Desde que Pablo Iglesias comenzó a participar en debates televisivos, fui un admirador de su capacidad de comunicación. Encontraba, y aún lo encuentro, que hace un diagnóstico correcto de la situación política y económica de España y una denuncia valiente de los culpables de la crisis que padecemos. Es más, he defendido Podemos en privado y, incluso, en algún artículo en los medios de comunicación con el argumento de que, si Podemos no puede cumplir sus promesas, no hará nada que no haya hecho el PP y que, en caso de llegar al gobierno, difícilmente lo hará peor que el actual gobierno de Mariano Rajoy. Pero, desde hace unas semanas, no puedo evitar clasificar a los principales portavoces de Podemos como la casta de gente que no me gusta.

No me gusta la casta de gente que pone en el mismo saco a los oligarcas y a las élites de los dos grandes partidos estatales con la gente que ha tenido una larga trayectoria política impecable y que ha combatido con fuerza, casi sin medios, al actual sistema político y económico. Por acción o por omisión, yo nunca puedo permitir que organizaciones como ERC y la CUP en Cataluña, Compromiso en Valencia, MÉS en Mallorca y Menorca, el BNG en Galicia, la Xunta en Aragón o Izquierda Unida, entre otros, se asimilen a la casta política corrupta que ha degradado a las instituciones.

No me gusta la casta de gente que gana sin esfuerzo -sólo saliendo en la televisión- lo que otros luchan para ganar con el esfuerzo personal en la calle y en la sociedad, sin el apoyo de los grandes medios de comunicación. No puedo evitar preguntarme por qué en las cadenas de televisión estatales sólo salen el PP, el PSOE, Podemos, UPyD, Ciudadanos y en alguna ocasión IU, mientras que los partidos que cuestionan el modelo territorial español no existen.

No me gusta la casta de gente que, con la excusa de defender los derechos individuales, se opone a la defensa de los derechos colectivos, y así perpetúa el statu quo establecido por la casta política española. No entiendo como se pretende promover la participación popular, mediante asambleas participativas, mientras se ignora la movilización de casi dos millones y medio de personas que claman para decidir su futuro. No hay, en este momento, ningún movimiento más transformador y rupturista en toda Europa como el soberanismo en Cataluña.

No me gusta la casta de gente que utiliza la fobia a los catalanes, fomentada por la casta política española desde hace más de trescientos años, para ganar votos en España.

No me gusta la casta de gente que compara Artur Mas, que está imputado por propiciar que el pueblo vote, con Mariano Rajoy o Esperanza Aguirre, que impide que el pueblo vote.

No me gusta la casta de gente que califica de error las alianzas con el partido de Mas para defender la soberanía, pero que encuentra correcto coincidir con Rajoy, Sánchez, Rivera y Díez para impedir la soberanía de Cataluña.

No me gusta la casta de gente que cree que su lengua es más importante que la de los otros y que pretende imponerla, negando el uso del catalán incluso en las asambleas en las que dice que defiende las libertades de los individuos. Este es un debate que ya creíamos superado hace años y que Bauzá ha intentado reabrir durante toda la legislatura.

No me gusta la casta de gente que margina a las personas que han militado en otro partido político o que han participado en listas electorales, como si la militancia política, por definición, fuera un acto sospechoso y malvado, en lugar de ser lo que es, una forma más de participación política dentro de la sociedad. Parece que se da por buena la cita de «todos son iguales», que tanto ha fomentado la derecha.

Por eso, no me gusta la casta de gente que rezuma tanta superioridad moral que llega a convertirse en arrogancia. Hace mucho daño que algunos de los que ahora han descubierto la política ignoren y desprecien la lucha hecha por miles de personas, dentro de partidos políticos, que se han enfrentado con valentía al caciquismo, muchas veces a costa de un gran sacrificio personal como, por ejemplo, avalar con el patrimonio personal la suspensión de la urbanización de Ses Covetes, que finalmente ha sido derrumbada por mor de una sentencia del Tribunal Supremo, y tantas luchas que se han llevado a cabo en defensa del territorio, de la lengua propia y de los más desvalidos.

Tal vez, esta casta de gente con el tiempo superará el mal de altura provocado por una ascensión tan vertiginosa. Por eso les dedico este escrito. Sólo entonces será cuando, junto con tanta gente que lucha desde hace décadas, estarán preparados para derrotara a la casta.