Hace unos días leí un relato tan impresionante que, sin necesidad de imágenes, el impacto emocional que me produjo fue intenso: “[…] vi a mi hijo caer al suelo y empezó a sangrar por la cabeza. Me acerqué a él y vi que le había explotado la cabeza. Los tanques israelíes empezaron a disparar y a disparar por todas partes. Sabía que mi hijo estaba muerto… así que tuve que dejarlo en el suelo y huir con mis otros hijos a un lugar seguro. No pude volver a este lugar durante diez días, donde más tarde descubrí que un tanque israelí había atropellado su cuerpo y lo había desmembrado. Sólo pudimos recoger parte de su carne y huesos, que habían sido destrozados por los tanques israelíes, y los pusimos en un trozo de tela, como una camisa, y nos los llevamos, enterrándolos en un cementerio improvisado”.
Eso es la guerra: una situación en la que se da rienda suelta al mayor de los sadismos y se cometen las peores barbaries, cosas por las que, en otras circunstancias, que no fuesen la de guerra abierta, se condenaría a sus autores con el máximo rigor. Pero habitualmente los textos no suelen lograr un impacto emocional semejante al que me provocó el citado artículo. Menos aún si se trata de estadísticas o de sesudos análisis. Suele ser cierto aquello de que una muerte es una tragedia, pero un millón de muertes es una estadística. Los señores de la Mentira y dueños de la Propaganda conocen bien el poder de muchas imágenes impactantes para provocar conmoción y rebeldía en cualquier persona medianamente sensible. La divulgación lograda por la famosa imagen de los niños vietnamitas corriendo con sus cuerpos abrasados por el napalm de los “liberadores” estadounidenses fue, seguramente, un punto de inflexión.
Han perfeccionado sus técnicas de adoctrinamiento y fabricación de consensos. Saben que ocultar todo aquello que es importante (pero “inconveniente”) es aún más decisivo que distorsionar y falsear los hechos. Y esto es especialmente cierto en lo que se refiere a las imágenes, como saben muy bien los analistas que utilizan canales de video, y no textos, para difundir su mensaje. Analistas que siempre están controlando cuidadosamente los titulares, los términos y, sobre todo, las imágenes que van a utilizar, a fin de no ser vetados o incluso castigados por páginas web como YouTube.
Por eso quiero referirme a la empatía, lucidez y valentía del cirujano de guerra suizo durante cuatro décadas Flavio del Ponte, instructor para cirujanos de guerra, jefe de la misión de la ONU en África, cirujano en Palestina en nombre de la Ayuda al Desarrollo suiza y muchas cosas más. En su reciente libro Disonancias, da un lugar especial a las fotos, “testigos de una situación que no se ve ni se quiere ver (minuto 30)”. Está convencido de que:
“Cualquiera que vea esas imágenes ya no podrá apartar la mirada y decir que [esas situaciones] no le conciernen. Pienso que todo el mundo debería verlas, no se pueden ocultar, porque esa es la verdadera realidad. Lo otro, lo que aparece en la televisión, los informes y demás, todo mezclado en el telediario […] me parece una realidad virtual, tan alejada del ser humano. […]. Y precisamente la naturalidad con la que hoy se observa la escalada en situaciones de guerra, el sufrimiento humano que soporta la sociedad civil… es simplemente demasiado grande. Algo tiene que suceder. […] Se dijo ‘Nunca más la guerra’, pero hoy se ha olvidado todo eso. Lo cual me parece terrible.”
No me cabe duda alguna de que, en su última hora, la gente de esas perversas elites deberá enfrentarse a multitud de imágenes de los acontecimientos terribles que ellos han provocado, unas imágenes que también ellos mismos han ocultado al mundo. Y no serán imágenes externas, sino sucesos en los que ellos mismos estarán inmersos e involucrados muy negativa y dolorosamente. Será una situación de una intensidad incomparablemente mayor a la que pueda proporcionar cualquiera de los actuales cascos simuladores de realidad virtual.
Por otra parte, multitud de personas que han pasado por las llamadas “experiencias cercanas a la muerte” entienden perfectamente que Albert Einstein calificase a nuestra percepción subjetiva/lineal del tiempo como “un espejismo obstinadamente persistente”: en cuestión de tan solo algunos minutos han vuelto a vivir multitud de acontecimientos de su vida con una incomprensible intensidad.
