Los atentados terroristas de París nos han sacudido de nuevo. En nosotros se mezclan sentimientos de dolor, rabia, impotencia, solidaridad… Encontramos irracional el fanatismo de los terroristas, que los hace despreciar la vida humana, empezando por la propia. Inmolan tras causar el mayor número de víctimas posibles, de gente de la calle, de gente desconocida, anónima. ¿Es fanatismo religioso o político, es sed de venganza, desesperación…? Nunca lo entenderemos, sólo podemos condenarlo y refugiarnos en los valores de la democracia, la libertad, la solidaridad… y tener claro que la violencia engendra violencia. Aunque sea violencia verbal, la de aquellos que culpan de los atentados a toda una etnia, a todos los seguidores de una religión o a todos los miembros de una raza. O, como en nuestro país, la violencia verbal de aquellos que, miserablemente, han relacionado los atentados de París con el proceso soberanista de Cataluña.

Y esto sirve, especialmente, para aquellos gobernantes que se han servido de la violencia para conseguir sus objetivos políticos, económicos, geoestratégicos… pero, ¿a qué precio? Estos días leemos los comunicados de condena de los gobernantes occidentales. Su cara compungida sale en las pantallas de televisión para conjurarse, ahora, contra el terrorismo «yihadista». Se muestran horrorizados ante las decenas de cadáveres, víctimas del último atentado. Sin embargo, ¿deben sentir el mismo horror ante los millones de cadáveres que han provocado sus acciones políticas? ¿Siente horror Zbigniew Brzezinski, asesor presidencial de los EEUU, que presume de haber inventado los «muyahidines» en Afganistán, de los que salió al Qaeda? ¿Y Toni Blair, que hace unos días reconocía el «error» de la guerra injusta e ilegal de Irak, que él promovió, junto con Bush y Aznar? ¿Han pedido perdón por los millones de víctimas que provocó su «error»? Y Obama, ¿debe sentir horror por el caos provocado en Libia por los fanáticos de Al Qaeda, presentados al mundo como la primavera árabe que combatía a Gadafi? Y Hollande, ¿siente el mismo horror por los millones de muertos y desplazados en Siria, atacada injustamente por Francia que, según declaraciones del mismo Hollande, vendió «armas letales» a la oposición armada siria? ¿O Arabia Saudí y Turquía, principales financiadores de los terroristas de ISIS que operan en Siria? Todos ellos son los que han financiado y armado a un «terrorismo bueno» para derribar gobiernos que no se doblegaban a sus intereses económicos o los de sus empresas multinacionales. Sin embargo, este «terrorismo bueno», ¿les ha huido de las manos? ¿O son tan maquiavélicos que este terror global forma parte de su plan?

Tal pensamiento sería una alocada paranoia, si no fuera por las declaraciones del general estadounidense Wesley Clark, ex comandante supremo de la OTAN durante la guerra de Kosovo, el cual, en una entrevista televisada en 2007 denunció los planes de los EEUU de tomar los gobiernos de siete países: Irak, Sudán, Somalia, Libia, Siria, Líbano e Irán. La metodología siempre es la misma: promover, armar y financiar a unas supuestas rebeliones internas que generan el caos y la represión del gobierno al que se quiere derrocar; dar amplia difusión mediática del conflicto en todo el mundo, con la complicidad de algunas importantes ONG financiadas por «filántropos» que sacarán tajada; y, finalmente, invocar la «responsabilidad de proteger» a la población civil. Es otra clase de terrorismo, el terrorismo de Estado, mucho más destructor y letal. Y si no, ¿qué ha quedado en Ruanda, Congo, Somalia, Sudán, Afganistán, Irak, Libia, Siria…? ¿Y qué viene a continuación? Apuntad a Ucrania.

Propongo que, en las cumbres que celebran estos días añadan un nuevo punto: cómo derrotar a los que financian y arman a los terroristas. Y que pongan un espejo bien grande en la sala de reuniones.