Felipe González, el one o el dios, como lo calificó críticamente Txiki Benegas, uno de los más respetados miembros de la Comisión Ejecutiva del PSOE surgida en el histórico Congreso de Suresnes; Felipe González, aquel que en el decisivo momento de la transición española nos engañó a todos… acusó el pasado miércoles a Pedro Sánchez de haberle engañado en una conversación privada entre ambos. Unas horas antes de la mayor crisis de la historia del PSOE, desencadenada tras la dimisión de diecisiete miembros de su ejecutiva, ese gran farsante había levantado de nuevo su mediática voz. Entrevistado en la Cadena SER, el expresidentísimo, siempre vigilante por el bien de España, sentó cátedra una vez más.

Impartió de nuevo doctrina este personaje de gesto y tono desagradables frente todos los que no comparten su “proyecto de España”. Un gesto y un tono tan desagradables como los del otro expresidentísimo, José María Aznar. El primo inter pares, el más relevante de entre todos aquellos barones que jamás tolerarán que el PSOE vuelva a conectar con sus verdaderas raíces socialistas, que se configure un nuevo Gobierno de progreso o que se plantee tan solo la posibilidad del referéndum catalán (“quieren liquidar España y trocearla”, decía Felipe con vehemencia en su entrevista)… desencadenó la gran tormenta.

El problema de Felipe González es que ya sabemos demasiado sobre cómo la transición fue conducida por el general Vernon Walters, el hombre encargado para ello por el Gobierno estadounidense y por las grandes familias financieras que controlan la Fed y gobiernan en realidad a dicho Gobierno. Ya sabemos demasiado sobre cómo Isidoro (nombre en clave del Felipe de aquella época) fue elevado al poder por estas gentes. Ya sabemos demasiado sobre cómo la principal condición de esa transición tutelada, así como el por qué más importante de ese liderazgo felipista, no era otra que la continuidad de las bases estadounidenses en España y la permanencia en la OTAN de un país tan importante geoestratégicamente como es el nuestro.

El gran farsante de aquella campaña masiva y sucia para que triunfase el SÍ a la OTAN en el referéndum al que él mismo se había comprometido, acusa ahora a Pedro Sánchez de haberlo engañado en una simple conversación privada no vinculante, una de las muchas que Pedro Sánchez ha mantenido durante estos meses. En unos pocos años, llegado el momento oportuno, Isidoro se quitó la máscara: tiró a la basura su electoralista propuesta estrella de sacar a España de la OTAN y se volcó a la defensa vehemente (vehemencia tan propia de Felipe) de la permanencia en ella. Y como tal cosa no era ni mucho menos un tema menor para sus poderosos padrinos estadounidenses, llegó incluso a amenazar con su abandono del Gobierno. Un informe elaborado por el Centre Delàs d’Estudis per la Pau afirma: “El Gobierno del PSOE de Felipe González utilizó toda la fuerza del Estado y los medios públicos para doblegar la voluntad de la población que, en las encuestas, se manifestaba favorable a la salida de la OTAN”. Tras el triunfo del SÍ jamás se cumplieron ninguna de las tres condiciones a las que tal SÍ estaba ligado.

En realidad, dudo de que a esta estrella rutilante (sin luz propia, sin más luz que aquella que le proporcionan los medios globalistas) le importe demasiado que el PSOE acabe siendo un partido tan marginal como el PSOK griego: es tan solo un hombre de las élites globalistas. Ellas son su verdadero partido. Al igual que sucede con la práctica totalidad de los políticos estadounidenses más relevantes, tanto republicanos como demócratas: son todos ellos miembros del Consejo de Relaciones Exteriores, la organización creada por estas élites en 1921, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Después, en 1954, tras la Segunda Guerra Mundial, vendrían el Club Bildelberg. Y en 1973, tras la desvinculación del dólar al oro y la globalización del petrodólar (que haría posible la actual monstruosa financiarización que no tiene fundamento alguno en las limitadas riqueza y economía reales), llegaría la Comisión Trilateral.

