He escrito mucho sobre Ruanda. Demasiado, tal vez. Este país está ampliamente presente en cuatro de mis libros. Es, por otro lado, en gran parte lo que vi en el este del Congo/Zaire, entonces bajo la ocupación de Ruanda, lo que me llevó a escribir mi primer libro, «Kadogo, los niños de las guerras de África Central [1]». Sin embargo, debo confesar un cierto cansancio. El cansancio de tener que reaccionar al principio de cada mes de abril para refutar las mentiras, las aproximaciones, las simplificaciones e incluso las acusaciones que florecen alrededor de la fecha del 6 de abril. Es, en efecto, en este día de 1994 que el avión que transportaba a los presidentes de Ruanda y Burundi fue abatido por un misil cerca del aeropuerto de Kigali. Este hecho desencadenó desde el día siguiente terribles matanzas de civiles en la capital y en todo el país. Antes de eso, en las horas siguientes al ataque que costó la vida a dos presidentes, sus respectivos acompañantes y la tripulación del avión francés, el FPR rompió el alto el fuego en vigor desde el año anterior al lanzar una ofensiva general en todos los frentes, desde los territorios que controlaba al norte del país.

Este mes de abril de 2016 no es una excepción. Estamos viendo otra vez, 22 años después de aquellos acontecimientos terribles, un montón de contra-verdades y conmemoraciones unidireccionales, además de las habituales acusaciones del dictador de Ruanda, Paul Kagame. Así descubrí que la ciudad de París había transformado uno de sus jardines públicos en el «Jardín de la memoria del genocidio tutsi de Ruanda». Como si esto no fuera suficiente, la placa que lleva este nombre indica, en el subtítulo, que «en Ruanda en 1994, más de un millón de hombres, mujeres y niños fueron exterminados en tres meses por haber nacidos tutsis». Los concejales parisinos, ¿eligieron esta terminología por ignorancia o por voluntad deliberada de transformar una mentira repetida mil veces en verdad oficial? He aquí que me veo obligado a informar a la señora Hidalgo y sus colegas que:

1. Las matanzas en Ruanda no comenzaron el 7 de abril de 1994 y no se terminaron tres meses después de esta fecha. Comenzaron poco después del ataque contra Ruanda por elementos del ejército de Uganda el 1 de octubre de 1990. Es cierto que conocieron un paroxismo durante los terribles cien días que siguieron al 7 de abril de 1994. Sin embargo, estas matanzas no afectaron sólo a los tutsis: muchos hutus, opuestos al poder del momento, también fueron víctimas. Si bien estas atrocidades tuvieron lugar en Kigali, bajo los ojos de los periodistas extranjeros, grandes masacres fueron perpetradas por las tropas del FPR a medida que avanzaban victoriosamente. Aún continuaron mucho tiempo después de la toma de Kigali a principios de julio de 1994. ¿Recuerdan la matanza de la población desplazada del campamento de Kibeho, el 22 y 23 de abril de 1995? Al menos 5.000 hombres, mujeres y niños fueron masacrados por soldados del FPR, bajo los ojos de las fuerzas de paz australianas. ¿Hemos olvidado las masacres, especialmente en el norte, que caracterizaron al reino del FPR hasta 1998? En fin, ¿qué diremos de la caza de refugiados ruandeses a la que se entregó el ejército del FPR en territorio congoleño a partir de septiembre de 1996? Al menos 200.000 de estos refugiados fueron las víctimas.

2. El número de tutsis en Ruanda en general se estimaba en alrededor del 12% de la población total, o sea alrededor de 840.000 personas. Si «un millón» de tutsis fueron asesinados durante los tres terribles meses de 1994, esto significaría que el 14,3% de la población de Ruanda habría sido exterminada y que ningún tutsi sobreviviría. Pero gran parte de la comunidad tutsi ha sobrevivido por suerte. Esta demostración matemática fría demuestra que muchos no-tutsis fueron también víctimas de las matanzas.

