Esta quinta y última parte del presente artículo pretende ser tan solo una sencilla conclusión de las otras cuatro partes anteriores. Tan solo pretende resumir los diversos motivos y objetivos, estrechamente interrelacionados entre sí e incluso complementarios, que han movido a los agresores del pueblo sirio. Empiezo por aclarar que entiendo perfectamente que un experto, un investigador o un historiador, estudie las posibles violaciones de derechos humanos cometidas por el Estado sirio, sus posibles prácticas corruptas, nepotismo, represión, y un largo etc. según el “serio” discurso oficial. Como se deben estudiar las de tantos otros países. Incluso entiendo que tales expertos se deleiten en el estudio de los supuestos crímenes del partido Baaz Árabe Socialista anteriores a Bashar al-Ásad, aunque actuando así se esté empañando la imagen del actual legítimo presidente, que no se caracteriza precisamente por su dureza. Pero lo que me parece profundamente deshonesto (o al menos revelador de una gran inconsciencia) es el hacerlo en el marco del debate sobre la agresión internacional a Siria, convirtiendo esas supuestas zonas oscuras del “régimen” en la clave de cuanto está sucediendo y justificando así, al menos indirectamente, la  criminal “intervención liberadora” del bloque atlantista mediante hordas de decenas de miles de sádicos “rebeldes” salafistas “moderados”. “Rebeldes” que no son otra cosa que mercenarios de decenas de nacionalidades diferentes.

Cuando uno ve las imágenes de la Siria de hace unos años y a continuación las de las ruinas actuales, no puede menos de preguntarse: ¿pero qué graves crímenes del “régimen” pueden justificar lo que se ha hecho con el pueblo sirio? Son muchos en nuestro mundo los estados con zonas incomparablemente más oscuras que las que podía tener el sirio cuando se decidió acabar con él. Empezando por aquellos estados de nuestro magnífico Occidente que se permiten cometer, uno tras otro, los terribles crímenes contra la paz que arrasan países enteros y ocasionan millones de víctimas humanas. La verdadera clave de la guerra que sufre Siria no es otra que la decisión de unas poderosas élites de acabar con el “régimen” y lograr que siga su curso el proyecto imperial de dominación global que se llevan entre manos.

A pesar del paso de los años, aún me sigue resultando sorprendente que mientras algo tan evidente es explicado incluso por generales estadounidenses como Wesley Clark, tantos de nuestros “reconocidos” expertos parezcan empeñados en no querer ver lo evidente. En especial, me resulta increíble que se comporten así algunos expertos supuestamente de izquierda. Como es el caso del podemita Santiago Alba Rico. En un artículo publicado hace unos meses en la página La Haine se recogen algunas de sus “perlas” de estos últimos años: “EE.UU. lleva diez años sin intervenir militarmente en ningún sitio”. “No es la OTAN quien está bombardeando a los libios sino Gadafi”. El citado artículo continúa así: “Su última perla cultivada ha sido sonora. Para Santiago Alba Rico, los culpables de la crisis de los refugiados sirios y del dolor del pueblo sirio son, en primer lugar, el gobierno sirio, y en segundo lugar Rusia, Irán y Hizbullah. Difícilmente se puede ser más manipulador y alcanzar tal grado de cinismo”.

¿Quién puede tragarse a esta altura de la historia el cuento de que la agresión a Siria nació de la preocupación que tienen por los derechos humanos aquellos que lideran Occidente? ¿O el cuento de que los crímenes cometidos por el “régimen” sirio eran y son los más graves de la actualidad, lo que hizo necesaria la “intervención”? ¿Quién no se ha enterado aún del destrozo llevado a cabo en Libia y, una vez logrado el caos, el absoluto desinterés por el inmenso sufrimiento actual del pueblo libio? ¿Quién es el ingenuo (por no usar otro calificativo aún más duro) que todavía se cree que los mismos que han arrasado país tras país, planificándolo detallada y sistemáticamente y utilizando las más repugnantes mentiras difundiéndolas en los más poderoso medios, pueden estar interesados en el sufrimiento de las supuestas víctimas de Bashar al-Ásad?

