«No es esto, compañeros, no es esto;
nos dirán que ahora hay que esperar.
Y esperamos por supuesto que esperamos.
Es la espera de los que no nos detendremos
hasta que no haya que decir: no es esto»
LLUÍS LLACH

Posiblemente esta canción del genial cantautor retrata como ninguna otra el desencanto de la gente de izquierdas con la democracia que surgió del franquismo. Tantas luchas, tantos sacrificios, tanto dolor para que muchas cosas siguieran como antes.

La versión actual, no tan poética, del «no es esto» serían las «líneas rojas», traspasadas las cuales decidimos retirar la confianza a los que habíamos votado: una carretera, la miedosa política lingüística, el modelo de sanidad poco pública, poca inversión en educación, no prohibir suficientes plazas turísticas (o prohibir las que afectan a mi propiedad), la ecotasa no es suficiente eco, no prohibir la construcción en suelo rústico (o prohibir la construcción en mi terreno), el nombramiento de algún impresentable… Incluso, las cabras de Es Vedrà son una línea roja para algunos. Todos tenemos, quizás más de una, líneas rojas que nos hacen perder la ilusión. Y la frustración se esparce, abriendo paso al regreso de quienes han mandado toda la vida.

Además, los periódicos casi sólo destacan lo que nuestros gobernantes han hecho mal, o sólo transmiten la sensación de que los políticos no hacen nada, más allá de pelearse entre ellos. Pero no nos recuerdan que nuestras instituciones son pobres, expoliadas por un Estado insaciable, que derrocha y despilfarra nuestros impuestos. Y, por nuestra parte, exigimos que el partido que votamos cumpla la totalidad de su programa, a pesar de saber que necesita el apoyo de otros partidos para gobernar. Y no perdonamos los errores propios ni los de los demás.

Y, tal vez, es el momento de pensar en todo lo que los «nuestros» han hecho bien, a pesar de los miedos, las renuncias o las limitaciones económicas, y compararlo con la herencia recibida. Quizás las más de mil familias a las que el Ayuntamiento de Palma ha evitado el desahucio no están tan decepcionadas, o los cientos de personas que han accedido a una de las nuevas plazas de asilo creadas, o las que pueden comer gracias a la renta mínima de reinserción, o los miles de profesionales de la sanidad y la enseñanza que han recuperado una de las plazas que el anterior gobierno había recortado, o la gente que ha encontrado consuelo en la exhumación de fosas de la dictadura, y las mujeres maltratadas, y los pensionistas que ya no tienen que pagar los medicamentos… Por no hablar, ya que no pueden, de los peces y de las plantas del mar que habitan los miles y miles de nuevas hectáreas protegidas, y del ambicioso cambio de modelo energético iniciado, o de las decenas de proyectos para restaurar el medio ambiente gracias a la tan criticada, por unos y otros, ecotasa. La cual, por cierto, también sirve para ayudar a las familias sin hogar, víctimas del encarecimiento de la vivienda a causa del turismo. ¿O es que sólo tenemos que pensar en los pajaritos?

Y, a la vez, recordar que en una legislatura se pueden perder conquistas que había costado casi una vida conseguirlas. Sobre todo cuando vemos cabalgar, literalmente, a los hijos del franquismo. Y, si todo esto no basta para librarnos de la frustración y del desencanto, recordemos que hay gente encerrada en prisión sin juicio, o exiliada por poner urnas o por cantar una canción. Y he llegado a una conclusión: ahora mismo es muy sencillo detener el franquismo, basta votar. Más tarde resultará muy peligroso enfrentarse a él, ¡estos no están de bromas!