Desde inicios del siglo XX la Física viene descubriendo que aquello que llamamos la realidad es solo la superficie de ella. Tal descubrimiento es seguramente lo que más caracteriza a los últimos avances científicos. El gran matemático, físico y astrónomo sir James Jeans lo expresó perfectamente:

“Desde un amplio punto de vista filosófico, muchos sostendrían que el mayor logro de la física del siglo XX no es la teoría de la relatividad y la unificación de espacio y tiempo que comporta, ni la teoría cuántica con su aparente negación  de las leyes de la causalidad, ni la disección del átomo y el consiguiente descubrimiento de que las cosas no son como parecen: es el reconocimiento generalizado de que todavía no estamos en contacto con la realidad última.”

Este descubrimiento ha ido de la mano de un proceso de unificación de muy diversas leyes cuya relación entre sí mismas no acababa de ser conocida (con frecuencia, ni tan solo imaginada). Tal unificación se ha ido plasmando en fórmulas más y más integradoras, como es la de la relatividad general, citada por James Jeans.

Por el contrario, en un proceso completamente opuesto a este de la Física, la élite económica que en nuestro mundo globalizado ha conseguido secuestrar la democracia y que es la que toma las decisiones realmente importantes, está empeñada en mantener a la opinión pública en la superficie de los acontecimientos, en presentar tal superficie como la realidad misma y en impedir que nuestras sociedades “libres” e “informadas” conecten esos acontecimientos con las causas que los provocaron. Actualmente, lo más característico de los grandes medios de comunicación, propiedad de estas gentes, es tanto el silenciamiento de las claves últimas (aquellas que nos permiten entender todas las grandes tragedias que nuestro mundo está viviendo) como el control de las imágenes (que son las que más efectivamente mueven los sentimientos y emociones de la gente) o incluso su fabricación.

En octubre de 1996 el Frente Patriótico Ruandés, liderado por Paul Kagame, bombardeó con armas pesadas los campos de refugiados instalados el este del Zaire, actual Congo, en los que muchos cientos de miles de hutus ruandeses malvivían bajo la bandera de la ONU. A continuación, fueron perseguidos y una gran cantidad de ellos exterminados. Después de haber llevado a cabo diversas acciones solidarias a favor de aquellos refugiados, acciones que llegaron al extremo de un ayuno de cuarenta y dos días en Bruselas en el invierno de 1997, nadie puede acusarme de ser indiferente a la suerte de los refugiados, seres humanos que han visto como era destruido, de la noche a la mañana, casi todo aquello que constituía sus vidas cotidianas. Sin embargo las actuales imágenes de cientos de miles de ellos perdidos en una Europa mezquina y cruel solo son la punta visible de un proyecto de caos y “reordenación” tanto de África como del llamado Gran Oriente Medio. Esas mareas humanas de refugiados no son una especie de fenómenos naturales e imprevisibles, cual si de terremotos se tratase. Las imágenes de tales mareas no deberían distraernos del proyecto del que nuestros propios dirigentes políticos son cómplices, como mínimo por sometimiento.

No deberíamos olvidar nunca los cables de Wikileaks y otros documentos secretos que evidencian la sumisión de nuestros propios dirigentes a las amonestaciones y directrices que les imponen quienes lideran el proyecto atlantista. Un proyecto con un número cada vez mayor de bases militares (como las de Morón y Rota, cada vez más importantes para las operaciones del Pentágono en África), con unas intervenciones “democratizadoras” cada vez más frecuentes y sangrientas, con unos aliados (como Arabia Saudí, Catar, Turquía o Israel) cada vez más “ejemplares” en esta “noble” tarea “democratizadora”. Bases, intervenciones, aliados… que ya tenemos tan asumidos que ni tan solo nos escandalizan.

Las más importantes imágenes para comprender lo que está sucediendo no son las hirientes imágenes de los refugiados acampados o en marcha sino otras que nunca veremos: las de las reuniones, realizadas en lujosos despachos, en los que un reducido grupo de gente, educada y culta, decide, sin inmutarse lo más mínimo, todas estas tremendas debacles geopolíticas. O las imágenes de los encuentros en los que se dan a los líderes occidentales subalternos las necesarias directrices para avanzar en ese proyecto de dominación hegemónica.

