El equipamiento alemán visible en Kursk ha despertado viejos fantasmas y ha consolidado la conciencia de las hostiles intenciones occidentales hacia Rusia. «Nunca más» es la respuesta tácita.

La propaganda de guerra y las fintas son tan viejas como las colinas. No hay nada nuevo. Pero lo que sí es nuevo es que la guerra de la información ya no es un complemento de objetivos bélicos más amplios, sino que se ha convertido en un fin en sí mismo.

Occidente ha llegado a considerar que «poseer» la narrativa ganadora –y presentar la del Otro como tosca, disonante y extremista– es más importante que enfrentarse a los hechos sobre el terreno. Desde este punto de vista, poseer la narrativa ganadora es ganar. La «victoria» virtual se impone a la realidad «real».

Así pues, la guerra se convierte más bien en el escenario para imponer la alineación ideológica a través de una amplia alianza global e imponerla a través de medios de comunicación obedientes.

Este objetivo goza de mayor prioridad que, por ejemplo, garantizar una capacidad de fabricación suficiente para sostener los objetivos militares. La creación de una «realidad» imaginada ha primado sobre la configuración de la realidad sobre el terreno.

La cuestión es que este enfoque, que depende de la alineación de toda la sociedad (tanto en el interior como en el exterior), crea falsas realidades, falsas expectativas, de las que resulta casi imposible salir (cuando es necesario), precisamente porque la alineación impuesta ha osificado el sentimiento público. La posibilidad de que un Estado cambie de rumbo a medida que se desarrollan los acontecimientos se reduce o se pierde, y la lectura precisa de los hechos sobre el terreno se desvía hacia lo políticamente correcto y se aleja de la realidad.

No obstante, el efecto acumulativo de «una narrativa virtual ganadora» conlleva el riesgo de deslizarse gradualmente hacia una «guerra real» inadvertida.

Tomemos, por ejemplo, la incursión orquestada y equipada por la OTAN en la simbólicamente significativa región de Kursk. En términos de una «narrativa ganadora», su atractivo para Occidente es obvio: Ucrania «lleva la guerra a Rusia».

Si las fuerzas ucranianas hubieran logrado capturar la central nuclear de Kursk, habrían tenido una importante baza para negociar y podrían haber apartado a las fuerzas rusas de la «Línea» ucraniana en Donbás, que se derrumba constantemente.

Y para colmo (en términos de infoguerra), los medios de comunicación occidentales estaban preparados y alineados para mostrar al presidente Putin como «congelado» por la incursión sorpresa, y «tambaleándose» con la ansiedad de que el público ruso se volviera contra él en su ira por la humillación.

Bill Burns, jefe de la CIA, opinó que «Rusia no ofrecería ninguna concesión sobre Ucrania hasta que el exceso de confianza de Putin se pusiera en entredicho y Ucrania pudiera mostrar su fuerza». Otros funcionarios estadounidenses añadieron que la incursión en Kursk –en sí misma– no llevaría a Rusia a la mesa de negociaciones; sería necesario basarse en la operación de Kursk con otras operaciones audaces (para sacudir la sangre fría de Moscú).

Por supuesto, el objetivo general era mostrar a Rusia como frágil y vulnerable, en línea con la narrativa de que, en cualquier momento, Rusia podría resquebrajarse y dispersarse al viento, en fragmentos. Dejando a Occidente como vencedor, por supuesto.

De hecho, la incursión en Kursk fue una enorme apuesta de la OTAN: Supuso hipotecar las reservas militares y el blindaje de Ucrania, como fichas en la ruleta, apostando a que un éxito efímero en Kursk daría al traste con el equilibrio estratégico. La apuesta se perdió, y las fichas se confiscaron.

Dicho sin rodeos, este asunto de Kursk ejemplifica el problema de Occidente con las «narrativas ganadoras»: Su defecto inherente es que se basan en el emotivismo y evitan la argumentación. Inevitablemente, son simplistas. Simplemente pretenden alimentar una alineación común de «toda la sociedad». Es decir, que a través de los medios de comunicación, las empresas, los organismos federales, las ONG y el sector de la seguridad, todos deberían oponerse a todos los «extremismos» que amenazan «nuestra democracia».

Este objetivo, en sí mismo, dicta que la narrativa sea poco exigente y relativamente poco polémica: «Nuestra democracia, nuestros valores y nuestro consenso». La Convención Nacional Demócrata, por ejemplo, adopta la «alegría» (repetida sin cesar), «avanzar» y «oponerse a la rareza» como declaraciones clave. Son banales, pero estos memes adquieren su energía e ímpetu no tanto por su contenido como por la deliberada ambientación hollywoodiense que les confiere espectacularidad y glamur.

No es difícil ver cómo este espíritu unidimensional puede haber contribuido a que Estados Unidos y sus aliados hayan malinterpretado el impacto de la «audaz aventura» de Kursk en los rusos de a pie.

