La encíclica del papa Francisco «El cuidado de nuestro hogar común» destaca como una declaración fuerte y sin reservas de la necesidad de la humanidad de cambiar de rumbo, si se quiere evitar la degradación física calamitosa del único planeta que tenemos como casa. Aunque el papa católico romano no tiene, como Stalin nos recordó, ninguna división de ejército con la que ejercer su influencia, sí tiene una de las voces más creíbles de autoridad moral en el mundo. Esta semana está usando esta autoridad para decirle al mundo que la calamidad ambiental de la que escribe es, en palabras de la encíclica, «uno de los principales desafíos que afronta la humanidad en nuestros días».

La encíclica es en algunos aspectos una lectura extrañamente heterogénea, que intercala teología en apartados que suenan más como productos de un grupo de expertos, un grupo de defensa del medio ambiente o un grupo de discusión filosófica. El documento está salpicado de términos como antropocentrismo y paradigma tecno-económico. La encíclica aborda múltiples aspectos del daño ambiental que expolia nuestra «casa común», pero el tema más importante es la aceptación de la montaña de evidencias científicas que afirman que la actividad humana está calentando el planeta, y la consiguiente necesidad de cambiar la dirección de esta actividad.

La encíclica también es contundente y perspicaz en la descripción de las razones para la resistencia a este mensaje. «Muchos de los que tienen más recursos o poder económico o político», dice Francisco, «parecen sobre todo preocupados en enmascarar problemas o esconder sus síntomas…» El documento observa, además, que «hay muchos intereses especiales e intereses económicos que acaban yendo fácilmente contra el bien común y manipulando la información para que sus propios planes no se vean afectados».

Este es un buen análisis de la idea subyacente en algunas de las reacciones resistentes a la encíclica, incluso de algunos políticos estadounidenses que pertenecen a la iglesia que Francisco encabeza. Esto incluye a Jeb Bush, que ha sido a principios de este mes el único candidato presidencial republicano invitado a hablar en un retiro de golf y pesca organizado por la industria del carbón, que es uno de los más destacados de los intereses especiales opuestos a actuar contra el calentamiento global. Como reacción a la encíclica papal, Bush dijo: «No entiendo la política económica de mis obispos o mi cardenal o mi papa». Bush continuó: «Creo que la religión debería tratar de hacernos mejores como personas y no de las cosas que acaban entrando en el ámbito político». Bush no parece tener reparos como gobernador de Florida para tener en cuenta orientaciones de su iglesia en temas que entran en el ámbito político; cita a menudo las enseñanzas de la iglesia como una guía para políticas públicas en asuntos tales como el aborto.

Incluso las más pronunciadas inconsistencias de este tipo provienen de sus compañeros católicos, y un político abiertamente cristiano, Rick Santorum, ha dicho sobre la encíclica: «La iglesia se ha equivocado varias veces en ciencia, y creo que probablemente estamos mejor dejando la ciencia a los científicos…» El papa Francisco, por supuesto, lejos de intentar que la iglesia haga pronunciamientos científicos, se está refiriendo al abrumador consenso científico sobre el cambio climático global y las razones del mismo. Dejar la ciencia para los científicos es exactamente lo que está haciendo en la encíclica. Esto es mucho más respetuoso con los valores de la Ilustración y el método científico que la negación absoluta del cambio climático o la táctica habitual de los políticos americanos resistentes que, dándose cuenta de la estupidez de tal negación, aún tratan de poner en duda el consenso científico con una pseudo-agnóstica táctica: «Yo no soy un científico».

Cuando se trata de ser guiados por las enseñanzas de la Santa Sede (en asuntos que no sean el cambio climático), uno de los pronunciamientos más directos de Santorum, proferido durante la campaña presidencial del 2012, fue un comentario sobre la promesa de John F. Kennedy medio siglo antes, que si fuera elegido presidente no impondría la fe católica a la nación. La declaración tranquilizadora de Kennedy sobre la separación de iglesia y estado, dijo Santorum, le hizo venir «ganas de vomitar».

Ahora, en respuesta a la publicación de la nueva encíclica, Santorum dice que la iglesia debe centrarse en lo que es «realmente bueno, que es la teología y la moral». Bueno, ciertamente hay una gran cantidad de teología y moral en la encíclica. Francisco enmarca el calentamiento global y otras degradaciones del medio ambiente como una cuestión moral en dos dimensiones principales. Una es la de los ricos contra los pobres, con los intereses económicos de primer orden e influencia política que impiden la acción para corregir la destrucción del medio ambiente, que hace que los pobres sufran al menos tanto como cualquier otra persona. La otra dimensión consiste en la generación actual ante las generaciones futuras. La encíclica tiene una sección titulada «La justicia entre generaciones». Es un error, dice Francisco sobre la actual generación, tener un enfoque centrado en los propios intereses económicos inmediatos, que arruinan el planeta donde las generaciones futuras han de vivir. Esta es una cuestión moral, así como un problema económico y un tema político. Los políticos tienen que hacer frente a la cuestión en todos estos niveles.

Paul R. Pillar, en sus 28 años en la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, ha llegado a ser uno de los mejores analistas de la agencia. Actualmente es profesor visitante en la Universidad de Georgetown para los estudios de seguridad.