La ciudad de París, ¿no habría sido mejor que hubiera honrado la memoria de los millones de hombres, mujeres y niños que fueron masacrados durante la guerra de Ruanda nombrando su jardín público «Jardín de la memoria del genocidio ruandés»? O bien su alcalde y concejales piensan, como Dominique Sopo, que «evocar la sangre de los hutus es ensuciar la sangre de los tutsis [2]»?

Después, me encontré un artículo de Sylvie Brunel [3] titulado «Genocidio de Ruanda: paremos la doble moral!», publicado en la edición del 6 de abril del diario «Le Monde». En su diatriba, la autora utiliza el «nosotros», pretendiendo sin duda hablar en nombre de todos los franceses. Ella evoca «una nación emergente donde la corrupción y el odio están proscritos». ¿Como puede decir que la corrupción no existe en Ruanda, cuando incluso en el caso de los Panama Papers se ha revelado que el entorno de Paul Kagame está detrás de algunas de estas sociedades instrumentales que han permitido la ocultación de capitales en paraísos fiscales? ¿Como puede afirmar que el odio ha sido desterrado cuando la mayoría de la población ha sufrido la «justicia» del vencedor, ya que todas las personas condenadas tanto por los tribunales de Ruanda como por el TPIR [4] pertenecen al campo de los vencidos mientras que los verdugos del campo de los vencedores tienen todos inmunidad? En fin, ¿se puede calificar de verdad a Ruanda como un «país emergente» cuando la gran mayoría de la población rural sobrevive en la miseria mientras que una pequeña minoría urbana vuelta del exilio muestra una insolente prosperidad? Sylvie Brunel recuerda que los cascos azules fueron evacuados cuando el genocidio comenzaba, olvidando indicar que esta evacuación fue el resultado de la demanda de Estados Unidos y el Reino Unido ante las Naciones Unidas, mientras que Francia pedía un aumento del número de tropas de la ONU sobre el terreno. Ella continúa «recordando» que la zona controlada por los soldados franceses de la Operación Turquesa sirvió de «santuario» a los genocidas, lo cual es una mentira flagrante: la mayoría de los asesinos Interahamwe [5] llegaron al Zaire pasando por Gisenyi, en el noroeste del país, una ciudad que nunca estuvo bajo control francés. Pero omite revelar que la presencia francesa en el suroeste del país ayudó a salvar la vida de decenas de miles de ruandeses, en su mayoría tutsis. Sylvie Brunel todavía más allá en la mentira y la calumnia, ya que afirma que el ejército francés «ofreció efectivamente un santuario para los genocidas, con la esperanza de que el poder hutu, a quien dio un amplio apoyo, podría reconquistar el poder». Hay que recordar que el gobierno francés mantenía relaciones con el Gobierno internacionalmente reconocido de Ruanda desde hacía mucho tiempo y que este gobierno ciertamente no puede ser calificado como «poder hutu». Este término, aparecido después de la introducción del multipartidismo en 1991, designó a los grupos extremistas hutus de algunos partidos políticos. Ciertamente, no debería ser utilizado para designar al gobierno de Ruanda antes del 7 de abril de 1994. Sylvie Brunel continúa con sus observaciones insinuando que la verdad sobre el ataque contra el Falcon presidencial no podría ser revelada porque «sería insostenible para nuestro país». ¿No sabe que muchas pruebas materiales y testimonios convergen para que se pueda argumentar que es el propio Paul Kagame quien ordenó a sus hombres de abatir el avión, con el uso de misiles soviéticos suministrados por el ejército de Uganda? ¿Qué interés habría tenido el gobierno francés en causar la muerte del presidente Juvenal Habyarimana (y su colega de Burundi), un fiel aliado de Francia? En su conclusión, Sylvie Brunel se indigna por «nuestra ignorancia, nuestra incultura, nuestra estupidez» que haría que «no paremos de burlarnos» del sufrimiento de los ruandeses. Ella exige que pongamos «fin a la doble moral y entendamos que los muertos no europeos merecen el mismo respeto y movilización que ’los nuestros’”. Estoy totalmente de acuerdo con esta demanda. Además, sería necesario que todos los muertos ruandeses se beneficiasen de este respeto. Conviene honrar y reconocer absolutamente la memoria de todas las víctimas del genocidio de Ruanda, independientemente de su origen y la identidad de sus asesinos.