La descarada doctrina estadounidense de “dominación total” para “disuadir a potenciales competidores de cualquier aspiración a un papel regional o global más amplio” ha sido y está siendo puesta efectivamente en práctica, siguiendo una agenda previa, con el mismo descaro con el que se expone en los diversos documentos oficiales que la definen. País tras país, todos van quedando arrasados, como si hubiesen pasado por ellos unos nuevos vándalos, más temibles que las huestes de Atila. Algunos altos cargos militares estadounidenses utilizan la imagen de “un martillo” (como aquel con el que el dios Thor de la mitología nórdica y germánica aplastaba a sus enemigos) para referirse a su propio ejército y a la de “un clavo” para referirse a los gobiernos que hay que derrocar.

Las impresionantes pero desconocidas denuncias de un general de cuatro estrellas de una incuestionable autoridad, Wesley Clark, antiguo comandante general del Comando Europeo de los Estados Unidos que comprendía todas las actividades militares estadounidenses en 89 países de Europa, África y Próximo Oriente y comandante supremo de las fuerzas militares de la OTAN en Europa de 1997 a 2001, hacen ya imposible pensar que tantas y tan terribles guerras como estamos viviendo en estos últimos años sean unos acontecimientos espontáneos e inconexos. Como reveló en televisión el 2 de marzo de 2007 en la entrevista que le realizó Amy Goodman para Democracy Now (declaraciones que él mismo reiteró después en otras ocasiones), tan solo unos días después del 11S de 2001 ya existía un plan secreto para ir derrocando sucesivamente a los gobiernos “incómodos” de Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia y Sudán y, para terminar, Irán:

“Diez días después del 11 de septiembre aproximadamente, fui al Pentágono. Vi al secretario Rumsfeld y al subsecretario Wolfowitz. Así que bajé las escaleras para ver a un montón de gente que solía trabajar para mí. Y entonces uno de los generales me llamó y me dijo: ‘Señor, venga aquí, tengo algo que hablar con usted un momento’. Y le dije: ‘Lo siento, estoy muy ocupado’. Y me dijo: ‘No, no… Hemos tomado la decisión de entrar en guerra con Irak’. Así que dije: ‘¿Vamos a entrar en guerra con Irak? ¿Por qué?’. Él dijo: ‘No lo sé’. Dijo: ‘Supongo que no tenemos otra cosa que hacer’. Así que le pregunté: ‘¿Hay alguna información que conecte a Sadam con Al-Qaeda?’. Y me dijo: ‘No, no… no hay nada nuevo en ese sentido. Ellos simplemente tomaron la decisión de entrar en guerra con Irak’. Él dijo: ‘Supongo que es como si quisiéramos hacer algo con los terroristas. Pero tenemos un buen ejército y podemos derribar gobiernos’. Y dijo: ‘Supongo que si todo lo que tenemos es un martillo, todos los problemas tienen la forma de clavo’. Luego fui a verle unas semanas después. Y por aquel entonces ya estábamos bombardeando Afganistán. Y le pregunté: ‘Entonces ¿vamos a atacar a Irak?’. Me dijo: ‘No, es peor que eso’. Fue a su escritorio, cogió un papel y dijo: ‘Acabo de recibir esto de arriba’, queriendo referirse al despacho del secretario de Defensa (Rumsfeld). ‘Esto es un memorándum que describe cómo vamos a tomar siete países en cinco años empezando por Irak, después Siria, Líbano, Somalia, Libia, Sudán y para terminar Irán’.”

En una conferencia que impartió el 3 de octubre de 2007 en Commonwealth club of California (San Francisco, CA), aportó otros muchos e interesantes matices: “En el 11 de septiembre 2001 no teníamos estrategia, ni acuerdo entre los partidos, ni un buen conocimiento de lo que había sucedido y hemos tenido en su lugar un golpe de Estado político. Tipos sin piedad han tomado la dirección de nuestra política extranjera sin apenas informarnos. […] En 2001 [Paul Wolfowitz] era vicesecretario de Defensa, pero en 1991 era subsecretario, es decir el número tres del Pentágono. Me había dicho que en un periodo de entre cinco y diez años había que limpiar todos estos regímenes entregados a la Unión Soviética: Siria, Irán, Irak… antes de que la próxima súper potencia emerja para desafiarnos. […] El ejército serviría para desencadenar guerras y hacer caer a gobiernos en vez de para impedir los conflictos. […]  Un grupo de personas ha tomado el control del país con un golpe de Estado político: Wolfowitz, Cheney y Rumsfeld. Podría nombrar una media docenas de ellos, colaboradores del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC). Querían que el Medio Oriente fuese desestabilizado, fuese puesto patas arriba y puesto bajo nuestro control. […] ¿El plan ha sido anunciado públicamente? ¿Los senadores y diputados han denunciado este plan? ¿Hay algún debate público? No hubo absolutamente nada. Tenían prisa para acabar con Irak para poder ir a Siria.”

