El 12 de julio, Grecia se rindió abyecta y totalmente. El primer ministro Alexis Tsipras, que había prometido combatir las medidas de austeridad que están conduciendo al pueblo griego a la ruina, la pobreza y el suicidio, traicionó todas sus promesas, ignoró la voluntad del pueblo expresada en el referéndum del 5 de julio y condujo al Parlamento griego a aceptar un acuerdo con los acreedores de la nación incluso peor que todos los que ya habían causado la contracción económica abandonando los últimos restos de soberanía nacional que le quedaban.

Sí, Grecia se rindió incondicionalmente, como lo han expresado profunda y elocuentemente CounterPunch y otros medios. Pero existe una cuestión crucial que no parece haberse contestado adecuadamente, ¿A quién, exactamente, se ha rendido Grecia?

Una respuesta común a esta pregunta es: a Alemania. Los pobres griegos se rindieron ante los arrogantes alemanes. Esta cuestión ha servido para reavivar sentimientos antialemanes que quedaron después de la Segunda Guerra Mundial. Se describe a Merkel como una villana. Sin embargo una cosa es segura, la animosidad suscitada entre Grecia y Alemania por esta catástrofe de la deuda es una prueba de que el «sueño europeo» de la transformación de las naciones históricas de Europa occidental en una sola federación fraterna, según el modelo de Estados Unidos, es un fracaso total. El sentido de pertenencia a una sola nación, todas para una y una para todas, simplemente no existe entre pueblos cuyas lenguas, tradiciones y costumbres son tan diversas como las existentes entre los finlandeses y los griegos. La adopción de una moneda común, lejos de unirlos, ha impulsado aún más su distanciamiento.

¿Pero este desastre ha sido diseñado por los malvados alemanes?

En realidad muchos alemanes, desde el derechista ministro de Finanzas Wolfgang Schäuble, hasta el exlíder del partido de izquierda Die Linke, Oskar Lafontaine, habrían preferido una solución muy diferente, la salida de Grecia de la zona euro. Schaüble pensando en las finanzas alemanas y Lafontaine en lo que sería mejor para el pueblo griego y para el conjunto de Europa.

Entre esos dos extremos un compromiso alemán podría haber evitado la abyecta rendición del 12 de julio programando la vuelta de Grecia a su moneda nacional, el dracma.

De hecho, en el momento del referéndum griego, la mayoría de los gobiernos acreedores de la Unión Europea habría preferido que Grecia abandonase la Eurozona.

El único gobierno que cantó victoria por la rendición griega fue el francés de François Hollande. En las negociaciones de última hora Francia adoptó la posición de que Grecia debía mantenerse absolutamente en la zona euro, con el objeto de «salvar a Europa». Los comentaristas franceses se mostraron felices de que Hollande «se levantase junto a Merkel» salvando tanto a la sacrosanta «pareja franco-alemana» como a la propia Unión Europea, al insistir en que Grecia se mantuviera en la fuerte moneda que la está matando.

¿Así que podemos concluir que Grecia se entregó a Francia?

No seamos ridículos. La deuda francesa rivaliza con la de Grecia, con la diferencia, por supuesto, de que Francia tiene una economía real. Francia, después de Alemania, es acreedora de la mayor parte de la deuda griega. Pero Francia también está amenazada por las reglas de la Eurozona que imponen la servidumbre de la deuda a los Estados miembros del sur de Europa. Francia no está en condiciones de dictar la política económica de Alemania.

Y la observación nos lleva a considerar un factor que se ha pasado por alto en el caso de Grecia: la relación de fuerzas dentro de la «comunidad transatlántica» y su rama militar, la OTAN.

Los Estados Unidos se han mantenido relativamente discretos durante esta crisis, pero se sabe muy bien cuál es la voluntad de Washington. Grecia debe permanecer firmemente en la Unión Europea por razones geopolíticas. Basta con mirar donde está Grecia y lo que es: un país cristiano ortodoxo con buenas relaciones tradicionales con Rusia, ubicada en el Mediterráneo y no tan lejos de «la Rusia de Putin». No se debe permitir que Grecia se aleje. Punto.

Hay otra cuestión que también se ha pasado totalmente por alto: ¿Es posible que un país miembro de la OTAN cambie su política contrariando los intereses de Estados Unidos? ¿Acaso puede ser libre de moverse y establecer relaciones verdaderamente amistosas con Rusia? Grecia ya sufrió un golpe militar en un pasado no tan lejano. El mando y el control de los países miembros de la OTAN se hallan vigilados muy de cerca por los militares de Estados Unidos.

Desde el momento en que el expresidente Nicolás Sarkozy revierte el estratégico movimiento del general De Gaulle tendiente a asegurar la independencia nacional y reintegra a Francia a la OTAN, Francia se ha alineado con Washington de una manera sin precedentes. Con su breve gesto de «defender a Angela Merkel», François Hollande ha llevado a cabo, de hecho, la política de Victoria Nuland.

La Unión Europea (incluida Alemania) continuará lidiando con el «problema griego» mientras Grecia seguirá siendo estrangulada por la Unión Europea.

La rendición europea a Estados Unidos se produjo hace unos setenta años. Fue recibida, en su momento, como una liberación pero se ha convertido en una dominación permanente, simplemente confirmada el 12 de julio 2015, por la rendición griega. Y esa rendición se ha visto reforzada por una ideología cada vez más hegemónica del antinacionalismo, particularmente fuerte en la izquierda, que considera el «nacionalismo» la fuente de todos los males y a la Unión Europea la fuente de todo bien, puesto que destruye la soberanía de las naciones. Esta ideología es tan dominante en la izquierda que muy pocos se atreven a desafiar a los izquierdistas. Y Syriza era exactamente izquierdista de ese modo, creyendo en la virtud de la «pertenencia a la Unión Europea», sean cuales sean el dolor y el sufrimiento que conlleve. De modo que Syriza no está siquiera dispuesta a prepararse para salir de la zona euro, y mucho menos aún para salir de la Unión Europea.

Como resultado sólo los partidos de derecha se atreven a defender la soberanía nacional. O más bien cualquier persona que defienda la soberanía nacional será etiquetada «de derecha». Es demasiado fácil olvidar que sin soberanía nacional no puede haber democracia, no hay elección popular. A medida que el desastre griego obliga cada vez más a los europeos a tener serias dudas acerca de la política de la UE, el deseo de reafirmar la soberanía nacional se enfrenta al obstáculo de los estereotipos de izquierda-derecha. Gran parte de la izquierda europea se encuentra cada vez más atrapada en la contradicción entre su antinacionalista «sueño europeo» y la destrucción de la democracia por la burocracia financiera de la UE. El drama griego es el acto de apertura de un largo y confuso conflicto europeo.

Diana Johnstone es la autora de “Fools’ Crusade, Yugoslavia, NATO, and Western Delusions”. Su nuevo libro, “Queen of Chaos: the Misadventures of Hillary Clinton”, será publicado por CounterPunch en septiembre de 2015.