El capitán del submarino estadounidense dice: «Todos tenemos que morir un día, algunos antes y otros más tarde. El problema siempre ha sido que no estemos preparados, porque no sabemos cuándo llegará. Bueno, ahora lo sabemos y no hay nada que hacer».

Dice que estará muerto en septiembre. Se tardará una semana en morir, aunque nadie puede estar seguro. Los animales viven más tiempo.

La guerra se terminó en un mes. Los Estados Unidos, Rusia y China fueron los protagonistas. No está claro si se inició por accidente o por error. No hubo vencedor. El hemisferio norte está contaminado y sin vida ahora.

Una cortina de radiactividad se mueve hacia el sur, hacia Australia y Nueva Zelanda, el sur de África y América del Sur. En septiembre, las últimas ciudades, pueblos y aldeas sucumbirán. Como en el norte, la mayoría de los edificios se mantendrán intactos, algunos iluminados por los últimos parpadeos de luz eléctrica.

Esta es la forma en que se acaba el mundo

No con una explosión sino con un gemido

Estas líneas del poema de T.S. Eliot The Hollow Men aparecen al principio de la novela de Nevil Shute On the Beach, que me dejó con las lágrimas en los ojos. Las opiniones en la portada decían lo mismo.

Publicado en 1957, en el punto álgido de la Guerra Fría, cuando demasiado escritores permanecieron en silencio o enclaustrados, es una obra maestra. Al principio, el lenguaje sugiere una reliquia gentil. Pero, nada que he leído sobre la guerra nuclear es tan inflexible en su advertencia. Ningún libro es más urgente.

Algunos lectores recordarán la película de Hollywood en blanco y negro protagonizada por Gregory Peck como comandante de la Marina de los Estados Unidos que lleva su submarino a Australia para esperar que el espectro silencioso y sin formas descienda al último mundo viviente.

Leí On the Beach por primera vez el otro día, terminándolo mientras el Congreso de Estados Unidos aprobaba una ley para hacer una guerra económica en Rusia, la segunda potencia nuclear más letal del mundo. No había ninguna justificación para este voto demencial, excepto la promesa de saqueo.

Las «sanciones» también están destinadas a Europa, principalmente a Alemania, que depende del gas natural ruso, y a las empresas europeas que hacen negocios legítimos con Rusia. Con lo que pasó en el debate sobre el Capitol Hill, se vio que los senadores más descarados no dejaron ninguna duda de que el embargo estaba diseñado para obligar a Europa a importar gas caro de Estados Unidos.

Su objetivo principal parece ser la guerra: la guerra real. Ninguna provocación tan extrema puede sugerir cualquier otra cosa. Parece que lo anhelan, aunque los estadounidenses tienen poca idea de la guerra. La Guerra Civil de 1861-65 fue la última en su tierra firme. La guerra es lo que hacen los Estados Unidos a los demás.

La única nación que ha utilizado armas nucleares contra los seres humanos ha destruido decenas de gobiernos, muchos de ellos democracias, y destrozado sociedades enteras: el millón de muertos en Irak fue una fracción de la carnicería en Indo-China, que el presidente Reagan llamó «una causa noble» y el presidente Obama revisó como la tragedia de un «pueblo excepcional». No se refería a los vietnamitas.

Filmando el año pasado en el Lincoln Memorial de Washington, oí a una guía del Servicio de Parques Nacionales que daba clase a un grupo escolar de jóvenes adolescentes. «Escuchadme», dijo. «Perdimos 58.000 soldados jóvenes en Vietnam, y murieron defendiendo su libertad».

De repente, la verdad fue invertida. No se defendió ninguna libertad. La libertad fue destruida. Un país campesino fue invadido y millones de personas fueron asesinadas, mutiladas, despojadas, envenenadas; 60.000 de los invasores perdieron sus propias vidas. Escucha, efectivamente.

Se realiza una lobotomía a cada generación. Se eliminan los hechos. La historia se extrae y se sustituye por lo que la revista Time llama «un presente eterno». Harold Pinter lo describió como «la manipulación del poder en todo el mundo, mientras se disfrazaba como una fuerza para el bien universal, un acto de hipnosis brillante, incluso ingenioso, con gran éxito, que nunca sucedía. No pasaba nada. Incluso cuando estaba pasando, no pasaba nada, no importaba, no era de interés».

Quienes se autodenominan liberales o tendenciosamente «la izquierda» están deseosos de intervenir en esta manipulación, y su lavado de cerebro, que hoy recae en un nombre: Trump.

Trump está loco, es un fascista, un idiota útil a Rusia. También es un regalo para los «cerebros liberales curtidos en la formalina de las políticas de identidad», escribió Luciana Bohne de forma memorable. La obsesión por Trump el hombre, no Trump como síntoma y caricatura de un sistema duradero, nos pone en peligro a todos.

Mientras persiguen sus agendas fosilizadas contra Rusia, los medios narcisistas como el Washington Post, la BBC y el Guardian suprimen la esencia de la historia política más importante de nuestro tiempo, ya que son bélicistas en una escala que no puedo recordar en toda mi vida.

