En dos ocasiones, por escrito, he alabado dos cartas encíclicas del Papa Francisco: una de defensa del medio ambiente y la otra contra la pobreza. Alabé la claridad y valentía del Papa, así como las propuestas que hacía. Pero, hace unos días, una noticia del Vaticano sacudió el espíritu de muchas personas que han seguido el conflicto en la Región de los Grandes Lagos de África: misioneros, miembros de las ONG…, que han luchado por qué la verdad y la justicia se impongan al fin tras años de manipulación y dictaduras. El Papa recibió al presidente ruandés Paul Kagame y le pidió perdón públicamente por la responsabilidad de la iglesia ruandesa en el genocidio tutsi de 1994.

La versión oficial sostiene que, en el año 1994 los hutus radicales de Rwanda, incitados por miembros de su Gobierno, enloquecido, como consecuencia de un atentado contra el avión presidencial que llevaba a los presidentes hutus de Burundi y Rwanda, y asesinaron a 800.000 tutsis. Es la misma versión de la famosa película «Hotel Rwanda» que describe las masacres de aquellos días espantosos, hasta que llegó el Frente Patriótico Ruandés (FPR), comandado por Kagame, y restableció el orden.

Hoy, sin embargo, gracias a informes de las Naciones Unidas y, sobre todo, a la Justicia francesa y española, conocemos lo que ocurrió realmente. El magistrado Bruguière del Tribunal de la Grande Instance de París concluyó que el atentado en que se asesinó a ambos presidentes hutus fue autoría del FPR. Más contundente, aún, es el Auto judicial del magistrado Fernando Andreu de la Audiencia Nacional Española, a instancias de una querella iniciada por la Fundación s’Olivar y familiares de las víctimas, el cual, después de interrogar a decenas de testigos protegidos, concluye que el FPR, desde 1990 hacía incursiones armadas desde la vecina Uganda con la intención de provocar el terror, las cuales provocaron más de 200.000 muertes. Un millón de hutus se habrían ido concentrando en los alrededores de la capital Kigali huyendo de las torturas y asesinatos de los tutsis de Kagame. El asesinato de los presidentes hutus fue el detonante de la violencia hutu, que después fue duramente reprimida. El FPR inició una depuración sistemática de los hutus, persiguiéndolos hasta el vecino Congo y ocupando parte de las regiones del Kivu (ricas en minerales como el coltán). Como consecuencia, el magistrado Andreu envió a la Interpol una orden internacional de búsqueda y detención de cuarenta altos cargos del FPR acusados ​​de genocidio, crímenes contra la humanidad, terrorismo, violaciones, pillaje y del asesinato de ocho ciudadanos españoles, religiosos y de médicos del mundo. El resultado de este «otro» genocidio, siempre escondido, es de más de tres millones de hutus asesinados, el 40% de la población ruandesa, más otros cinco millones de víctimas congoleñas.

Entre los asesinados destaca la cúpula de la iglesia católica y muchos misioneros, testigos incómodos del golpe de Estado de Kagame y de su horror. De aquí que haga estremecer que el Papa Francisco haya pedido perdón, en nombre de la iglesia, a este monstruo. Mucho más cuando aún continúa la dictadura, la represión de los disidentes y el pillaje de recursos del rico, pero empobrecido Congo. La líder de la oposición ruandesa, Victoire Ingabire, hace seis años que está encarcelada por haber intentado presentarse a las elecciones presidenciales, al igual que otros opositores, encarcelados o desaparecidos.

Imagínense el sufrimiento del pueblo hutu, haber sufrido un genocidio pavoroso y ser él el acusado. Ahora añadan el dolor por la puñalada del Papa. ¡Qué mundo!