Hay una gran alegría esta noche en los lugares acostumbrados a alegrarse. El mejor champán debe correr en los lugares que tienen un montón, en casa de Bernard Arnault, por ejemplo, la primera fortuna de Francia (undécima en el mundo), propietario entre otras muchas cosas de los diarios Parisien, Aujourd’hui France y Echos , todos fervientes seguidores de Emmanuel Macron. Las copas también deben sonar allí donde el multimillonario peripatético Patrick Drahi se encuentra a sí mismo, nacido en Marruecos, con doble nacionalidad franco-israelí, residente en Suiza, propietario de un imperio de grandes medios de comunicación y telecomunicaciones, incluyendo el epítome renegado del post-Mayo del 68, el tabloide Libération, que publicó un titular pidiendo a los votantes de dar su voto a Macron un día después de que la campaña electoral estuviera legalmente terminada.

La lista es larga de multimillonarios, banqueros y figuras del establishment que tienen derecho a alegrarse del extraordinario éxito de un candidato que ha sido elegido presidente de la República Francesa con la reivindicación de ser «un extraño», cuando de hecho nadie en la historia ha recibido tan apoyo por unanimidad de todos los conocidos que te puedas imaginar.

También debe haber satisfacción en las embajadas de todos los países cuyos gobiernos han interferido abiertamente en las elecciones francesas –el de Estados Unidos, por supuesto, pero también Alemania, Bélgica, Italia y Canadá, entre otros, que fervientemente exhortaban a los franceses a tomar la decisión correcta: Macron, por supuesto. Todos estos promotores de la democracia occidental pueden deleitarse con la inexistente pero fracasada interferencia de Rusia –de la que no hay pruebas, pero parte de la diversión estos días de unas elecciones en territorio de la OTAN es acusar a los rusos de intromisión.

En cuanto a los franceses, la abstención ha sido casi récord, ya que gran parte de la izquierda no podía votar por el enemigo autoproclamado del derecho del trabajo, pero no se ha atrevido a votar por la candidata de la oposición, Marine Le Pen, porque nadie puede votar por alguien que ha sido etiquetado de «extrema derecha» o incluso «fascista» por una increíble campaña de denigración, aunque no haya ningún síntoma visible de fascismo y su programa fuera favorable a las personas de bajos ingresos y a la paz mundial. Las palabras cuentan en Francia, donde el terror de ser acusado de compartir la culpa de la Segunda Guerra Mundial es abrumador.

Las encuestas indican que hasta un 40% de los votantes de Macron lo eligió únicamente para «bloquear» el supuesto peligro de votar por Marine Le Pen.

Otros a la izquierda votaron por Macron prometiendo públicamente que «lo combatirían» una vez fuera elegido. Ni en sueños.

Puede haber manifestaciones en la calle en los próximos meses, pero tendrán poco impacto en la promesa de Macron de echar por tierra el derecho laboral francés por decreto. Los trabajadores y empresarios se verán las caras en un momento en que el empresariado es fuerte gracias a las deslocalizaciones, y los trabajadores están desorganizados y debilitados por los efectos diversos de la globalización.

Como Jean Bricmont dijo, el presidente francés saliente, François Hollande, se merece un Premio Nobel de manipulación política.

En un momento en que él y su gobierno eran tan impopulares que todo el mundo estaba a la espera de las elecciones como una oportunidad para deshacerse de ellos, Hollande, con la ayuda entusiasta de los principales medios de comunicación, bancos y oligarcas de todo tipo, ha tenido éxito en la promoción de su poco conocido asesor económico como candidato del «cambio», ni de izquierdas ni de derechas, una nueva estrella política totalmente fresca, con el apoyo de todos los viejos políticos de los que la gente quería deshacerse.

Esta es toda una increíble demostración del poder de las «comunicaciones» en la sociedad contemporánea, un triunfo de la industria de la publicidad, principales medios de comunicación y sus dueños multimillonarios.

Francia fue percibida como un punto débil potencial en el proyecto de globalización de eliminación de la soberanía nacional a favor del reinado del capital en todo el mundo. Gracias a un esfuerzo extraordinario, este peligro se ha evitado. Al menos por ahora.