El 3 de agosto, en contraposición a la extensión, el Guardian dijo la estupidez que los rusos conspiraban con Trump (que recordaba la difamación de la extrema derecha presentando a John Kennedy como un «agente soviético»), el documento sentenciaba, en la página 16, la noticia de que el presidente de Estados Unidos se vio obligado a firmar un proyecto de ley del Congreso que declaraba la guerra económica a Rusia. A diferencia de las otras ceremonias de firma de Trump, esta se llevó a cabo en un secretismo virtual e iba acompañada de una advertencia del propio Trump que era «claramente inconstitucional».

Hay en marcha un golpe de estado contra el hombre de la Casa Blanca. Esto no es porque sea un ser humano odioso, sino porque ha dejado claro que no quiere la guerra con Rusia.

Esta visión de cordura o simple pragmatismo es anatema para los gestores de la «seguridad nacional» que guardan un sistema basado en la guerra, la vigilancia, el armamento, las amenazas y el capitalismo extremo. Martin Luther King los llamó «los más grandes proveedores de violencia en el mundo actual».

Han cercado Rusia y China con misiles y un arsenal nuclear. Han utilizado a los neonazis para instalar un régimen inestable y agresivo en la «zona fronteriza» de Rusia – el camino a través del cual Hitler invadió, causando la muerte de 27 millones de personas. Su objetivo es desmembrar la Federación Rusa moderna.

En respuesta, «colaboración» es una palabra que Putin utiliza incesantemente, aunque parece que nada podría frenar un viaje evangélico a la guerra en Estados Unidos. La incredulidad en Rusia podría haberse convertido ahora en temor y quizás en una determinada resolución. Los rusos seguramente tienen preparados contraataques nucleares. Los simulacros de incursión aérea no son infrecuentes. Su historia les dice que se preparen.

La amenaza es simultánea. Rusia es la primera, China es la próxima. Estados Unidos acaba de completar un enorme ejercicio militar con Australia conocido como Talisman Sabre. Ensayaron un bloqueo del Estrecho de Malaca y el Mar de China Meridional, a través del cual pasan las vías económicas de China.

El almirante que comanda la flota estadounidense del Pacífico dijo que, «si fuera necesario», atacaría con armas nucleares a China. Que diga esto públicamente en el ambiente actual de perfidia empieza a hacer realidad la ficción de Nevil Shute.

Nada de esto se considera noticia. No se hace ninguna conexión como el horror de Passchendaele hace un siglo. Los informes honestos ya no son bienvenidos en buena parte de los medios de comunicación. Los charlatanes, conocidos como expertos, dominan: los editores son gestores del entretenimiento o de la fiesta. Cuando alguna vez se sale del guión entran en acción las hachas afiladas. Los periodistas que no cumplen son defenestrados.

La urgencia tiene muchos precedentes. En mi película, The Coming War on China, John Bordne, miembro de una tripulación de combate con misiles de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, con sede en Okinawa, Japón, describe cómo, en 1962, durante la crisis de los misiles cubanos, a él y a sus colegas les «dijeron que lanzaran los misiles» de sus silos.

Las armas nucleares, los misiles, estaban destinados tanto a China como a Rusia. Un subalterno cuestionó esto, y la orden se rescindió eventualmente, pero sólo después de que se les proporcionaran revólveres de servicio y se ordenase que disparasen a otros en una tripulación de misiles si no «se retiraban».

En la época de la Guerra Fría, la histeria anticomunista en Estados Unidos fue tal que los funcionarios de EEUU que estaban en misión oficial en China fueron acusados ​​de traición y destituidos. En 1957, el año en que Shute escribió On the Beach, ningún funcionario del Departamento de Estado podía hablar el idioma de la nación más poblada del mundo. Los hablantes mandarines fueron purgados con un rigor que ahora resuena en la ley del Congreso que acaba de pasar, dirigida a Rusia.

La ley es bipartidista. No hay diferencia fundamental entre demócratas y republicanos. Los términos «izquierda» y «derecha» no tienen sentido. La mayoría de las guerras modernas de Estados Unidos no fueron iniciadas por los conservadores, sino por los demócratas liberales.

Cuando Obama dejó el cargo, había presidido un récord de siete guerras, incluyendo la guerra más larga de Estados Unidos y una campaña sin precedentes de asesinatos extrajudiciales a través de drones.

El último año, según un estudio del Consejo de Relaciones Exteriores, Obama, el «guerrero liberal reticente», lanzó 26.171 bombas: tres bombas cada hora, 24 horas al día. Después de haberse comprometido a «liberar al mundo» de las armas nucleares, el premio Nobel de la Paz fabricó más cabezas nucleares que cualquier presidente desde la Guerra Fría.

Trump es un débil en comparación. Fue Obama, con su secretaria de Estado Hillary Clinton a su lado, que destruyó Libia como un estado moderno y lanzó la estampida humana a Europa. En casa, los grupos de inmigración lo conocían como el «jefe de deportaciones».

En uno de los últimos actos de Obama como presidente firmó una ley que entregó un récord de 618 mil millones de dólares al Pentágono, que reflejaba el creciente ascenso del militarismo fascista en la gobernanza de los Estados Unidos. Trump ha apoyado esto.

De forma camuflada se ha establecido un «Centro de Análisis de la Información y Respuesta». Este es un ministerio de la verdad. Está encargado de proporcionar una «narración oficial de los hechos» que nos preparará para la posibilidad real de guerra nuclear, si lo permitimos.

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