Salvo el sufrimiento, todo lo demás, o es mentira, o está manipulado. Empezando por el niño, Aylan Kurdi -tres o cuatro años; información restringida-; sirio de la minoría kurda, echado sobre la arena como un durmiente. Lo único cierto es que está muerto, lo demás es espectáculo. La ropita bien colocada, los brazos como para ser retratados, la cabeza abajo, oculta, porque de estar mirando al cielo la representación hubiera sido políticamente incorrecta. ¿Ha visto usted alguna vez a un niño ahogado? El mar pisándole el cabello, con las olas en descenso. Un icono.

La manipulación de este pobre niño sobre el que nadie se pregunta nada, salvo quedarse anonadado ante la tragedia, es tan descomunal que avergüenza hasta escribirlo. A su lado, de pie, un soldado turco de espaldas, parece tomar nota de algo. ¿De qué? Se trata del trágico protagonista de una obra en un solo acto -la muerte accidental de un niño que viajaba con sus padres en una barca o una lancha neumática-. Los narradores de la trampa no se ponen de acuerdo. Les puedo asegurar, con más de cuarenta años de oficio sobre mi jeta muy trabajada, que detrás del turco impasible de bota alta, habrá como tres docenas de personas entre fotógrafos, cronistas, canallas y autoridades¿ ¿A qué esperan para retirar al niño? ¿A que llegue el juez que levante el cadáver? Y si fue así, ¿qué dijo? O esperaron a que el jefe de policía de Bodrum diera por terminado el espectáculo.

Conviene saber que Bodrum es el lugar más exquisito de la costa turca. El equivalente europeo a Cannes o Marbella, allí donde tienen asiento las clases dominantes turcas y algunos extranjeros dentro de toda sospecha, como el exrey de la Fórmula 1, Flavio Briatore. La exclusividad de la playa y el niño ahogado causan el mismo pasmo que una patera marroquí desembarcando en Marbella.

¡Les faltó tiempo para detener a los cuatro responsables de la embarcación! Cuatro sicarios de patera, sirios, por más señas. Pero qué pasó realmente. Porque la barca iba a Kos, isla griega a cuatro kilómetros de la playa en la que reposa muerto para los medios de comunicación un niño que nunca sabrá que además de entrar en el Paraíso, ocupa ya un lugar en la historia del mundo. Un icono histórico de trascendencia aún incalculable.

Porque la verdad es que los sicarios, esos mafiosos de medio pelo, llegaron a Kos, la isla griega, donde debían dejar la mercancía humana y hasta parece que la rodearon, pero nadie explica por qué volvieron, y zozobró, y allí murieron no sólo el pequeño Aylan Kurdi, sino su hermano Galib, apenas mayor que él y del que no se sabe en qué playa dejó sus restos, ni si había reporteros y fotógrafos en su entorno. Y su madre, Rihan, 35 años. Pero aquí es donde entramos en el terreno sumergido de lo inconcebible.

Abdulá Kurdi, el padre, recoge los cadáveres -mujer y dos hijos- y vuelve atrás desde las playas de Korum y se los lleva a su pueblo, Kobane, en Siria. Cómo lo hizo es para mí un misterio. Conociendo un poco la zona, las temperaturas no permiten traslados en una ambulancia sin nevera. ¿O se arriesgó a las bravas rodeado de periodistas? Lo cierto es que enterró a sus muertos en Kobane, casi un barrio de la castigada ciudad siria de Alepo. Hay hasta una foto, confusa y un tanto equívoca, pero se da como oficial por las grandes agencias de información y servicios. Korum-Alepo, dos países diferentes -Turquía y Siria- y bastantes kilómetros para una furgoneta con tres muertos.

¿Alguien se imagina la diáspora española del final de la Guerra Civil? Esa misma que ahora cita como ejemplo el desvergonzado Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea y hombre capaz de dejar morirse de hambre a media Grecia, niños incluidos. ¡Que un padre republicano diera la vuelta para enterrar a sus hijos después de pasar la frontera francesa está fuera de lugar, de texto y de contexto!