El pasado sábado, una de las tres personas que recibió en Bruselas el premio Victoire Ingabire Umuhoza de 2016 fue el politólogo canadiense, de origen congoleño, Patrick Mbeko. En su último libro (en colaboración con Honoré Ngbanda, máximo responsable de los Servicios de Información y Seguridad del Zaire de 1985 a 1990 y Ministro de Defensa de 1990 a 1992) documenta extensamente lo que ya algunos habíamos escrito hace años sobre cómo se gestó, en el núcleo mismo de los grandes poderes económicos anglosajones, el proyecto de caos y “reordenación” de la enorme región del África de los Grandes Lagos. El título de dicho libro es precisamente este: Estrategia del caos y la mentira. Poker mentiroso en el África de los Grandes Lagos.

De modo semejante, seguro que dentro de dos o tres décadas otros investigadores documentarán con todo detalle cómo se gestó esa misma estrategia para Irak, Libia, Siria, etc. Una estrategia criminal que cada día es más evidente para quienes busquen fuentes de información no contaminadas. Una de las últimas voces honestas y autorizadas que han criticado esta gran farsa ha sido la del abogado Robert Kennedy Jr. en un artículo para la revista Político.

En él, el sobrino del expresidente norteamericano John F. Kennedy expone una de las más importantes claves que explican la decisión de Estados Unidos de organizar una campaña contra el legítimo gobierno de Bashar al-Asad. Expone que esta decisión no se tomó tras las protestas civiles pacíficas sino unos años antes, cuando este rechazó el proyecto que le propuso Catar de construir un gasoducto por valor de 10.000 millones de dólares, gasoducto que atravesaría Arabia Saudí, Jordania, Siria y Turquía. Esa infraestructura hubiera garantizado que los reinos suníes del golfo Pérsico tuvieran una ventaja decisiva en los mercados mundiales de gas y hubiese fortalecido a Catar, que es el más estrecho aliado que Estados Unidos posee en la región. Allí se encuentran dos de las principales bases militares norteamericanas y la sede del Mando Central de Estados Unidos en Oriente Medio.

Pero el presidente sirio se negó a firmar ese acuerdo. Y unos meses más tarde comenzó a negociar con Irán la construcción de un gasoducto alternativo que llevaría el gas desde Irán al Líbano y que hubiese convertido al país persa en uno de los mayores proveedores de gas a Europa. Inmediatamente después de la negativa de Bashar al-Asad al proyecto propuesto por Catar, las agencias de inteligencia de Estados Unidos, Catar, Arabia Saudita e Israel comenzaron a preparar una revuelta para derrocar al régimen de Assad, según los datos de diversos informes secretos a los que tuvo acceso Robert Kennedy Jr. Este explica también que la CIA transfirió seis millones de dólares a la cadena de televisión británica Barada, para que elaborara reportajes en favor del derrocamiento del mandatario sirio.

En su artículo recuerda además que la inteligencia norteamericana ha utilizado a los yihadistas desde mediados del siglo XX para proteger los intereses estadounidenses relacionados con los hidrocarburos y para derrocar a regímenes en Oriente Medio. Y que ya en 1957, Estados Unidos trató en vano de provocar una revolución en Siria y derrocar al gobierno secular democráticamente elegido. Sin embargo, finaliza Robert Kennedy Jr., no se detuvo ahí, sino que la aparición de “el grupo criminal petrolero” Estado Islámico es el resultado de una larga historia de intervención de Estados Unidos en la región.

Mientras tanto los refugiados siguen por Europa su particular camino del Calvario tras haber abandonado sus ciudades y sus historias familiares, arrasadas por aquellos para los que todo esto solo son geoestrategias en un gran tablero de ajedrez. Un tablero mundial en el que, como ya expuso hace tiempo Zbigniew Brzezinski, ganará la partida aquel que controle Eurasia, el Oriente Medio y África.