El año 2015 se cumplen 300 años de la rendición de Mallorca a las tropas borbónicas. He escrito expresamente la palabra rendición porque la abolición del derecho civil, vigente hasta entonces en Mallorca, y la prohibición del uso oficial de la lengua catalana y su sustitución por el castellano, fueron actos derivados de una conquista militar que venció a la resistencia del pueblo y a las instituciones mallorquinas. Así consta en actas de diferentes ayuntamientos mallorquines, en el que se da fe de la capitulación de la corporación ante las tropas borbónicas. No fue, por tanto, una simple guerra de sucesión, como la historia oficial defiende, sino una auténtica guerra de conquista y posterior imposición de las leyes y de la lengua oficial castellanas, al más puro estilo colonial. Fueron abolidas las instituciones de gobierno y empobrecido el pueblo con los nuevos tributos que impuso la corona de Castilla a los ciudadanos de Cataluña, de la Comunidad Valenciana y de las Islas Baleares.

Desde entonces, con etapas de mayor o menor virulencia, la lengua catalana ha sido reprimida y se ha practicado el expolio fiscal de manera sistemática. Hasta que llegó el fin del franquismo y la transición política dio paso al sufragio universal y a los estatutos de autonomía. Parecía que España, al fin, reconocía su pluralidad. Cierto que la Constitución mantenía la preeminencia del castellano-español sobre el resto de lenguas oficiales, que ni siquiera eran mencionadas en la Carta Magna; que encargaba la defensa de la unidad al ejército; que prohibía la federación de comunidades autónomas, con la clara intención de evitar cualquier acercamiento entre los Países Catalanes… A pesar de todo, ingenuos -aunque algunos no votamos a favor de aquella Constitución- pensábamos que, con el tiempo, la democracia avanzaría y que permitiría la plenitud de las distintas naciones del Estado.

Pero, desde el primer momento, ya se vio que España no quería cambiar. El café para todos fue la fórmula para diluir los hechos diferenciales con la creación de autonomías con parlamentos sin ninguna tradición histórica. Las lenguas distintas del castellano continuaron sin ningún apoyo de las instituciones estatales. Y se institucionalizó el agravio fiscal entre comunidades, entre las que las Islas Baleares ha sido la más perjudicada. Además, se diseñó una red de comunicaciones radiales, con la clara intención de potenciar económicamente a la capital y dificultar el crecimiento de los motores económicos estatales, especialmente el eje mediterráneo. Hasta que durante la segunda legislatura de José María Aznar, con el sin complejos, dejaron las cosas bien claras. Con la frase cedimos cemasiado, las oligarquías españolas, con la voz de políticos y creadores de opinión de todo tipo, se reconocían como herederas del franquismo y renegaban de las «cesiones» que creían haber hecho durante la transición política. A partir de aquí, comienza la involución y el acoso a las autonomías, los recursos de inconstitucionalidad, las leyes uniformadoras, la voluntad de españolizar, en el bien entendido que esto significa castellanizar.

En las Islas Baleares hemos tenido la desgracia de conocer y de sufrir la verdadera cara de la España más rancia, personalizada en José Ramón Bauzá. Este individuo se ha encarnizado con la lengua catalana con la complicidad de un partido que dicen que tiene más de veinte mil militantes. Durante cuatro años, ha mostrado una obsesión enfermiza contra la lengua, consumada, finalmente, con el cierre del Canal 3/24 y del K3/33. Es la gota que colma la copa y que muestra las vergüenzas de la democracia española, sea gobernada por cualquiera de los dos partidos de turno.

Dicen que el cierre de los dos canales responde a motivos técnicos; pero, observando las diferentes ofertas televisivas que tenemos en Baleares, entre los cerca de trescientos canales públicos, canales privados, en abierto y de pago, encontramos numerosos canales en castellano, inglés, alemán, francés, italiano, portugués…, incluso, en árabe. Mientras que en catalán, únicamente quedan el canal internacional de TV3, las privadas Canal 4 y TVEF y la bilingüe IB3. En el País Valenciano, aún están peor, no tienen ninguna.

300 años más tarde, mañosamente, vuelven a reprimir el uso de la lengua catalana, en este caso con armas mucho más peligrosas que las de entonces, porque son conscientes de que, en el siglo XXI, ninguna lengua puede sobrevivir si no cuenta con unos buenos medios audiovisuales que ayuden a conocerla y a hacer difusión de ella. Pero, si hemos resistido 300 años, bien podremos resistir hasta el 24 de mayo.