Esto que estamos viviendo no tiene nada que ver con nada, y a mí me gustaría saber dónde está la Gran Oficina de Manipulación de la historia de este peculiar éxodo retransmitido por las grandes cadenas, donde se plantea algo inédito en la historia de la emigraciones modernas: “En nuestro país no hay futuro”. Los pobres, desde hace siglos emigran, porque les quitaron el presente.

Entremos en política, porque en definitiva es la única que ayuda a explicar las cosas. ¿Por qué se exige a los emigrantes, huidos, refugiados -los términos deberían analizarse porque dan muchas pistas- que sean sirios? Los brillantes transmisores de la Gran Manipulación sos­tienen que Siria lleva más de cuatro años de guerra civil. ¿Y cuántos lleva Iraq? Yo creo que José María Aznar debería abrir una sede para refugiados iraquíes y ha­bilitar la FAES para instalar tiendas de campaña.

Es lo menos que se puede pedir a uno de los principales responsables del crimen de Estado y el destrozo de ese país que arrasaron.

¿Y qué decir de los libios, tan olvidados? El presunto intelectual y notable negociante Bernard-Henry Lévy llamó a la guerra santa “laica” para derrocar a Gadafi. Lo consiguió y barrió todas las pruebas de la colusión entre el dictador libio y la derecha francesa que se cobró beneficios de aquel Estado inventado, como todos, pero más frágil, y que tras la liquidación del gran líder se ha convertido en un lugar imposible, como si lo hubieran retirado del mapa. Bajo el control de las mafias tribales y sin ninguna posibilidad para su gente que no sea huir del desastre. Estos talentos de Estado estarían obligados, como Aznar, a que el sufrimiento que provocaron no lo tuvieran que asumir sólo las víctimas, sino sus promotores.

Siria es una obsesión geoestratégica desde hace muchos años. Israel lo sabe muy bien. Gobernada por una familia y una minoría chií, fue sin duda el país más estable y culto de una región regida por ricos asesinos amamantados de petróleo. Para liquidar lo que parecía el único reducto laico, las monarquías del Golfo, animadas y armadas por Estados Unidos, se lanzaron a cambiar el mapa y convertir los estados árabes en regímenes confesionales; lo que les debilitaba a todas luces y facilitaba el papel de Israel como jefe mafioso de la zona, único poseedor del arma letal: las famosas bombas. La operación salió de puta pena y lograron exactamente lo contrario de lo que se proponían. Irán, país no árabe, sobrevivió con una dictadura a la que ayudaron intensamente algunas potencias occidentales con el beneplácito de la inteligencia más audaz de Europa, ¿quién puede olvidar los textos de Foucault sobre Jomeini y su revolución?

No hay un solo Estado en la zona, Israel incluido, que no haya utilizado bombas de fragmentación o gases tóxicos. Todos las tienen y obviamente las usan, achacándoselas siempre al enemigo. Pero nuestro problema ahora es otro. Se trata de la Gran Manipulación, según la cual un país como Arabia Saudí, o Qatar, patrocinador de equipos que se jactan de su sentido democrático para engañar a los descerebrados sociales del fútbol, son al mismo tiempo quienes alimentan al Estado Islámico, que se dedica a arrasar fanáticamente todo lo que no se ajusta a sus principios. Nacieron del apoyo táctico de Estados Unidos y Francia, principalmente. Eso ha devenido en un hecho incontestable: las ansias de una vida normal de millares de iraquíes, sirios, afganos. Y se exhibe como algo tan prioritario de nuestra derecha europea, que se puede asegurar que a partir de ahora la impunidad bancaria y financiera, la ansiedad de recortes a las cada vez más sufridas clases populares, se convertirá en pan de cada día.

Aseguran que Merkel y Rajoy lloraron de emoción, conmovidos, ante el icono del niño de la playa de Bodrum. No hay Gran Manipulación sin sentimientos. Tener que callarte ante la política regresiva de los gobiernos conservadores de Europa o que te acusen de no ser solidario con la emigración. Y al tiempo tendremos que contemplar, perplejos, como ellos distribuyen unos fondos a partir de lo que nos están robando a nosotros.