Kursk» tiene historia. En 1943, Alemania invadió Rusia en Kursk para desviar la atención de sus propias pérdidas, siendo finalmente derrotada en la Batalla de Kursk. El regreso del equipo militar alemán a los alrededores de Kursk debió de dejar a muchos boquiabiertos; el actual campo de batalla en torno a la ciudad de Sudzha es precisamente el lugar donde, en 1943, los ejércitos soviéticos 38º y 40º se enroscaron para una contraofensiva contra el 4º Ejército alemán.

A lo largo de los siglos, Rusia ha sido atacada varias veces por su vulnerable flanco occidental. Y más recientemente por Napoleón y Hitler. Como era de esperar, los rusos son muy sensibles a esta sangrienta historia. ¿Pensaron esto Bill Burns y otros? ¿Imaginaron que si la OTAN invadía Rusia, Putin se sentiría «desafiado» y que, con un empujón más, se retiraría y aceptaría un resultado «congelado» en Ucrania, con la entrada de este país en la OTAN? Puede que sí.

En última instancia, el mensaje que enviaron los servicios occidentales fue que Occidente (la OTAN) viene a por Rusia. Este es el significado de elegir deliberadamente Kursk. Leyendo las runas del mensaje de Bill Burns dice: prepárate para la guerra con la OTAN.

Para que quede claro, este género de «narrativa ganadora» en torno a Kursk no es un engaño ni una finta. Los Acuerdos de Minsk fueron ejemplos de engaño, pero fueron engaños basados en una estrategia racional (es decir, fueron históricamente normales). Los engaños de Minsk pretendían ganar tiempo a Occidente para impulsar la militarización de Ucrania, antes de atacar el Donbass. El engaño funcionó, pero sólo al precio de una ruptura de la confianza entre Rusia y Occidente. Sin embargo, los engaños de Minsk también aceleraron el fin de la era de 200 años de occidentalización de Rusia.

Kursk, en cambio, es un «pez» diferente. Se basa en la noción de excepcionalismo occidental. Occidente se percibe a sí mismo como «el lado correcto de la Historia». Las «narrativas ganadoras» afirman esencialmente –en formato secular– la inevitabilidad de la Misión escatológica occidental de redención y convergencia global. En este nuevo contexto narrativo, los hechos sobre el terreno se convierten en meros irritantes y no en realidades que deban tenerse en cuenta.

Este es su talón de Aquiles.

Sin embargo, la convención del Congreso Nacional Demócrata en Chicago puso de relieve otra preocupación:

Así como el Occidente hegemónico surgió de la era de la Guerra Fría formado y vigorizado a través de la oposición dialéctica al comunismo (en la mitología occidental), así vemos hoy, un (supuesto) «extremismo» totalizador (ya sea del modo MAGA; o de la variedad externa: Irán, Rusia, etc.), planteado en Chicago en una oposición dialéctica hegeliana similar al antiguo capitalismo contra el comunismo; pero en el caso de hoy, es el «extremismo» en conflicto con «Nuestra Democracia».

La narrativa-tesis del Congreso Nacional Demócrata de Chicago es en sí misma una tautología de diferenciación identitaria que se presenta como «unión» bajo la bandera de la diversidad y en conflicto con la «blancura» y el «extremismo». El «extremismo» se presenta claramente como el sucesor de la antigua antítesis de la Guerra Fría: el comunismo.

La «trastienda» de Chicago puede estar imaginando que una confrontación con el extremismo -en sentido amplio- producirá de nuevo, como ocurrió en la era posterior a la Guerra Fría, un rejuvenecimiento estadounidense. Lo que equivale a decir que un conflicto con Irán, Rusia y China (de forma diferente) puede entrar en la agenda. Los signos reveladores están ahí (además de la necesidad de Occidente de un reajuste de su economía, que la guerra suele proporcionar).

La estratagema de Kursk sin duda pareció inteligente y audaz a Londres y Washington. ¿Pero con qué resultado? No logró ni el objetivo de tomar la central nuclear de Kursk ni el de expulsar a las tropas rusas de la Línea de Contacto. Se eliminará la presencia ucraniana en el óblast de Kursk.

Lo que sí hizo, sin embargo, es poner fin a todas las perspectivas de un eventual acuerdo negociado en Ucrania. La desconfianza hacia Estados Unidos en Rusia es ahora absoluta. Esto ha hecho que Moscú esté más decidido a llevar a término la operación especial. El equipamiento alemán visible en Kursk ha despertado viejos fantasmas y ha consolidado la conciencia de las hostiles intenciones occidentales hacia Rusia. Nunca más» es la respuesta tácita.

Fuente: Strategic Culture Foundation

Foto: Ofensiva ucraniana en Kursk (EPA-EFE, Ministerio de Defensa de Rusia)

Kursk ha cambiado la guerra – Dmitry Polyanskiy, representante ruso en la ONU (SaneVox, 29.08.2024)