Para el ciudadano común no es nada fácil dar el paso que Daniel Ellsberg fue capaz de dar: reconoció y enfrentó el penoso hecho de que nuestro “civilizado” y “noble” Occidente (los nuestros) se comportaba (se comportaban) en realidad como el psicópata criminal de la historia. Un psicópata de tal perversión que, para justificar sus continuas agresiones internacionales, es capaz de inventar falsos eventos (como el incidente del Golfo de Tonkín, con el que el Gobierno de Lyndon B. Johnson justificó una intervención masiva en Vietnam), de llevar a cabo terribles ataques terroristas de falsa bandera (la lista de los ya confirmados hasta el día de hoy sería demasiado larga para este artículo) o de engañar masivamente a la opinión internacional (engaños que se superponen unos sobre otros de manera inacabable). La lógica perversa de los psicópatas que diseñan estas justificaciones de los inacabables crímenes contra la paz occidentales es impensable e ininteligible para la buena gente de a pie. Es demasiado retorcida. Es una situación comparable a la que, a nivel individual, se da en aquellas mujeres que son incapaces de reconocer que su hombre es un maltratador peligroso. Pero en ambas situaciones no hay solución posible sin el previo reconocimiento de los hechos, algo que no parece ser nada fácil: tal reconocimiento es demasiado duro y perturbador, demasiado desestabilizador de nuestras cotidianas seguridades. 

Pocos han tenido la “suerte” de ser un analista del más alto nivel del Pentágono, de recibir de alguien como el secretario de Defensa el mandato de ir a la misma fuente de la información (a los hechos mismos) y poder llegar así a descubrir directa y personalmente el alto grado de perversión de “los buenos”. Y más raros aún son aquellos que, habiendo llegado a tan alto nivel en el oscuro mundo de la “inteligencia”, optaron por el bien, la verdad y la dignidad. Hay muy pocos héroes como el soldado Manning o el consultor tecnológico Edward J. Snowden. Muy pocos son también aquellos que, sin formar parte de ninguna administración, como es el caso de Julian Assange, han logrado tener acceso y hacer pública una información tan privilegiada y de primera mano como la que tuvieron los anteriores. Entiendo por ello, por más que me duela, que al ciudadano común, tan bombardeado por la propaganda “informativa” masiva, le cueste tanto el abrir los ojos a esa cara nuestra tan oscura y ocultada.

Pero, en lo que a mí respecta, me es ya absolutamente imposible comulgar con semejantes ruedas de molino: tuve también la “suerte” de sufrir personalmente tanta farsa. Tuve la “suerte” de que mi nombre figurase en un importante informe de la ONU como el principal financiador de los “genocidas hutus” que hacen necesaria en Congo una impresionante misión de prácticamente veinte mil cascos azules. Según decía tal informe, la Fundación que presido los financió con una subvención de cincuenta mil euros, subvención desviada de su verdadero destino: una casa de acogida de niñas violadas en medio de la inacabable guerra que sufre ese país. Los cinco expertos internacionales que firmaban dicho informe aportaban la prueba: mis correos electrónicos relacionados con dicha subvención. Lo curioso es que no se refiriesen a los últimos: aquellos en los que se nos denegaba tal subvención por falta de fondos. Tuve también la “suerte” de que los diarios “progresistas” El País y Público dedicasen amplios espacios, incluso en portada, a esta “gran” noticia de que unos “religiosos” españoles (nuestra Fundación es una ONG no confesional, a fin de que todos se sintieran en ella como en casa) financiaban a “los genocidas” (con una subvención que jamás recibimos). Podría alargarme mucho más en esta jugosa historia. Pero tan solo intento destacar lo que estas gentes fueron capaces de maquinar (como quedó en evidencia más tarde en cinco cables de Wikileaks) con tal de desactivar las cuarenta ordenes de captura emitidas por el juez Fernando Andreu contra aquellos que son la flor y nata del actual gobierno “liberador” de Ruanda. Solo intento, en definitiva, destacar lo que son capaces de maquinar para engañar a la opinión internacional y poder llevar a cabo sin problemas el expolio del riquísimo Congo.

