italia en aquellos países con los que respectivamente tienen lazos históricos); en segundo lugar, “haciendo campaña” para las próximas elecciones en lo más profundo de la mente de tantos conciudadanos que están realmente confundidos. No se me ocurre otro modo de referirme a la disposición mental de tantos, algunos conocidos míos, que son capaces de tragarse tantas patrañas sobre las complicidades de Podemos con los regímenes “despóticos” de Venezuela e Irán (el Irán democrático del que no saben casi nada, empezando por el golpe de Estado orquestado por la CIA y el Reino Unido que en 1953 derrocó al Gobierno democráticamente electo del primer ministro Mohammed Mosaddeq).

Aunque no me extraña que estén tan confundidos: no es fácil liberarse de la agobiante propaganda con que se nos machaca a toda hora, propaganda que se ocupa de temáticas como la del desabastecimiento que sufre Venezuela (desabastecimiento en el que -por supuesto- caería también España si Podemos llegase a gobernar). “En el país con las primeras reservas petrolíferas del mundo escasean hoy la electricidad y el papel higiénico tanto como los derechos humanos, la democracia y las libertades”, así subtitulaba, por ejemplo, José Ignacio Torreblanca su reciente artículo semanal en El País. Este joven y prometedor profesor (becario del Programa Fulbright Unión Europea-Estados Unidos; profesor en la George Washington University en Washington D.C.; investigador principal, Área Europa, en el Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales; investigador principal y director de la Oficina en Madrid del European Council on Foreing Relations) no vivió como yo en la Argentina de los años setenta, desabastecida sistemáticamente de los productos más elementales justo antes del terrible golpe militar de 1976. Mientras mi esposa y yo éramos maestros rurales en las estribaciones de los Andes, resultaba imposible conseguir papel higiénico (ese papel al que se refiere este brillante profesor y que seguro que no falta en los baños de su casa) o fósforos. Hasta que llegaron por fin los militares a salvar a una población que ya no podía más y esperaba con impaciencia que alguien arreglase las cosas de una vez. Ahora ya se desabastece desde la raíz: se desabastece, como en Grecia, de liquidez monetaria.

Y tampoco vivió, este joven director de la Oficina en Madrid del European Council on Foreing Relations, en el Chile desabastecido por la durísima huelga mantenida por la patronal del transporte. Patronal que era apoyada por Henry Kissinger (recibiendo instrucciones de David Rockefeller, director del Council on Foreing Relations) mientras hundía la economía del país. Seguramente, este joven prometedor todavía ni había nacido. Sin embargo sí sabe mucho de algo muy anterior: la maravillosa generosidad de los jóvenes estadounidenses que dieron sus vidas en Normandía. Y por ello también afirmaba en otro artículo anterior que el amigo americano está cansado de sacarle las castañas del fuego a unos europeos que no se preocupan de su defensa. Un amigo americano que, para que estos europeos no se la jugaran por tercera vez, dejó 250.000 soldados estacionados en Europa durante medio siglo y se comprometió a fondo con la seguridad, prosperidad y libertad del continente. Un amigo americano que sin embargo ya está cansado de sacrificarse por una Europa amenazada e inconsciente.

El problema es que, como nos decía la congresista Cynthia McKinney, Estados Unidos ya no es lo que era. En todo caso tendríamos que especificar de qué América hablamos: ¿de los Padres Fundadores o de las grandes familias prestamistas, de los dueños de la Reserva Federal o de los presidentes asesinados que intentaron recuperarla para el Estado, de los jóvenes muertos en Normandia o de las grandes familias que paralelamente comerciaban con el régimen nazi, de los generales que estaban en contra de lanzar las bombas atómicas sobre Japón o de aquellos que las lanzaron, de los últimos y sumisos gobiernos a las órdenes del establishment o de Bernie Sanders y el movimiento Ocupa Wall Street?

Y, más en concreto aún, el problema es que el actual Gobierno estadounidense ha vuelto, por una serie de circunstancias internacionales, a poner su mirada “liberadora” en la América Latina, que se estaba escapando de su tutela. El hecho incuestionable es que la expresión “amenaza extraordinaria e inusual” se parece demasiado a la frase “El gran problema hoy en día es Chile” de Henry Kissinger al presidente Nixon en las repugnantes conversaciones entre ambos (sobre cómo acabar con el Gobierno de Allende) desclasificadas en 2008. Pero sobre ese giro de las grandes estrategias imperiales, sobre qué está pasando en Venezuela y Latinoamérica, sobre por qué nuestra ciudadanía no se informa en donde debería y sobre por qué repite una y otra vez los mismos errores… ya trataremos otro día.