Finalmente, descubrí ayer el último número de «Jeune Afrique», la portada del cual está decorada con una gran foto del dictador ruandés con el enorme titular: «Kagame contraataca». La revista contiene en realidad una nueva entrevista con Paul Kagame, realizada por François Soudan. Esta entrevista es precedida por una introducción donde el periodista se atreve a decir que Kagame «goza de un reconocimiento indiscutible y la gran mayoría de los ruandeses no está nada preparada para enfrentarse al vacío de su ausencia». ¿De donde saca tanta seguridad en un país donde los oponentes de verdad están muertos, en la cárcel o en el exilio? En este contexto, ¡uno se pregunta quién podría ser lo suficientemente loco como para atreverse a confiarle que quería la marcha de Kagame! En su complaciente entrevista, François Soudan dice al dictador que «no hay prácticamente ninguna oposición capaz de emerger en Ruanda actualmente», antes de preguntarle cándidamente «¿Esto es saludable para la democracia?» ¿Por qué no preguntó a Kagame sobre la oponente Victoire Ingabire? Recordemos que esta madre de tres hijos se consume en prisión desde el año 2010. Cuando estaba haciendo una brillante carrera en los Países Bajos, decidió valientemente volver a casa para intentar participar en las elecciones presidenciales, desafiando a Paul Kagame. La entrevista también evoca las -malas- relaciones entre Francia y Ruanda. Durante seis meses, París aún no tiene un embajador en Kigali, el gobierno de Ruanda se ha negado a dar el visto bueno al nombramiento del diplomático Fred Constant. Kagame se limita a afirmar que Francia primero debe «aclarar su posición sobre Ruanda» antes de lamentarse sobre los genocidas que estarían refugiados en Francia y que la justicia francesa habría escondido. Evita mencionar que muchos de los supuestos genocidas en realidad eran víctimas de cábalas calumniosas preparadas por su régimen y transmitidas a Francia por sus partidarios entusiastas, tanto ruandeses como franceses. También parece olvidar que si bien la justicia francesa tiene muchos defectos, no es tan dependiente como la justicia que se produce en su propio país. Kagame llega a anunciar a François Soudan que en el caso de que Alain Juppé fuera elegido como presidente de la República en 2017, esto ¡«muy probablemente significaría el fin de todas las relaciones entre Francia y Ruanda»! Es lamentable que frente a tal interferencia en los asuntos internos de Francia, François Hollande no haya tomado inmediatamente la única decisión correcta, la de ¡romper las relaciones diplomáticas con Ruanda indicando que posiblemente podrían ser restauradas el día en que Paul Kagame haya dejado el poder!

El régimen de Kagame cada vez está más aislado internacionalmente. Sus aliados antes incondicionales como Estados Unidos o el Reino Unido son cada vez más críticos con él. Las violaciones de los derechos humanos, la enmienda constitucional que permite al dictador representarse a voluntad hasta el año 2030, la desestabilización en Burundi orquestada desde Kigali, todo esto ha dañado gravemente la imagen de Kagame entre los anglosajones. La Francia de François Hollande se ha abstenido prudentemente de toda crítica, no queriendo sin duda cargar más el contencioso entre París y Kigali.

Por mi parte, volveré a otros temas de actualidad antes de ser obligado otra vez a reaccionar a raíz de la próxima erupción mediática de mentiras y calumnias, en abril del 2017…

[1] Ediciones del Harmattan, 2003

[2] El que era entonces presidente de SOS Racismo pronunció estas palabras durante la querella que su organización había presentado contra el escritor-periodista Pierre Péan tras la publicación del libro de este último, «Noires fureurs, blancs menteurs – Ruanda 1990-1994 «(Mille et une nuits, 2005).

[3] Sylvie Brunel es escritora, geógrafa y profesora en la Sorbona de París.

[4] El Tribunal Penal Internacional para Ruanda, con sede en Arusha, Tanzania.

[5] Milicia extremista hutu.