«La información en tiempos de guerra es sustituida por la propaganda» (Joan Mascaró).

Esta frase de Mascaró explica lo que está pasando actualmente en España. En el mismo sentido, Noam Chomsky explica que en Estados Unidos hay libertad de prensa; pero, en cuanto a la política exterior, hay autocensura, un consenso entre los grandes medios de comunicación de no informar de eventos que perjudiquen los intereses norteamericanos. En España, que todavía conserva reminiscencias imperiales y que herederos del franquismo ocupan lugares estratégicos en todos los estamentos de la sociedad (políticos, empresariales, mediáticos, judiciales, policiales…), es evidente que la declaración de independencia de una parte de su territorio es considerada un acto de guerra.

Así, mientras que en Cataluña el proceso soberanista es vivido como un ejercicio del derecho de autodeterminación de los pueblos y, después de la brutalidad policial del 1 de octubre, como una reivindicación de los derechos democráticos de libertad de expresión y de reunión; para España, la convocatoria del referéndum es considerada un acto de guerra que legitima la utilización de todas las armas del Estado, incluso la violencia física. Basta ver la terminología empleada por el Gobierno y por los medios españoles: rebelión, sedición, traición…, todos términos bélicos.

La propaganda, además, es necesaria para identificar al enemigo y exaltar la agresividad de los combatientes. Hasta que, el enemigo, incluida la población civil, se convierte en una amenaza contra la integridad de la patria y de los valores que encarna, y se lo ha de combatir con todos los medios posibles: servicios secretos que difaman y calumnian a los líderes del enemigo, utilización de la Justicia, ataques a la economía del país enemigo, calificación de turba tumultuosa a las concentraciones de la población enemiga y, finalmente, uso de la fuerza la militar contra la población y la paramilitar, si es necesario, como los pelotones fascistas.

Sin embargo, la gran mayoría, exceptuando los individuos más intolerantes y radicales, no podrían soportar las imágenes de su policía pegando porrazos y patadas, indiscriminadamente, arrastrando por el pelo a ancianos, abriendo la cabeza ensangrentada a mujeres de cabellos grises, destrozando centros escolares… las terribles imágenes retransmitidas en directo por la Televisión de Cataluña o los cientos de vídeos de particulares que circulan de manera insistente por la red o las grabaciones reproducidas por las televisiones de todo el mundo, se han de esconder a la población española para poder seguir justificando la represión y la violencia del Estado contra un Pueblo pacífico. Por ello, la mayoría de los grandes medios de comunicación españoles han jugado un papel tan vergonzoso: manipulando la realidad, convirtiendo a los agredidos en agresores y justificando el uso de la violencia policial como si hubiera sido en legítima defensa. Todo vale para ganar la guerra. Por encima de la democracia y del respeto a los derechos civiles está la sagrada unidad de España.

Afortunadamente, España no dispone de los mismos recursos de los Estado Unidos para controlar y manipular a la opinión pública internacional. La brutalidad policial española ha estado en las portadas de los principales periódicos y televisiones occidentales, lo que ha generado una ola de simpatías hacia la causa catalana. Incluso, un diputado de Ciudadanos ha reprochado al Gobierno español que fuera incapaz de neutralizar las imágenes que han retransmitido las televisiones de todo el mundo.

Saben que, precisamente esta, la presión internacional, es la única posibilidad que tiene Cataluña de emanciparse de España. Un Pueblo desarmado se enfrenta a un Estado que se otorga el uso legítimo de la violencia contra la población. Sin embargo, en cada porrazo, en cada manifestación violenta de los unionistas, Cataluña gana y España pierde. Por todo ello, la lucha de Cataluña ha adquirido una dimensión revolucionaria. Pero, a la vez, esta dimensión revolucionaria es un obstáculo para el reconocimiento internacional del nuevo Estado catalán por las élites que gobiernan los grandes estados de Europa, no fuera cosa que la revolución a la catalana se extendiera por toda Europa. Por ello, sólo si se desata una gran ola de solidaridad con el pueblo catalán los gobiernos europeos presionarán a España. Mientras tanto, quedan jornadas de sufrimiento para la ciudadanía más consciente y, quien sabe, si martirio para muchos de sus dirigentes.