Me llamo Jimena (por el Cid) Rodrigo. Soy argentina. Tengo 42 años y llevo 4 sobreviviendo con los sirios en Alepo. El terror del Estado Islámico es irracional, pero sus fines están muy pensados: llegan a enterrar vivos ante sus madres a niños cristianos para causar éxodos y controlar territorio

Nací en Villa Mercedes, San Luis (Argentina), en una familia de abuelo navarro, de Tudela: un hogar con cin-co hermanos donde se respiraba fe.

¿Por qué se hizo monja?

Porque me faltaba algo y descubrí que ese algo era hacer más por todos, así que empecé el noviciado hace 24 años en una comunidad fundada en Argentina, el Verbo Encarnado. A los 19 años, me enviaron a Oriente Medio.

¿Cuántos son ustedes allí?

Entre Egipto, Iraq, Siria, Jordania…, 64. Mi primer destino fue Belén, donde aprendí árabe, pero en aquel portal había menos paz que en este de Madrid donde hacemos la foto, y los cristianos palestinos sufren una ocupación.

¿Dónde la enviaron después?

A Egipto, y allí trabajé 12 años, hasta el 2000. Tampoco era un destino fácil, pero sí hermoso, porque estamos dando testimonio de la persecución de la minoría cristiana copta. Y entonces me hicieron provincial de la orden.

¡Multiplicó sus problemas!

Al contrario, eran muchas esperanzas: hospitales, orfanatos, colegios, universidades… Todos cristianos en momentos muy difíciles para nosotros. La verdad es que me empleé a fondo, viajaba continuamente y adelgacé mucho…

Pues cuídese, que hace mucha falta.

Por eso, en el 2010 los médicos me pidieron que me tomara un descanso y, para relajar mi ritmo, elegí una comunidad tranquila en el país más estable de la región: Siria…

¡Vaya ojo tiene usted para el relax!

¡Entonces Siria era estable! Lo elegí porque era un país independiente, próspero, de gente muy trabajadora, donde no se aplicaba la charia, la ley islámica, y se disfrutaba de cierta tolerancia. Pero nada más llegar empecé a ver las primeras manifestaciones.

¿Contra el régimen?

Ya entonces esas revueltas estaban protagonizadas por extranjeros que hablaban el árabe con otros acentos y venían pagados para empezar en Siria otra guerra continua.

El régimen de El Asad no es ejemplar.

Es menos malo que el terror del Estado Islámico y la guerra civil. En esas manifestaciones entonces ya se empezaron a descuartizar cristianos… ¿Cree usted que eran demócratas de clase media luchando por la libertad?

Siria ha sido invadida por mercenarios de potencias extranjeras que dirimen en ella sus oscuros intereses. Después fueron haciéndose con territorio gracias al terror más irracional con fines racionales… Provocar el éxodo.

¿Qué es lo peor que han hecho?

Por ejemplo, enterrar vivos a niños cristianos, por serlo, delante de sus madres…

¿Cómo es un día suyo en Alepo?

Hace cuatro años que no han dejado de caer bombas ni un solo día. Vivimos con un ratito de corriente eléctrica al día y otro ratito de agua en las cañerías. Un día nos cayó un misil tierra-tierra en la catedral.

¿Estaba usted dentro?

Yo iba a subir a la terraza, donde me hubiera destrozado, pero justo me avisaron de que tenía que bajar… Y entonces cayó. Hubo cuatrocientos muertos y cientos de heridos. Yo cogí a una de mis estudiantes con una viga de hierro clavada en la espalda y me la llevé al hospital, pero estaba colapsado… Además nos bombardeaban también los hospitales…

¿Miedo? ¿No ha querido huir nunca?

Al contrario, la sensación de peligro inminente que da la guerra dota de una enorme intensidad la vida. Te aferras al momento y hasta el acto más nimio se carga de significado. Es el mindfulness, el contacto pleno con el aquí y ahora –y para el cristiano también con lo que vendrá– más profundo que conozco.

¿Por qué ha salido de Alepo?

Tuve que volver a Argentina por un problema familiar y estoy deseando volver. Para lograr salir cogí un autobús por remotas carreteras locales hasta llegar a la frontera con Líbano.

¿Ve algún final para todo ese horror?

Veo a las estudiantes sirias que resisten: vienen a clase día tras día desde las aldeas más aisladas ahora devastadas… ¡Este pueblo saldrá adelante por mucho que lo quieran hundir!

¿Van a estudiar bajo las bombas?

Las aulas están abiertas y damos clases, sí señor. Las chicas y chicos vienen a la universidad desde lejanas aldeas jugándose literalmente el cuello para llegar a ser algún día ingenieros o médicos… Por eso me duele tanto ver a otros jóvenes en nuestros países despreciando la oportunidad de aprender.

Otros sirios han preferido irse.

Alepo fue una próspera capital de cinco millones de habitantes y la mayoría aún resiste diciéndole al terror que no cree en él y llevando una vida lo más normal posible, pero otros cientos de miles se han ido, y se irán más si no los asistimos en su propio país.

Además de caridad, es una inversión.

Nadie quiere abandonar sus casas para venir aquí: y podemos lograr que muchos más resistan allí sin emigrar. Por eso hemos lanzado la campaña “Con los refugiados en origen”.

Los refugiados son parte del problema.

Un principio de la solución es la propuesta del Papa de que la ONU fuerce una alianza global para el cese de las hostilidades. Pero lo que sí frenaría la guerra es que dejáramos de vender armas y comprar petróleo a los contendientes.