Las imágenes de los cuerpos descubiertos los primeros días de excavaciones en el cementerio de Porreres nos han golpeado estas semanas. Teníamos la certeza de que se encontrarían decenas de cuerpos de los republicanos asesinados allí mismo, a pocos metros, frente a una puerta de un edificio adyacente al cementerio que aún conserva los agujeros de las balas. Pero el hallazgo, a las pocas horas de iniciarse los trabajos, no ha dejado de sorprendernos. Si las imágenes de los periódicos son duras, la visita a la fosa descubierta supone un fuerte impacto emocional, una mezcla de sensaciones que cautivan al espíritu: pena inmensa, compasión, dignidad, compromiso, agradecimiento, condena, repulsa, amor, llanto ahogado, silencio. Ante la imagen de aquellos cuerpos tirados de cualquier manera, algunos de ellos con un agujero en el cráneo, que fueron escondidos durante ochenta años… te golpea una certeza: la inhumación era necesaria!

Pese a que sea loable la unanimidad alcanzada en el Parlamento de las Islas Baleares para aprobar la ley de fosas, unanimidad repetida en el Ayuntamiento de Porreres, todavía hay algunas personas que manifiestan su rechazo a la investigación y a la apertura de las fosas del franquismo . Sostienen que ello supone reabrir heridas o, aún peor, atribuyen a los impulsores un espíritu de revancha. Todo lo contrario, el hallazgo de Porreres, y de muchas más que vendrán, supone un gran consuelo para todas las personas afectadas, tengan familiares allí o no. Lo que mantenía las heridas abiertas, precisamente, era la actitud de una sociedad y de unas instituciones que durante ochenta años han ignorado aquellos asesinados, como si renegasen de cientos de miles de personas a las que segaron la vida únicamente por sus ideas. Y ningún espíritu de revancha inspira a las autoridades que han hecho posible la búsqueda de las fosas; ni a los familiares que, esperanzados, confían aunque podrán encontrar el cuerpo de la persona amada para honrarla dignamente; ni a los voluntarios que, abnegados y desinteresados, nos muestran su corazón compasivo; ni a los curiosos que, respetuosamente, visitan el cementerio. De ninguno de ellos sentí el más mínimo comentario que dejase entrever rabia o afán de venganza.

Eso sí, es inevitable sentirse abofeteado por una inmensa repugnancia hacia la ideología que promovió tal barbarie. Seguramente, de entre todas las sensaciones descritas, destaca el rechazo al fascismo, a la intolerancia, al fanatismo destructor de vidas y de sociedades. Y una certeza, ningún animal de la naturaleza es tan cruel con sus semejantes como el hombre. Es tan doloroso comprobar cómo el totalitarismo puede transformar a las personas para convertirlas en los peores animales salvajes. Cómo es posible tal desprecio por la vida, tanto odio, tanta ferocidad como para tratar a un semejante de manera tan inhumana, tan cruel.

Sinceramente, pienso que sería útil que nuestros adolescentes visitasen la fosa de Porreres. Hoy que la intolerancia, la xenofobia y el racismo vuelven a golpear a nuestras sociedades, es necesario que nuestros jóvenes tomen conciencia de las consecuencias de los fanatismos ideológicos y del desprecio a las ideas de los demás. Se está banalizando al fascismo o al nazismo. Se utilizan como adjetivos para descalificar a los adversarios políticos, cuando no es eso. Fascismo y nazismo no son pugnas políticas, son asesinatos, muerte, destrucción y guerras. Os aseguro una cosa, al abandonar el cementerio de Porreres, con los ojos todavía húmedos, predomina una idea sobre todas las demás: ¡nunca más! Por favor, ¡nunca más!