La cuestión que hoy me interesa es la referente a si es posible, y como puede serlo, el que personas ordinarias, sin poder alguno, nos enfrentemos a tan monstruosas apisonadoras globalistas. Tras más de cuatro décadas de intentar contribuir, en la pequeña medida de mis posibilidades (desde doctrinas-movimientos como la teología de la liberación o la no violencia), a la construcción de un mundo más justo y en paz, los hechos me han confirmado que no seremos jamás capaces de enfrentarnos a la élite que dirige nuestro mundo (una élite cada vez más poderosa, cada vez más global, cada vez más alejada de nosotros, cada vez más reducida pero dotada de unos aplastantes medios de “comunicación”-persuasión)… si no llegamos a la íntima certeza de que cuando mantenemos la dignidad ya la hemos vencido. Y ello independientemente de que seamos muchos o pocos los que somos conscientes de ello y estemos dispuestos a obrar en consecuencia. Pero esa certeza no surge de la nada…

Por mi parte puedo afirmar que jamás hubiese descubierto semejante certeza, con la misteriosa y poderosa fuerza que contiene, si no hubiese intentado identificarme con las víctimas lo más a fondo posible. Todos entendemos y admiramos a tantos cientos de miles de seres humanos que hace tan solo unas décadas dieron generosamente sus vidas enfrentándose al delirio y la maldad nazi. Pero no somos suficientemente conscientes de que lo que estamos viendo ahora es también una guerra en la que todos estamos profundamente interrelacionados y somos estrechamente interdependientes. Es la guerra, a la que se refería el millonario Warren Buffett, entre unos poquísimos ricos y el resto de los mortales. Una guerra en la que los crímenes imperialistas de agresión internacional no son sino la fase superior del capitalismo. Tras la dura crisis-estafa que estamos sufriendo, nuestra sociedad empieza a ser más consciente que nunca de aquello que ya Albert Einstein calificó como la verdadera fuente del mal: la concentración cada día mayor del capital y el poder en muy pocas manos. Pero aún nos falta descubrir que frente a tantas agresiones internacionales no podemos pensar que se trate de acontecimientos que no van con nosotros.

Aunque, al mismo tiempo, no estoy muy seguro de que personalmente hubiese sido capaz de semejante “inmersión” en el sufrimiento de las víctimas sin la percepción (tan fundamental en los maestros de la no violencia) de la naturaleza sagrada de todo cuanto existe, sin la percepción de tanta “luz” como hay aún en medio de los más dolorosos acontecimientos. Para un cristiano la íntima certeza a la que me refiero sobre la centralidad de la dignidad es también la certeza de que tenemos de nuestra parte una Fuerza incomparablemente superior a todos los poderes de este mundo, una Fuerza que finalmente nos dará la victoria frente a ellos. La certeza de que unos seres humanos cuyo único afán es encontrar inversiones cada vez más rentables para sus cientos o miles de millones de dólares o euros no son en absoluto unos triunfadores sino más bien unos seres mezquinos cuyas actitudes son despreciables.

Es paradójico que el mismo Jesús de Nazaret que era extremadamente comprensivo y amable con los pequeños, con los pecadores, con las prostitutas e incluso con los publicanos (los colaboracionistas cobradores de impuestos para el Imperio Romano), fuese tan increíblemente duro con los poderosos que oprimían a huérfanos, viudas y desamparados. Y más aún con la casta que utilizaba para ello la religión. Pero podemos acabar con una paradoja todavía mayor de este hombre tan fascinante y a la vez tan subversivo, una paradoja sobre una cuestión tan fundamental como es la de nuestros miedos, tantos y tantos miedos que bloquean nuestra generosidad y nuestra vida misma: “No les tengáis miedo, porque no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. […] Y no temáis a quienes matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma […]. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues ni uno de ellos cae en tierra sin que vuestro Padre lo permita. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.” (Mt. 10, 26-28). ¿Pero de qué habla este hombre?… seguro que se preguntarán muchos en nuestro mundo tan positivista. En todo caso ahí queda esa paradoja, tan absurda como el koan de un maestro zen.