Hace ocho días tuve ocasión de leer, en un diario local, un artículo de opinión que me dejó, como se suele decir, con un mal cuerpo. La intención de la autora era ciertamente loable: denunciar el linchamiento (al parecer por motivos étnicos y de género) de dos mujeres en una importante ciudad de la República Democrática del Congo. Pero a partir de tan repugnante y criticable hecho el artículo se perdía en unas consideraciones, realmente penosas, sobre aquellas cuestiones de fondo que realmente importan al actual Imperio occidental (en el que Estados Unidos decide o bloquea, hace o deshace a su antojo):

“Algunos dirán que [el enfrentamiento entre etnias] es consecuencia de la colonización europea y la posterior descolonización. Responsabilizar de todos los males de África -y del tercer mundo en general- a la antigua metrópoli es una canción que ya empieza a quedar anticuada. Este país se independizó en 1960, es decir, lleva 56 años rigiéndose por sus propios nativos, mientras fue colonia belga durante 52 años -y otros 23 antes como predio privado del rey de Bélgica-. Quizá sea el momento de empezar a tomar conciencia de que si la situación en muchos países del globo es terrorífica lo es porque su gente así lo quiere o al menos lo permite. En esas casi seis décadas de independencia esta nación -riquísima en minerales- no ha hecho más que enredarse en conflictos, guerras y dictaduras. Y todo, siempre, bajo un pesadísimo manto de corrupción, machismo y violencia, lacras que se perpetúa de generación en generación.”

¿Cómo puede tenerse un desconocimiento tan grande de todo lo sucedido en la República Democrática del Congo desde 1960 y, a la vez, atreverse a publicar con tanta autoafirmación unas tesis que distorsionan tan gravemente el papel del pueblo congolés? ¿Cómo se puede ofender tan gravemente a un pueblo que tanta agresión internacional, muerte y desolación ha sufrido y sigue sufriendo sin que nuestro “informado” Occidente (guiado por semejantes profesionales de la información) se entere y/o se interese por ello? Es sorprendente.

Quizá sea mucho pedir que todo periodista que se atreva a escribir sobre un sufrimiento tan incalculable (más de cinco o seis millones de víctimas mortales, cientos de miles de violaciones…) lea antes el definitivo libro de Ludo De Witte El asesinato de Lumumba y otros igualmente sólidos y reveladores sobre la actualidad en el África de los Grandes Lagos. Pero para entender el hecho de que Occidente descabezó, ya en su inicio mismo, esa supuesta independencia del Congo a la que se refiere la autora del citado artículo, habría bastado con ver un magnífico documental, que corre hace ya años por nuestras televisiones, sobre como uno de los estadistas más brillantes del siglo XX fue asesinado tan solo medio año después de su nombramiento como primer ministro.

En dicho documental, el entonces responsable de la CIA en el Congo Belga, Lawrence Devlin, presumía de haber acabado con el primer ministro. De haber acabado con aquel líder que, con una dignidad y coraje inexistentes ya en nuestras latitudes, dio la vida por su pueblo, clamando por el derecho de los congoleses a disponer de los recursos naturales de su riquísimo país y (lo que era más grave aún para el Imperio) teniendo en su mirada un horizonte que muchos aún ni imaginaban: la unidad y la liberación de toda África.

De modo más descarado aún, el antiguo comisionado de la policía belga, Gerard Soete, que descuartizó y disolvió en ácido sulfúrico el cadáver, alardeó ante la cámara, cruel y cínicamente, de semejante “hazaña”. Durante su declaración se sentía un héroe por haber dispuesto a su antojo del cadáver de Patrice Lumumba. Llegó a mostrar a algunos periodistas dos de sus dientes y una bala extraída de su cráneo. Y llegó a afirmar que guardó como recuerdo dos huesos de sus dedos y que los pelos tanto de la cabeza como de la barba le fueron arrancados mientras estaba todavía vivo. ¿Somos capaces de imaginar lo que sienten los hijos de Patrice Lumumba al escuchar semejantes perversiones salidas de la boca de unos seres depravados que hablan y se mueven libre e impunemente en nuestro “democrático” primer mundo (no en el primitivo “tercer mundo” al que se refiere la autora del artículo).

Podríamos considerar que “el mariscal” Mobutu Sese Seko no fue otra cosa que uno más de esos dictadores a los que se refiere la autora del artículo. Pero en realidad fue el hombre “providencial” con el que Estados Unidos y Bélgica, con la complicidad de las Naciones Unidas, sustituyeron al verdadero líder del pueblo congolés, democráticamente elegido. Siguieron así condicionando todo, absolutamente todo, en el flamante Congo “independiente”. Un Congo independiente que jamás existió en la realidad, sino tan solo en el imaginario de algunos despistados “profesionales” de la información.

Ya entonces la propaganda disfrazada de información fue fundamental, como lo sigue siendo ahora. El asesinato fue presentado, y así ha sido considerado hasta fechas recientes, como “un arreglo de cuentas entre los bantúes”. Conflictos étnicos de la salvaje África, ya se sabe. Conflictos en los que suele haber siempre unas “tribus” más “salvajes” entre los “salvajes”: los bantúes, los hutus… En los días que precedieron al estallido de la rebelión separatista de Katanga (provocada para derribar al nuevo Gobierno) los medios montaron historias sobre violaciones y saqueos por parte los soldados congoleños. Bélgica tuvo así el argumento para aumentar el contingente de tropas estacionadas en el Congo hasta los 10.000 soldados. Todo esto ¿no les recuerda nada? A mí sí, sin duda alguna. Nada nuevo bajo el sol.

Voy acabando ya con un magistral comentario al citado libro de Ludo De Witte: “De Witte señala que Lumumba fue el líder de un embrionario movimiento nacionalista africano que, si Occidente no lo hubiera destruido, podría haber jugado un papel muy positivo en la historia de África. En este sentido, sus asesinos intentaron no sólo eliminarle físicamente, sino también destruir su recuerdo y su legado en la conciencia colectiva de la juventud africana, con el fin de impedir que ésta se ‘contagiase’ de sus ideas. En su carta de despedida a su esposa, Lumumba escribió: ‘La historia será la que tenga la última palabra. No será la historia enseñada en la ONU, Washington, París o Bruselas, sino la historia que se enseñe en los países que se han liberado del imperialismo y sus marionetas. África escribirá su propia historia, y, tanto al norte como al sur del Sahara, esta será una historia de gloria y dignidad’.”

Y aquellos profesionales honestos de la información que crean que actualmente las cosas ya no son tan terribles, no saben lo desinformados que están. Recientemente los crímenes políticos son aún mayores. Ya no hablamos del asesinato de un primer ministro que obstaculizaba los intereses en el Congo de las grandes corporaciones occidentales, sino del asesinato de cuatro presidentes (por las mismas razones que se asesinó a Patrice Lumumba) en un lapso de tan solo ocho años. ¿Cómo una profesional del periodismo puede ignorar algo de tanto bulto? Pero dicha actualidad silenciada será ya el objeto de la segunda parte de este artículo.