Buenas tardes señoras y señores, amigas y amigos todos.

Se me ha pedido una intervención de unos minutos y deseo aprovecharla para que entre todos tomemos plena conciencia de que hoy estamos de fiesta porque en realidad somos los vencedores. No los derrotados. Ni menos aún los victimarios genocidas. Esa es la realidad a pesar de las apariencias, a pesar de toda la propaganda falsaria de los criminales que han usurpado la representación del pueblo de Ruanda, a pesar de toda la propaganda de sus poderosos padrinos occidentales. Estamos de fiesta. Somos los vencedores. Y hablo en presente, no en futuro. Es una paradoja cuyo precioso secreto debemos descubrir, necesitamos descubrir.

Ya desde mi juventud me impresionó que los esclavos afroamericanos, en una situación tan límite como la suya, proclamaran sin embargo su triunfo en himnos tan sublimes como el “Gloria, gloria, aleluya”. Ellos eran ya los verdaderos vencedores. El mundo fraterno y espiritual en el que vivían era el mundo real. Por el contrario, el mundo que las gentes idiotizadas por tanta propaganda y tanta mentira consideran el mundo real, es solo el de las apariencias. El mundo real es el que hizo desbordar de entusiasmo a MLK la noche antes de su paso de este mundo al Padre. Es el mundo real al que se refirió el Señor Jesús en su mensaje inicial programático, el sermón de la montaña: Dichosos los misericordiosos, dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, dichosos los que trabajan por la paz, dichosos los que por ello son perseguidos y soportan todo tipo de pruebas… Es el mundo real de mahatma Gandhi y de tantos otros.

Es el mundo real en el que vive nuestra querida Victoire, como ella misma ha explicado recientemente. Es el mundo de los verdaderos vencedores, el mundo del pueblo libre de Ruanda que ella lidera victoriosa en este momento. Un mundo en el que el miedo ha sido ya vencido. Por el contrario, los supuestos vencedores son en realidad unos auténticos desgraciados perdidos en la mentira, la avaricia, la corrupción del poder y los inacabables crímenes para mantener ese triste poder. Son los desgraciados a los que el Señor Jesús se refiere -y hablo en presente- cuando a sus bienaventuranzas opone unas maldiciones que formula con aquella terrible exclamación inicial: “¡Ay de vosotros…”. Como proclamaba Gandhi, por un tiempo los tiranos pueden parecer invencibles y recibir todos los honores por parte de un mundo injusto, pero el destino final de todos ellos es siempre el mismo: la deshonra. Sus nombres quedarán en la Historia como nombres malditos.

A lo largo de esta breve intervención me he permitido hablar en un plural en el que me incluyo. He hablado de “nosotros” porque, aunque sea español de nacimiento, desde hace ya años también me siento ruandés por adopción. Si consideráis que mi esposa y yo os hemos acompañado lealmente a lo largo de los más duros años de la historia de Ruanda, solo esperamos una compensación: poder seguir acompañándoos. Nosotros, al igual que otros muchos amigos de Ruanda, tenemos una gran ilusión: que más pronto que tarde podamos participar en el glorioso día en el que Ruanda vuelva a ser una Ruanda para todos. En ese día seguramente solicitaremos la nacionalidad ruandesa a las legítimas autoridades de vuestra nación. Será un honor tener una doble nacionalidad y ser uno de los vuestros.