Una multitud de precedentes históricos en los que un poder opresor (siempre prepotente y cada vez más rígido) se derrumbó estrepitosamente, hacen evidente una conclusión: la extrema y creciente rigidez y la omnipresente prepotencia de los líderes (financieros, empresariales, políticos, mediáticos y hasta judiciales) de un rancio nacionalismo españolista (que, paradójicamente, desprecia con arrogancia todo nacionalismo) es el síntoma de una ocultada fragilidad y el anuncio de que está cada vez más cerca un desenlace desastroso para esas élites españolistas. Unas élites cuya prepotencia siempre me ha llamado la atención. Hasta el punto de que, si tuviese que elegir su rasgo más característico, optaría sin duda por esa prepotencia. Una prepotencia que les lleva a imponerse a “los otros” constante y compulsivamente de un modo enfermizamente autoritario.

Limitándonos a las dos revoluciones lideradas por los más conocidos maestros de la no violencia, Mahatma Gandhi y Martin Luther King, sería muy instructivo y alentador para los sufridos y heroicos soberanistas catalanes el comparar los durísimos momentos finales de ambas revoluciones liberadoras con los dolorosas e ignominiosas agresiones que está sufriendo en estas últimas semanas la flamante República de Catalunya. Agresiones que incluso han culminado -por ahora- con el encarcelamiento de sus legítimos representantes políticos. Su ancestral e imperial arrogancia impidió a los británicos, por citar un solo ejemplo, ser conscientes de su propia debilidad frente a una superpoblada India y ver el desastre que ya se cernía sobre sus cabezas.

En este momento el peligro para el soberanismo catalán reside en rendirse justo en la hora decisiva. En este momento lo fundamental es ser conscientes de que la más oscura hora de la noche es precisamente la que precede el alba. Si la violencia policial el 1-O fue un punto de inflexión sin retorno, el indignante encarcelamiento de los miembros del legítimo Govern (tras el miserable encarcelamiento anterior de los dos más importantes representantes de la sociedad civil) ha sido una decisión (ejecutada por la juez Carmen Lamela, pero largamente planificada por el establishment españolista) que seguramente conllevará unas pesadas consecuencias para quienes pensaban ganar apoyo electoral con su incentivación del anti catalanismo y con su proclamación de mano dura en el cumplimiento de la ley. Su ley, por supuesto. E interpretada siempre del modo que les conviene a ellos, que se auto adjudican siempre la única interpretación legítima. Recurriendo incluso a cuantas irregularidades legales hagan falta, como ha sucedido ahora en el caso del encarcelamiento de los miembros del Govern.

Su ley, un ancla demasiado pequeña para pretender que les preserve del temporal que se viene, el temporal del clamor de millones de catalanes por la libertad. Si, para acabar ya, volvemos de nuevo nuestra mirada a los precedentes históricos, no hay necesidad de remontarse a la esclavitud para referirnos a los intereses inconfesables e incluso a las enormes injusticias y crímenes que han sido siempre ocultados bajo la bandera de la ley: una ley tan poderosa como la del apartheid sudafricano, sostenida por una gran potencia como Estados Unidos, no pudo anclar un sistema profundamente injusto y hasta criminal. La ley tampoco podrá anclar a un españolismo rígido y prepotente que ya va a la deriva.