Me parece que es cada vez más evidente que Felipe González vive tan volcado hacia el proyecto y los intereses de tales élites -que avanzan paso a paso hacia su anhelado gobierno mundial-, que está cada vez más desconectado de la realidad, de las penurias de los más empobrecidos de nuestra sociedad así como de los sufrimientos de los pueblos agredidos con terribles guerras. Yo creo que hasta dará por bueno el hundimiento del PSOE si a cambio consigue salvar de nuevo en “su” España el actual estatus quo, impidiendo que Pedro Sánchez pacte con “los antisistema”.

El creciente abismo que se viene dando entre los militantes del laborismo y la gran mayoría de sus diputados, así como la guerra sucia de esta mayoría de diputados contra Jeremy Corbyn, son unas claves trasladables casi al 100% a lo que en estos días se está viviendo en el PSOE. El sondeo de Metroscopia de hace tan solo dos semanas concluye lo siguiente: “La preferencia de los votantes socialistas para desbloquear la actual situación sería un Gobierno entre el PSOE y Unidos Podemos presidido por Pedro Sánchez, con el apoyo o la abstención de Ciudadanos, [Gobierno] que contaría con el apoyo de un 70% [de esos votantes socialistas]”. Precisamente por eso, para Felipe González y sus barones lo mejor es que los militantes estén bien calladitos.

Ya lo dijo el mismo Felipe en marzo de 2008 refiriéndose a algo tan trascendental como la pertenencia (no participación sino pertenencia) de España a la OTAN: “A los ciudadanos no se les debe consultar si quieren o no estar en un pacto militar”. Tampoco habría que olvidar las crecientes diferencias en Estados Unidos entre las bases demócratas y sus congresistas y senadores. Ni tampoco las sucias e inconfesables maquinaciones, salidas a la luz pública, con las que el Comité Nacional Demócrata perjudicó gravemente a Bernie Sanders durante la campaña electoral.

Y estos líderes socialdemócratas, que ni tan siquiera disponen de agendas u horizontes verdaderamente socialistas sino que tan solo siguen la directrices de los grandes globalistas, tienen la desfachatez de culpar a Sánchez o a Corbyn de los más que comprensibles y continuados fracasos electorales de sus partidos. No sé cómo seguirá este dramón, pero una cosa es cierta: me parece importante que las máscaras vayan siendo arrancadas por los vientos de los acontecimientos y de la historia. El falso progresismo de estos partidos -que en las verdaderas cuestiones, las globales, en nada se han diferenciado de los partidos conservadores- ha sostenido durante décadas un espejismo de alternancia bipartidista y ha hecho un daño enorme al verdadero progresismo.

“Hay que ser respetuoso con los 8 millones de votos que obtuvo el PP”, afirmó también Felipe. Aunque cabría preguntarse: ¿y qué hacemos con los 10,5 millones de votos que fueron a parar al PSOE y Podemos? Creía que ya había pasado aquello de invocar “el mandato dado por el pueblo español” para defender que el partido más votado es el que debe gobernar. Pero, al parecer, para Felipe aún no ha pasado ese supuesto mandato. Semanas atrás, cuando se nos bombardeaba cada día con este mantra, tuve un sueño, bastante surrealista, como suele suceder con tantos sueños: tomaba una de las papeletas de voto que aún conservaba, de aquellas que los partidos se empeñan en mandar a nuestro domicilio, y buscaba en el reverso la posible letra pequeña -como aquella con la que se nos estafa en los documentos bancarios o en las pólizas de los seguros- en la que se explicase qué uso debía darse a mi voto en el caso de que no hubiese mayoría absoluta. El hecho es que, al no encontrar ninguna letra pequeña al respecto, me decía a mí mismo justo antes de despertar: ¡Pero qué farsantes son estos tipos!