«Hubo 900 heridos, donde están? Antonio Banderas.

Esta frase de Banderas retrata la postura de la mayor parte de la progresía española sobre la situación que se vive en Cataluña: ignorar la realidad. En una entrevista, el actor defensa de manera vehemente la violencia de los cuerpos de seguridad del Estado del pasado 1 de Octubre y la versión que han dado el Gobierno español y la prensa afín. Conscientemente, no quieren ver lo que todo el mundo ha visto a través de los medios de comunicación internacionales. No quieren inquietar su cómoda posición en un Estado en el que los franquistas han reverdecido exhibiendo su dominio de las instituciones. Ni siquiera los pronunciamientos de Naciones Unidas o de la oposición de la Justicia de Bélgica, de Suiza, del Reino Unido y de Alemania, que han dejado en evidencia las órdenes del juez Llarena, les han hecho dudar de su adhesión a la doctrina oficial. Ni tampoco han reaccionado ante la escalada de represión, no sólo contra los independentistas catalanes, también contra jóvenes vascos que hace más de quinientos días que están en prisión preventiva por una pelea de bar con dos guardias civiles, ni ante el encarcelamiento preventivo de titiriteros o las condenas a raperos por sus canciones. Tampoco quieren ver la impunidad con que campan guerrillas fascistas por Cataluña, Valencia, Palma o Madrid. Incluso, no cuestionan el mantenimiento en el poder de un partido acusado de organización criminal. La excepcionalidad del momento no permite la división de los «constitucionalistas». Seguro que Picasso, a pesar de su brutal denuncia de la violencia y la guerra, hoy sería «constitucionalista», afirma Banderas.

Y es que la izquierda española es víctima de un prejuicio y de un dogma: el prejuicio contra el catalanismo, al que vinculan a la burguesía catalana. Tanto da que La Caixa, Freixenet o el Banco de Sabadell fueran las primeras empresas en trasladar la sede social fuera de Cataluña, o que la gran patronal catalana siempre se haya manifestado españolista. Esta falsa progresía española prefiere ignorar que el soberanismo llegado a ser transversal en todas las capas sociales y orígenes. De hecho, el soberanismo se ha convertido en el movimiento que más cuestiona las estructuras corruptas de poder españolas y las deja en evidencia ante todo el mundo.

El dogma del que la izquierda española es prisionero, es la defensa de la unidad de la Patria y de su instrumento, la Constitución española. Y en esto, nada la diferencia de la derecha. Y no importa que, para defender la sagrada Constitución, el Poder la vulnere en los derechos humanos más importantes. Así, la libertad de expresión es perseguida; la inviolabilidad de los diputados electos, violada; la presunción de inocencia, hecha añicos; la información veraz, ultrajada; la separación de poderes, suprimida… Todo esto no lo quieren ver los «Banderas». Ni quieren ver los 900 heridos, ni quieren ver su policía defendiendo la ley a porrazos -que son ilegales si se pegan más arriba de la cintura- o que emplean pelotas de goma -ilegales en Cataluña-, que han dejado ciego de un ojo a uno de los 900 heridos inexistentes.

¡Pobre izquierda! la que defiende la ley por encima de los derechos. ¡Pobre izquierda! la que se ha acomodado y justifica la represión contra aquellos que se rebelan contra la injusticia. Sin embargo, todavía es mejor el silencio cobarde de la gala de los premios Goya que las declaraciones insultantes de los nuevos burgueses progres, críticos con los débiles que sufren represión y cárcel, mientras callan ante la corrupción de los poderosos. Les pasa por delante la revolución que soñaron de jóvenes y cierran los ojos para ignorarla.