En Crimea, se encuentran cada vez más restos de soldados alemanes. No pueden ser enterrados en el deslumbrante cementerio militar alemán cerca de la ciudad portuaria de Sebastopol porque las autoridades alemanas competentes se niegan a cooperar con las autoridades rusas. Dirigiéndose al presidente federal alemán, se permanece sin respuesta. ¿Qué pensar de un país que actúa así con sus muertos debido a la política actual de la OTAN?

¿Las advertencias se pierden en el vacío?

Venerar la memoria de los muertos supone la decencia más elemental y la responsabilidad hacia el pasado y el futuro. La historia del siglo pasado conoce demasiados eventos. Nada de esto debería caer en el olvido, ya que de ser así emergen nuevas aflicciones. ¿Esto no es cierto especialmente para Stalingrado y para el inmenso tributo en vidas humanas pagado por los habitantes más allá de Brest [frente del Este], después de la ofensiva del Imperio Germánico contra la Unión Soviética de la época? ¿Por qué no conmemoramos, 75 años después del final de la batalla de Stalingrado, a los millones de víctimas de esta guerra? ¿Por qué el gobierno alemán se niega a pagar tributo a las víctimas? ¿Por qué nos permitimos volvernos refractarios a Rusia nuevamente mediante políticas agresivas e hipócritas? Esto, precisamente, por estos pretendidos aliados que, con la guerra contra Austria-Hungría y la Alemania imperial de 1914, no tenían nada más en mente que la destrucción definitiva de Alemania y la monarquía austro-húngara.

¿Por qué, en Europa, todos hablan de la guerra otra vez con y en contra de Rusia, cuando es mejor recordar que fue Moscú quien nos dio la clave de la unidad nacional de Alemania? ¿Se quiere, por todos los medios, evitar ser conscientes de la inmensa y casi infranqueable diferencia entre el sufrimiento de millones de personas más allá de Brest y nuestra política actual con respecto a este país? La respuesta dirigida a nuestro país por Rusia y su pueblo, por todo lo que les hemos hecho sufrir, es el deseo sincero de vivir como buenos vecinos. Dios, ¿dónde hemos encontrado ya una cosa así?

Berlín se comporta como si esta actitud no le concierna. En este punto, Berlín se comporta de manera muy diferente a Bonn [antigua capital de Alemania Occidental]. ¿Por qué no imponemos que la «Carta de París para una Nueva Europa» firmada el 21 de noviembre de 1990, unas semanas después de la reunificación de Alemania, siga siendo el único documento central de la cooperación europea? Después de las atrocidades del siglo pasado, la guerra debería ser desterrada de Europa. Fue Bill Clinton como presidente de Estados Unidos y su secretaria de Estado Madeleine Albright quienes, a través de la guerra de agresión contra Yugoslavia, reinstalaron el viejo régimen de guerra europeo.

Debemos oponernos a la guerra

La cronología de los datos históricos muestra la dimensión de las actividades agresivas emprendidas contra otros Estados y pueblos. Nos damos cuenta al analizar el tiempo entre el 8 de enero de 1918 y junio de 1919, es decir, entre los famosos «14 puntos» del presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson, del armisticio de noviembre de 1918 y el Tratado de Versalles. En la isla Británica y en Francia, se decidió destruir la Alemania imperial y Austria-Hungría. Recientemente, en enero de 2018, el actual comandante en jefe británico ha sermoneado públicamente que se había querido atacar a los Imperios Centrales en 1912 (y no solo en 1914). La destrucción total de Alemania no fue posible. Por lo tanto, era necesario crear el Tratado de Versalles para que el Estado alemán, un Estado floreciente antes de la guerra, pudiera ser destruido desde dentro para lograr el objetivo militar planificado de su aniquilación.

Solo por el Tratado de Versalles se pudieron movilizar fuerzas infames en Alemania. Cualquier observador político objetivo reconocerá que es por un desarrollo similar, con el fin de lograr objetivos estratégicos globales, que este mecanismo es utilizado actualmente contra la Federación Rusa y el gobierno estatal de Moscú. A principios de esta década, la acción implementada por el Sr. Obama y la Sra. Clinton contra nuestro vecino ruso fue para todos nosotros como un trueno en un cielo azul. Los despliegues y las artimañas militares mortales durante la Guerra Fría no son nada en comparación.

Los generales estadounidenses hablan nuevamente en Europa de una gran guerra. Es difícil de creer y parece totalmente irreal, dada la política actual, que en el verano de 2012 la banda militar de la Bundeswehr fuera invitada a tocar en la Plaza Roja de Moscú. Tender más la mano por parte de Rusia ya no es posible. ¿Y cuál fue la respuesta alemana? Miembros del gobierno alemán participaron activamente en el golpe de Kiev contra Moscú. ¿Se quiere poner a Rusia fuera de combate según el modelo de 1914 y luego poder destruirla desde adentro? Nos preguntamos: ¿morir por Washington? [alusión a «¿Estáis listos para morir por Danzig?» en 1939]. Esto no apunta de ninguna manera al actual presidente Donald Trump. Sin embargo, todos los presidentes de Estados Unidos parecen querer librar «su» guerra, pero hasta ahora el Sr. Trump no ha llamado particularmente la atención cuando se trata de operaciones armadas. Sin embargo, uno puede preguntarse si su esfera de influencia va más allá del «jardín de rosas» de la Casa Blanca o si, dentro del liderazgo militar de la Casa Blanca, no son los comandantes estadounidenses globalistas quienes hacen la ley para cualquier acción. Solo una cosa parece ir mal: durante la Guerra Fría, la Unión Soviética se vio obligada a armarse hasta su muerte económica. Hoy, este objetivo ya no parece funcionar. Parece que en nuestro Occidente son los «fetichistas del 2%» quienes tienen el control [la OTAN exige un presupuesto militar mínimo del 2% del PIB a todos sus miembros.]

Willy Wimmer, exsecretario de Estado del Ministerio Federal de Defensa de Alemania.