Hace tan solo unas semanas fue canonizada en Roma la madre Teresa de Calcuta. Y dentro de otro par de semanas el Instituto Nobel dará a conocer en Estocolmo el nombre del nuevo laureado con el premio Nobel de la Paz. Aunque de distinta naturaleza, son posiblemente los dos reconocimientos más importantes que existen en nuestro mundo. Pero son dos eventos que, a mi entender, están sufriendo procesos totalmente divergentes. Hace unas décadas aún era posible que recibiesen el premio Nobel de la Paz simples ciudadanos incomodos para los grandes poderes económicos, como Adolfo Pérez Esquivel, responsable del Movimiento de la no violencia para América Latina. Ciudadanos que dedicaron generosamente sus vidas a la paz y el desarme (condiciones que, para la concesión de ese premio, fijó en su testamento Alfred Nobel) y no simplemente a tareas humanitarias. Actualmente, sin embargo, ese galardón está totalmente al servicio de la agenda hegemónica occidental.

Por el contario, tras la llegada al papado de Francisco I y la beatificación de monseñor Romero el pasado mes de mayo, parece haber llegado a su fin un modelo de santidad, casi exclusivamente eclesiástico, centrado en una determinada forma de piedad. Una piedad demasiado rancia en demasiadas ocasiones, demasiado difícil de integrar no solo con las nuevas categorías y realidades de nuestro mundo actual sino incluso con el tipo de espiritualidad que reflejan los textos evangélicos. Hace un año y medio, mientras compartía junto a mi esposa Susana unos días en Roma con Adolfo y su esposa Amanda, este recibió un SMS en el que le comunicaban que monseñor Romero iba a ser por fin beatificado. Lleno de alegría nos contó que esa fue una de las peticiones que hizo a Francisco I en su primera entrevista con él, poco después de su elección.

No voy a entrar a debatir sobre la abnegación personal y la entrega absoluta de la madre Teresa a los pobres. Son innegables. Me parecen una estupidez ciertas críticas, empeñadas por ejemplo en afirmar que la madre Teresa no amaba realmente a los pobres sino a la pobreza en sí misma. Es como criticar al entrañable e intemporal Francisco de Asís, que tan poéticamente se refería con dulzura a la “hermana pobreza”. Aunque, ya se sabe, hoy la poesía no vende, todo es ciencia y precisión. Tan solo hay que hablar de “sostenibilidad”. Pero el hecho es que sin empatía tanto con los más desfavorecidos como con el prodigioso medio en el que existimos, no hay normas (ni tablas del Sinaí ni leyes medioambientales) que valgan. Tampoco voy a entrar a debatir sobre los polémicos posicionamientos o no posicionamientos de la madre Teresa respecto a cuestiones morales o políticas. No es este el objeto del presente artículo. Y además siempre intento documentarme suficientemente antes de escribir sobre un determinado tema, por lo que no sería de recibo expresar mis opiniones sobre la figura de la madre Teresa sin conocerla mejor de lo que la conozco.

Pero lo que sí pretendo dejar claro es que para mí el problema grave comienza cuando los sectores más reaccionarios de la Iglesia Católica, de la política o de la “alta” sociedad hacen su cruzada particular y nos la presentan como “el” modelo cristiano por excelencia. Los cristianos no tenemos otro modelo por excelencia que el del mismo Jesús de Nazaret. Aquel judío marginal manifestaba una misericordia entrañable hacia todos los anavim: los pequeños, los oprimidos, los empobrecidos. Pero ese mismo Jesús desplegaba una inusitada energía contra los poderosos que oprimían a los anavim. Desplegaba tanta energía contra ellos y contra el sistema político-religioso que habían creado que, dos milenios después, cuando algún cristiano realmente coherente recuerda o actualiza tales enfrentamientos con los poderosos, los cristianos “biempensantes” aún siguen escandalizándose.

El flamante administrador de Mallorca, también obispo auxiliar de Barcelona, Sebastià Taltavull, en una reciente entrevista en Catalunya Radio afirmaba, muy en la línea del nuevo papa: “A Jesús lo asesinaron porque se opuso al sistema y los grandes poderes decretaron quitárselo de encima”. El actual sistema, dominado por una reducida élite globalista, está sumamente interesado en reducir todo a lo meramente individual, en desestructurar a la sociedad, en desactivar todos los procesos colectivos, en debilitar los estados-nación, en descalificar cualquier nuevo proceso nacionalista que intente abrirse paso. En su discurso del año 2010 en el Consejo de Relaciones Exteriores, reunido en Montreal, Zbigniew Brzezinski (representante como pocos de esa elite) advirtió de que un despertar político global, que es posible gracias a Internet y a las más recientes tecnologías, combinado con las luchas internas entre las élites, está poniendo en peligro la “noble” aspiración de lograr un Gobierno mundial. En su reciente libro Tres presidentes,[1] subtitulado La segunda oportunidad para la gran superpotencia americana, califica dicho despertar como populista-nacionalista. ¡El populacho se despierta!

A las familias globalistas, que han logrado infiltrar su agenda neoliberal y de dominación hasta en el Instituto Nobel, les viene de perilla santos y premios Nobel como la madre Teresa, que jamás criticarán su sistema y que tan solo se limitan a ejercer una admirable y heroica misericordia individual. Pero se les atragantan santos (más que santos, ¡mártires!) como monseñor Romero en el Salvador o monseñor Munzihirwa en el este del Congo. Y no hablemos de mártires laicos o incluso no cristianos que llegaron al poder político, como Patrice Lumumba o Salvador Allende. No es raro que don Helder Cámara, arzobispo de Recife, se lamentase: “Si les doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”. Los parlamentarios noruegos que han constituido los últimos jurados del premio Nobel de la Paz seguro que jamás se lo habrían concedido a ninguno de estos héroes de la paz. Como en su momento tampoco se lo concedieron a mahatma Gandhi.                                           


[1] Publicado en castellano en 2008 por la editorial Paidos.