En estas fechas, en el que el caos se sigue adueñando de Irak, Libia o Siria, quiero insistir en la verdadera clave que está detrás de tanto sufrimiento y muerte: la destrucción planificada y sistemática de los regímenes que no se sometan a estos designios imperiales y a sus geoestrategias expansionistas centradas en políticas monetarias y energéticas de dominación. Es sorprendente que unas revelaciones de la importancia de las realizadas por alguien revestido de tanta autoridad y credibilidad, revelaciones que, sobre todo, han sido validadas plenamente por los acontecimientos, hayan estado totalmente ausentes durante tantos años no solo en las páginas de los grandes medios de información “globalistas” sino incluso en los artículos e intervenciones de miles de profesionales que jamás han criticado otra cosa que las excentricidades de “el tirano Gadafi” o las barbaries de “el sátrapa al-Asad”, refiriéndonos solo a dos de las últimas grandes agresiones a países soberanos. Entre tanto Vladimir Putin se va convirtiendo ya, poco a poco, en el nuevo ogro al que habrá que eliminar.

Por otra parte, en cuanto al pillaje (en el Medio Oriente, de los recursos energéticos, y en África, de la tercera parte de las reservas mineras de nuestro mundo), hay que decir que este exige medidas estructurales. Si debe ser sistemático y estable, exige medidas no solo militares también económicas, medidas de carácter cada vez más global. De ahí que el control económico ya sea en sí mismo todo un capítulo. En un artículo publicado el día 3 de mayo de 2011, que llevaba por título “Libia, mucho más que petróleo”, traté con más detalle el trasfondo económico de la agresión sufrida por Libia:

“La agresión a Libia tiene sin duda por objeto la apropiación de sus excepcionales reservas petrolíferas […]. son las mayores de África, son nada menos que el doble de las que existen en Estados Unidos. Sin hablar de su gran calidad y facilidad de extracción. Sin embargo, investigadores como Ellen Brown (presidenta del Instituto de la Banca Pública y autora de once libros, el último de los cuales es Todo sobre el petróleo, o Todo sobre la Banca?), John Perkins (exagente de la CIA y autor del libro Confesiones de un sicario económico), Junious Ricardo (productor y presentador de The Digital Underground) o Cynthia McKinney (ex congresista y activista estadounidense), entre otros, están mostrando que además del petróleo existen otras razones tras la agresión. Estos analistas no creen en la aparición de una rebelión armada tan repentinamente en un país en el que ciertamente hay corrupción y falta de libertad pero que goza de un Índice de Desarrollo Humano excepcionalmente elevado. Creen más bien, como casi todo el mundo informado, que un incipiente y pacífico movimiento prodemocrático ha sido secuestrado y trasformado en un violento golpe de Estado fabricado y financiado desde el exterior.

Pero su sorpresa es mayor aun ante el hecho de que una rebelión, supuestamente espontánea y no ‘fabricada’, haya tomado ya en los primeros días de sus ataques la decisión de crear su propio Banco Central. Estos analistas lo consideran un signo altamente elocuente, ya que, según el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central de Libia es 100% propiedad del Estado, cuenta con cerca de 144 toneladas de oro en sus sótanos y tiene por tanto ‘demasiada’ capacidad de autonomía respecto al poder económico occidental. Ellen Brown explica que este país comparte con Irak, Sudán, Somalia, Siria, Líbano e Irán no solo el hecho de estar en la diana del Imperio occidental (como reveló en 2007 el general Wesley Clark a Democracy Now), sino también otra circunstancia a la que los grandes medios occidentales de ‘información’ no parecen querer prestar atención: ninguno de estos siete países figura entre los 56 miembros del Banco de Pagos Internacionales (banco central de bancos centrales, con sede en Suiza), lo que los pone fuera del alcance del largo brazo de sus regulaciones. Libia estaba siendo capaz de imponer sus propias condiciones comerciales a la ‘comunidad internacional’ (léase Imperio occidental) y amenazaba incluso con la nacionalización de todos los recursos estratégicos. Los cables de WikiLeaks no solo evidencian la avidez de las multinacionales occidentales por el petróleo libio sino también la indignación estadounidense por las dificultades que dichas condiciones les provocaban.

