El pasado domingo se celebró en el Mur de la Memòria del cementerio de Palma el ochenta aniversario del fusilamiento, en ese preciso lugar, al amanecer del día 24 de febrero de 1937, de los alcaldes republicanos de Palma e Inca, Emili Darder y Antoni Mateu. Junto a ellos fueron también fusilados el abogado y político Alexandre Jaume y al empresario Antoni Maria Ques. Hace años que asisto al acto en el que, en torno a esa fecha, se celebra el aniversario de un acontecimiento tan repugnante por una parte y tan heroico por la otra. Es un modo sencillo de expresar toda mi admiración y reconocimiento a esas figuras que fueron capaces de mantener la dignidad hasta el final. Incluso frente a una multitud exaltada y sádica que, en una escena de una crueldad incomprensible, no dejaba de insultarlos en los últimos instantes de su vida.
Es un acto anual que siempre remueve en mi interior una serie de sentimientos y reflexiones intensas. Pues, para colmo, mi padre fue enterrado, tras su fallecimiento el 14 de octubre de 1963, en una preciosa cripta, justo encima del lugar del fusilamiento. Una familia del entorno del hermano mayor de mi padre, todos ellos militares, tuvo la generosidad de ofrecernos su propia cripta. Habíamos llegado a Mallorca hacía muy poco tiempo y el fallecimiento jamás imaginado del cabeza de familia, a los 41 años de edad y con cuatro hijos, menores todos ellos de los 11 años, nos había sumido en el desconcierto.
El hecho es que yo viví mi adolescencia y juventud entre los de arriba del muro, entre los vencedores, entre los buenos de la historia. No tenía ni idea de los dantescos acontecimientos vividos a los pies del muro, tan solo a unos metros, en el exterior de él, tan cerca de mi propia historia. Por no saber, no sabía ni de la existencia de la fascinante figura de Emili Darder y de la de sus compañeros. No sabía que existía otro mundo, el de abajo del muro. Hasta el año 1967 estudié los dos bachilleratos en el Instituto Ramón Llull, entre Formación del Espíritu Nacional, NO-DO en los cines, campamentos de la OJE en la Victoria durante los veranos y hasta grandes eventos como el espectáculo en el Estadio Luis Sitjar con motivo de los “25 años de paz”…
Solo a partir de “la mayoría de edad”, a partir de los 21, empecé a ir tomando conciencia del mundo de “extramuros”. Hasta llegar al día en que el director de la Fundació Emili Darder, Pere Sampol, me propuso formar parte de ella como vocal. Cosa que consideré no solo un honor sino también una especie de reconciliación interna. Como dejó muy claro una intensa y extensa investigación sobre el NO-DO franquista, lo realmente determinante de tanta y tan agobiante propaganda no fueron las mentiras que en el NO-DO se podían insertar sino lo silenciado. La propaganda no es solo ni principalmente un conjunto de mentiras o medias verdades: es, sobre todo, ocultamiento de aquello que en realidad es lo importante.
Pero mis vivencias en el acto conmemorativo en el Mur de la Memòria tuvieron este año un componente especial. Cuando una de las personas que intervinieron en el acto se refirió a nuestro tiempo como un tiempo en el que desde la Rusia de Putin y los Estados Unidos de Trump sopla de nuevo el autoritarismo, algo se rasgó dentro mío: ¡De nuevo “nosotros los buenos” frente a la Rusia Imperio del mal (como la calificó Ronald Reagan)! Pero ahora formulado por los nuestros, ¡por quienes homenajean a los asesinados el 24 de febrero de 1937 bajo la acusación de ser unos “rojos”! ¡De nuevo la ignorancia fruto de la propaganda! En el momento de oír aquellas perturbadoras palabras me vi a mí mismo, adolescente ignorante, en aquel que las pronunciaba. ¿Qué ha pasado para haber llegado a este punto?
Hoy como ayer la propaganda silencia lo fundamental. Los grandes medios jamás hablarán de sus propietarios y de su proyecto de dominación hegemónica. Proyecto que implica el impedir, aunque sea por medios tan criminales como los del 24 de febrero de 1937, el surgimiento de cualquier competidor no ya global sino incluso regional. Pero esa propaganda ha sufrido una sorprendente mutación que convierte en progresistas a los políticos servidores de la élite: políticos como Barack Obama y Hillary Clinton que han favorecido con el mayor descaro al Wall Street y al Complejo Militar Industrial (que financiaron su ascenso mediático y sus campañas electorales), que han sido extremadamente belicosos (a pesar de sus formas amables y aparentemente nada autoritarias), que incluso han llegado a utilizar sistemáticamente al terrorismo salafista (como ha quedado sobradamente probado aunque nunca aparezca en los grandes medios de propaganda) para llevar a cabo sus últimas agresiones internacionales. Propaganda que, por el contrario, vuelve a convertir a Rusia en el siniestro responsable de todo lo que está ocurriendo.
Es una propaganda tan sutil y sofisticada que hace del NO-DO franquista un provinciano y cutre panfleto. Las grandes familias financieras anglosajonas han alcanzado objetivos tan impresionantes como el de hacerse en 1913 con la Reserva Federal, el control de la moneda y de la economía. Pero uno de sus más magistrales logros ha sido sin duda el de llegar a controlar la opinión pública manteniendo la apariencia de que nuestras sociedades son unas sociedades de la información. Lo cual significa, en el fondo, el control del poder de decisión en aquellas grandes cuestiones que son las que en realidad les importan, pero manteniendo al mismo tiempo la apariencia de una democracia formal.
Y lo penoso es que, a “los nuestros”, el dolor de pueblos como el libio o el sirio no parece dolerles lo suficiente como para dedicar la energía y el tiempo suficientes para llegar a descubrir que, actualmente, en Occidente solo hay una vía para informarse verazmente: conocer lo que estas gentes se dicen y escriben entre ellos cuando creen que nadie los oye u observa. ¿Quién no se ha dado cuenta aún de que lo que sabemos por Wikileaks, por ejemplo, es exactamente lo opuesto a lo que nos cuentan los grandes medios globalistas o “progresistas”? Incluso lo contrario de lo que nos cuentan, en sus páginas de internacional, nuestros cercanos y familiares medios en catalán.
Como dijo otra de las personas que intervinieron en el acto del Mur de la Memòria, el mejor homenaje que podemos hacer a Emili Darder y sus compañeros es el de continuar su lucha. Mantener su misma dignidad, ahora más que nunca, en un mundo globalizado en el que la propaganda lo invade todo y en el que no podemos desentendernos de lo que pasa en pueblos hermanos. Como escribía magistralmente esta misma semana Andreu Jaume, bisnieto de Alexandre Jaume: “Esa mirada serena, limpia, nunca servil ni humillada, convirtió en pobres lacayos a quienes le condenaron -al juez, al fiscal, a los militares sublevados, a buena parte de la clase social a la que pertenecía- y sigue viva y alta en quienes se atreven a leer y escribir denunciando las tiranías de su propio tiempo”.