En estas fechas ya cercanas a la Navidad me parece oportuno comentar un pensamiento que ha venido a mi mente mientras escribo este artículo: si el inspirado Charles Dickens escribiese ahora su genial cuento Canción de Navidad, seguramente no podría eludir las terribles características, perversas y criminales, de los actuales Ebenezer Scrooge, los grandes financieros/ “filántropos” anglo/occidentales que nos están llevando a la Tercera Guerra Mundial. Porque nada de cuanto sucede en nuestro globalizado y convulso mundo actual puede ser entendido sin referencia a la creación por las grandes “familias” financieras/”filantrópicas” de la Reserva Federal en 1913.
Las categorías de “pobreza” o “caridad”, utilizadas por Dickens, nos resultan ahora insuficientes. Al igual que aquellas categorías marxistas que eviten referirse al hecho, tabú para los marxistas más intransigentes, de que en los orígenes de la Revolución rusa también aparecen dichas “familias” capitalistas. Del mismo modo que aparecen también en los orígenes del nazismo. Así que el propósito de estas “familias” de acabar con el poder y la integridad de Rusia viene de lejos. En consecuencia, la lucidez geopolítica es hoy algo obligatorio para aquellos que realmente amen a sus semejantes. Y la falta de una mínima dedicación a, como mínimo, entender, en fuentes fidedignas, qué está pasando… es la más clara evidencia de que no nos importan demasiado las víctimas de las guerras del mundo.
Entonces, ¿qué decir de nosotros mismos, la gran masa de “buenos” cristianos silenciosos, frente a la maldad de unos pocos, los poderosos del mundo? Pues yo diría: Aquello tan antiguo, pero nada viejo, de que los pecados de omisión suelen ser los más graves será la causa de que también nosotros debamos de enfrentarnos en nuestra última hora a todas aquellas imágenes de violencia “lejana” a las que hemos evitado enfrentarnos a lo largo de nuestras vidas. Independientemente de que aquellos que han pasado por una experiencia cercana a la muerte nos cuenten que estaban inmersos en una inconcebible Luz de pura Misericordia, el hecho es que tuvieron que enfrentarse a todas aquellas imágenes indeseadas.
Acabo de nuevo con san Francisco de Asís, al igual que hice en mi anterior artículo. Es digno de ser notado que un canto tan sublime como es el Cántico de las criaturas tenga un final tan recriminatorio y perturbador como este: “Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. ¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal!: bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal”.
Más allá de bastantes categorías morales de siglos pasados, estas sí viejas y caducas, lo cierto es que cada uno de nosotros tendrá que asumir en la última hora sus mentiras, su falta de empatía, sus cobardías… Entiendo que, para referirse a quienes se empecinen en la arrogancia, la perversión y el crimen, san Francisco lanzase aquel “¡Ay de aquellos…!” Un “Ay” bien semejante a aquellos otros de su maestro Jesús de Nazaret (Lucas 6, 24-26): “[…] ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque os lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”.
Era aquel Jesús tan misericordioso con pecadores, publicanos y prostitutas que escandalizaba y provocaba el rechazo de los puros y bienpensantes, pero tan sorprendentemente implacable con los arrogantes, hipócritas y duros de corazón. Un Jesús que en la parábola del juicio final (Mateo 25, 41-43) utiliza una durísima maldición para referirse a estas gentes; “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer, tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recibisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis”.
Parece como mínimo llamativo que aquel que seguramente es el periodista más famoso del mundo, Tucker Carlson, cuya entrevista al presidente Putin alcanzó unas exorbitantes cifras de audiencia jamás habidas, acabe de afirmar que “La Casa Blanca la dirige Satanás”. Una Casa Blanca, dice, empeñada en prolongar una guerra perdida, como es la de Ucrania, sin otro objetivo aparente que el de la maldad, que el de provocar destrucción y muerte de inocentes. Todo lo cual nos conduciría a un relato navideño mucho más cercano a los de Tolkien, con figuras como la de Sauron y Saruman, que al de Dickens.
Valiente médico de guerra revela verdades que los políticos ocultan | Dr. Flavio del Ponte (Neutrality Studies, 02.12.2024)