Es una gran farsa el asimilar el genocidio de los tutsis al que es considerado el genocidio por antonomasia, el genocidio nazi. Los judíos no cometieron contra Alemania un crimen de agresión internacional, como lo cometieron contra Ruanda los extremistas del FPR; ni asesinaron al presidente alemán y a muchos otros altos cargos, como sí lo hizo el FPR en Ruanda; ni buscaban el control absoluto del poder, como lo buscaba el FPR; ni se apoderaron del poder en Alemania y gestionaron el país exterminando a cientos de miles de alemanes, como ha hecho el FPR en Ruanda; ni atacaron a continuación a un país vecino de Alemania para derrocar a su jefe de Estado, como ha hecho el FPR en el Congo… Nos encontramos frente a “una obra maestra de la desinformación, una intoxicación perfecta”, pero con fecha de caducidad, como toda mentira por sutil que ella sea. Es bien diferente el ser una minoría oprimida que una minoría que pretende oprimir a la mayoría, como busca el extremismo tutsi…

La operación con la que se eliminó a Patrice Lumumba inició el ciclo en el que aún estamos, un ciclo que, más allá de los muchos elementos cambiantes, sigue estando marcado por el mismo dominio y, sobre todo la misma impunidad, estadounidense. Y este tipo de seres depravados como Larry Deblin son los que, para seguir adelante con su proyecto depredador, se permiten criminalizarnos a quienes no nos sometemos a ellos: antes acusando de marxista a un intachable nacionalista anticolonialista como Patrice Lumumba, ahora acusándonos a nosotros de cómplices de los genocidas. El hecho de que un gobierno de Estados Unidos, el liberador de los supervivientes de los campos de exterminio nazi, sea ahora el responsable último de las más cruentas masacres habidas tras la Segunda Guerra Mundial, es para muchos norteamericanos y europeos una verdad demasiado incómoda. Máxime si tal gobierno no es el del impresentable George Bush sino el del “carismático” Bill Clinton.

Caen las máscaras, se cambian los papeles: los grandes actos de terrorismo, en los que se asesina incluso a presidentes, ahora no son obra de los islamistas. Tampoco tiene nada que ver en ellos ningún otro imperio del Mal: ni los antiguos y siniestros comunistas; ni la China violadora de los derechos humanos; ni los peligrosos Irán o Corea del Norte, que poseen o pretenden poseer armas de destrucción masiva… No es extraño que, para poder salir a la luz del día, esta verdad haya encontrado increíbles obstáculos, no solo mediáticos, diplomáticos o judiciales, sino incluso afectivos e intelectuales. Los ha encontrado al menos en aquellos países en la que Estados Unidos aún es visto como el gran y noble aliado que defendió al mundo del nazismo. No sucede así en otros lugares como Latinoamérica, en donde conocen bien la cara más impresentable de su gran vecino del Norte.

Ojalá que más pronto que tarde se cumplan las palabras de la carta de Patrice Lumumba a sus hijos: “El Congo tendrá un futuro maravilloso…” Cuando eso suceda, significará que también ya Ruanda… ¡libre será al fin!, ¡libre de la tiranía del FPR que hoy sigue llevando la desgracia a ambos pueblos!