Pero es aún más grave el hecho de que Libia haya militado en favor de la exportación de su proyecto. En el periodo previo a la agresión sufrida, Muamar Gadafi había defendido con energía la creación de una nueva moneda que sería utilizada por doscientos millones de personas en el Continente Africano: el dinar de oro. Proyecto que estaba progresando pese a la oposición de Sudáfrica y de la Liga de Estados Árabes. Curiosamente, Saddam Hussein había abogado por una política similar, una política de eliminación del petrodólar como moneda de referencia, poco antes de que Estados Unidos decidiese la invasión de Irak. Y esta no era una estrategia aislada de Muamar Gadafi: es considerado el gobernante africano panafricanista más militante en favor del proyecto de los Estados Unidos de África. De hecho sus amenazas de nacionalización de los recursos, realizadas durante su presidencia de la Unión Africana en 2009, se referían a todos los recursos de África. E incluso su militancia se extendía al ámbito de la Liga de Países Árabes y al de la OPEP.”

El aniquilado Gobierno de Libia compartía con el actual Gobierno sirio esas mismas características: socialismo, panarabismo, laicidad, independencia del sistema financiero creado por las grandes “familias” anglosajonas… Compartía, pues, un modelo de estado que debía ser eliminado. Finalmente, si entramos a concretar algo, aunque sea brevemente, sobre la importancia geoestratégica de Siria hay que referirse al gasoducto que hubiera garantizado que los grandes protegidos y proveedores de Estados Unidos, los reinos totalitarios suníes del golfo Pérsico, tuvieran una ventaja decisiva en los mercados mundiales de gas. Debía partir de Catar, en donde se encuentran dos de las principales bases militares norteamericanas y la sede del Mando Central de Estados Unidos en Oriente Medio. Aunque los grandes medios globalistas ninguneen esta importante cuestión y nos bombardeen sin cesar sobre los crímenes del “déspota” que hicieron surgir una “revolución liberadora”, los analistas independientes y honestos conocen bien la importancia de esta cuestión. Alguien tan poco sospechoso de antiamericanismo como el abogado Robert Kennedy júnior, sobrino del expresidente norteamericano John F. Kennedy, lo exponía con toda claridad en un artículo para la revista Político:

La decisión de Estados Unidos de organizar una campaña para derrocar al presidente Bashar al-Ássad se desencadenó tras su negativa a permitir el paso por su país del gasoducto que debía ir desde Catar hacia Europa. La guerra de Estados Unidos contra Bashar al-Ássad no comenzó en 2011 con la llamada Primavera Árabe sino en 2000, cuando Catar ofreció construir un gasoducto por valor de 10.000 millones de dólares que atravesara Arabia Saudita, Jordania, Siria y Turquía. El presidente sirio se negó a firmar ese acuerdo y optó por otro gasoducto, que se hubiera extendido desde Irán a Líbano y hubiese convertido a los iraníes en los mayores proveedores de gas a Europa. Inmediatamente después de la negativa al proyecto inicial, las agencias de inteligencia de Estados Unidos, Catar, Arabia Saudita e Israel comenzaron a financiar a la oposición de Siria y a preparar una revuelta para derrocar al régimen de Assad, según los datos de diversos informes secretos a los que tuvo acceso Robert Kennedy.

En su artículo detalla que la CIA transfirió seis millones de dólares a la cadena de televisión británica Barada para que elaborara reportajes en favor del derrocamiento del mandatario sirio. Y también subraya que las decisiones de Washington obviaron el hecho de que el Gobierno de Siria era mucho más moderado que las monarquías suníes, gracias a que el país era secular y poseía una élite pluralista. Además, Assad abogaba por la liberalización y, entre otras cosas, aportó a la CIA toda la información después de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York. Finalmente recuerda que la inteligencia norteamericana ha utilizado a los yihadistas para proteger los intereses relacionados con los hidrocarburos de Estados Unidos y para derrocar a regímenes en Oriente Medio desde mediados del siglo XX, debido a que consideraba que las fuerzas religiosas radicales eran un contrapeso fiable a la influencia de la Unión Soviética en la zona. Ya en 1957, Estados Unidos trató en vano de provocar una revolución en Siria y derrocar al gobierno secular democráticamente elegido. Sin embargo, no se detuvo ahí, sino que la aparición de “el grupo criminal petrolero” Estado Islámico es el resultado de una larga historia de intervención de Estados Unidos en la región.