«Celebramos el triunfo de nuestra voluntad: estamos aquí, más unidos que nunca, más fuertes que nunca. Siempre hemos ganado. Tenemos que celebrar y recordar nuestras victorias. Somos una ola festiva, masiva y que ha ganado muchas cosas». Biel Barceló

Estas palabras de Biel Barceló no fueron pronunciadas la noche electoral, exaltado por la euforia provocada por unos grandes resultados inesperados, sino días antes de comenzar la campaña electoral. ¿Eran una premonición? En esa conferencia, Biel Barceló no se refería a los triunfos electorales, sino al triunfo de las ideas. Se refería a la defensa de los espacios naturales, de la lengua, de los medios de comunicación en catalán, de una financiación justa… Ideas que el PSM, de la mano de organizaciones de la sociedad civil, defiende desde hace décadas y que hoy han sido aceptadas por la mayoría social y por el resto de partidos que las han incorporado en sus programas.

Este triunfo de las ideas se percibió con toda contundencia el 29 de septiembre de 2013, cuando más de 120.000 personas salieron a la calle, en todas las Islas, clamando por una educación pública, de calidad y en catalán. Ese día cambiaron muchas cosas. Es cierto que, anteriormente, la gente había ganado otras batallas: la Dragonera, Cabrera, Es Trenc, diadas por la lengua, por el autogobierno… Pero estas grandes manifestaciones por la educación fueron algo más, fueron como un despertar colectivo, una afirmación, una rebeldía. Significaron el triunfo de mucha gente que ha luchado en entidades ecologistas, culturales, sociales.. Sobre todo, era el triunfo de los docentes, que son, posiblemente, los que han sufrido más la tortura de un gobierno hostil en los últimos años.

Sin embargo, este «siempre hemos ganado» -referido a las ideas que se han ido haciendo mayoritarias en la sociedad-, se habría podido convertir en un «hemos perdido», casi definitivo. Porque en las elecciones del pasado día 24 nos jugábamos mucho más que una mayoría absoluta del PP o un nuevo gobierno progresista. Nos jugábamos, ni más ni menos, la subsistencia como Pueblo. Y de ello eran conscientes la gran mayoría de electores que optaron por opciones alternativas al PP. De ahí el estallido de alegría y de euforia que se desencadenó al conocer que la mayoría de instituciones pasarían a ser gobernadas por las fuerzas de izquierda y soberanistas. Pero, sobre todo, no serían gobernadas por un personaje que habrá pasado a la historia como enemigo del Pueblo. Un enemigo que nos quería destruir. Si Bauzá hubiera ganado, habría consumado el arrinconamiento de la lengua catalana en la administración; habría seguido reprimiendo y desprestigiando la lengua en su uso social; habría continuado la desprotección de los espacios naturales; la educación pública se habría degradado progresivamente; se habrían incrementado las desigualdades sociales y la desprotección de los menos favorecidos… Pero, sobre todo, lo que Bauzá pretendía era la valencianización de las Islas Baleares, fomentando el segregacionismo lingüístico, provocando el enfrentamiento social por motivos lingüísticos para, al final, terminar sustituyendo el catalán por el castellano en todos los ámbitos de la sociedad. Su proyecto era castellanizar a las Islas Baleares, terminar la tarea que inició Felipe V hace 300 años.

Si Bauzá y el PP hubieran ganado las elecciones, habrían quedado legitimados para continuar su proyecto etnocida. Nadie lo habría podido detener, ni mucho menos los alcaldes del PP que ahora piden su dimisión. Ninguno de ellos se habría opuesto si conservasen sus cargos. Ahora se sublevan porque lo han perdido todo, no por ideología, ni por amor a la lengua propia, ni para defender una educación y unos servicios públicos de calidad. Sólo se mueven porque hacen responsable a Bauzá de la pérdida del poder. Si hubieran ganado, se habrían abrazado a Bauzá y a su estrategia política.

Por ello, esta derrota tan rotunda del PP es tan importante, porque evitará que, en el futuro, ningún otro dirigente de la derecha en las Islas Baleares quiera volver a utilizar la lengua y la educación como arma de confrontación electoral. Con la lengua y con la educación de nuestros hijos no se juega, es el aviso que habrá quedado grabado en el cerebro de los futuros dirigentes populares.

No sabemos cuánto durarán los futuros gobiernos progresistas que se formarán las próximas semanas. Tampoco nadie puede decir si se frustrarán nuestras ilusiones de cambio. Pero una cosa sabemos cierta: nadie volverá a atacar lo que más nos identifica como pueblo. Y podremos seguir gritando: ¡»Siempre hemos ganado»!