Rajoy al PSOE: Tengo más afinidades con ustedes que con los independentistas. Hernando, el portavoz del PSOE, habría podido replicar lo mismo. Uno y otro se esforzaron en dejar bien claro que, de cara a intentar apoyos para la investidura, no querían ni hablar con los independentistas. Tanto es así que los barones del PSOE han preferido hacer presidente a Rajoy antes que pactar con los soberanistas, infringiendo la mayor herida de la historia a su partido. Y, tanto como la decisión de investir a Rajoy, ha sorprendido la dureza en las formas del golpe de estado contra el secretario general, Pedro Sánchez, y la posterior escalada verbal, llena de amenazas contra los disidentes, especialmente al PSC. La negativa a permitir un voto a conciencia de los representantes de las federaciones socialistas más perjudicadas por la decisión tomada, o las declaraciones de personas como Rodríguez Ibarra, expresidente de Extremadura, contra el PSC, acusándolo de perder votos y hacer perder votos al PSOE, han dejado en evidencia la existencia en el PSOE de dos concepciones de partido y dos concepciones del modelo de Estado, que se remontan a los inicios de la restauración de la democracia en España.

En 1977, después de las primeras elecciones generales ganadas por la UCD, el PSOE inició un proceso de fagocitación de los distintos partidos integrados en la Federación de Partidos Socialistas, que se habían presentado a las elecciones en coalición con el Partido Socialista Popular de Tierno Galván, habiendo obtenido unos resultados discretos. Todos aquellos partidos socialistas acabaron por integrarse al PSOE o han desaparecido, excepto los PSM (Partido Socialista de Mallorca y Partido Socialista de Menorca), que han mantenido su independencia, hoy impulsando las candidaturas de MÉS. El hecho es que, a lo largo de los cuarenta años transcurridos, han ido incubando las diferencias de concepción del modelo de Estado, especialmente entre los socialistas de Cataluña y de Andalucía, las dos federaciones con más aportaciones electorales al conjunto. El federalismo, más verbalizado que llevado a la práctica, cohesionaba las distintas sensibilidades. Hasta que estalló la crisis de Estado, con la sentencia del Tribunal Constitucional contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña, a partir del recurso de inconstitucionalidad presentado por el PP. El Estatuto, refrendado por el pueblo de Cataluña, era enmendado por un tribunal considerado partidista, por cuanto sus miembros son designados, en su mayoría, por el PP y el PSOE.

A partir de aquí, crece de manera vertiginosa el independentismo en Cataluña. Paralelamente, el PP utiliza el anticatalanismo para afirmarse como el principal garante de la unidad de España, hasta el punto de organizar una campaña de recogida de firmas contra el Estatuto catalán. La llamada caverna mediática, y diarios de referencia del electorado progresista, se apuntan. Y el PSOE se deja arrastrar por un patrioterismo español rancio que reniega de la diversidad. Como resultado, el PSOE, que se había presentado como el partido modernizador de España, ha acabado cerrándose las puertas de posibles aliados, rompiendo todos los puentes con los partidos soberanistas y amenazando de romper con el PSC. Las dos Españas se han enfrentado en los dos Comités Federales del PSOE celebrados en Madrid. Y todos hemos visto el resultado, y los medios empleados para imponer la España de siempre, la que sigue sin escuchar «la voz de un hijo que te habla en lengua no castellana». Ahora, el PSOE, se añadirá al griterío del PP y Ciudadanos contra Cataluña, mientras ésta acabará, como la Oda de Maragall, con un ¡»Adiós España!»