Sólo le pido a Dios
que el dolor no me sea indiferente,
que la reseca muerte no me encuentre
vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.

Sólo le pido a Dios
que lo injusto no me sea indiferente, […].

Sólo le pido a Dios
que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.

Sólo le pido a Dios
que el engaño no me sea indiferente
[…]

Sólo le pido a Dios
que el futuro no me sea indiferente, […].

León Gieco

Podría iniciar esta conferencia refiriéndome a los aspectos políticos de la paz. Podría por ejemplo recordar que la paz es tan importante que, según los principios de Núremberg, las agresiones internacionales constituyen el crimen del cual se derivan todos los otros, constituyen el mayor de los crímenes: el crimen contra la paz. O podría abordarla a partir de los aspectos espirituales de la paz. Podría por ejemplo recordar que, en la Biblia la paz es el regalo divino por excelencia, el mayor don que la humanidad debe recibir en los tiempos mesiánicos.

Por otra parte también podría comenzar por lo que Antoine me pidió: explicar algunas de mis propias vivencias en torno a la paz. Pero, independientemente de que más tarde pueda referirme a algunas de esas experiencias personales, de momento empezaré por una vía intermedia, ni tan académica ni tan personal. Una vía por la que creo que podemos llegar más fácilmente a nuestros niños, adolescentes y jóvenes.

No voy a exponer, como ya he hecho muchas veces, las que creo que son las claves de las muchas guerras actuales. Ni voy a insistir una vez más, dirigiéndome a una minoría especialmente sensible y consciente, en que hasta el más pequeño puede cambiar el curso del futuro. He intentado configurar esta conferencia a partir de la realidad cotidiana de aquellos a quienes van dirigidos nuestros desvelos educativos. Y lo que ha ido surgiendo es una serie de elementos que conectan polos tan opuestos como son la paz internacional y la búsqueda personal de la felicidad. Lo cual no quiere decir que no aparezcan otros elementos diferentes, ya que, aunque tenga muchas facetas, la paz es una realidad única e integral.

Empezaré por una pregunta: ¿Qué tiene en común la paz con otras realidades tan básicas como la salud? Además de ser ambas tan importantes, ¿qué más tiene en común? Todas las realidades más fundamentales, gracias a las cuales existimos, tienen una característica muy especial: a pesar de ser tan importantes, paradójicamente solo somos conscientes de su valor cuando nos faltan. Para las sociedades la paz es algo semejante a lo que es para los individuos la respiración, la salud o el cariño de los seres cercanos. No somos bien conscientes de ello, pero la guerra arrasa con todas nuestras realidades y seguridades cotidianas. Es un monstruo grande que destruye todo… ¡todo!

Tal característica de la paz, el no ser valorada hasta que nos falta, condiciona totalmente una conferencia sobre Paz y Educación en un lugar como es Mallorca, en el que el día a día es bien diferente del que se vive ahora en Siria, por ejemplo. Nuestros niños, adolescentes y jóvenes no saben lo que es una guerra abierta y difícilmente pueden ser capaces de valorar el extraordinario don de la paz. Pero, ¿acaso nosotros, los adultos, sí lo sabemos? Porque difícilmente podremos trasmitirles algo que nosotros mismos no sabemos. Y no me refiero a saberlo mentalmente. Lo que importa es saber las cosas “desde aquí (desde la frente) para abajo”, como decía el discípulo europeo de mahatma Gandhi, Lanza del Vasto.

Me sentiría satisfecho si en esta conferencia tan solo consiguiese que todos respirásemos profundamente durante unos minutos e iniciásemos o reforzásemos el hábito de conectarnos con la conciencia de estar vivos en un entorno o medio tan acogedor y en paz como es el de nuestra estimada Mallorca. ¿Por qué no tenemos una gratitud más consciente y cotidiana por esta vida que, como cantaba Violeta Parra, “nos ha dado tanto”? ¿Por qué casi nunca damos gracias por la respiración que nos da vida minuto a minuto, o por el agua y los alimentos que nos dan vida día a día, o por el prodigioso funcionamiento de nuestro cuerpo, o por el cariño de aquellos sin los cuales no seríamos nada?

Y ya no hablemos de expresar todo nuestro cariño, nosotros tan pudorosos, a las personas que Dios ha puesto en nuestras vidas. No es, pues, extraño que para muchos de aquellos que saben que van a morir en breves instantes lo más importante sea el expresar a los suyos ese cariño. Y para muchos de aquellos que tienen un margen algo mayor, por una enfermedad por ejemplo, cada pequeña cosa que antes no significaba nada, cada día más de vida, se convierte en algo precioso.

¿Por qué no nos tomamos el tiempo para, como hacía Albert Einstein, admirar y reverenciar este Universo increíblemente maravilloso? Dijo un día: “Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro”. Se podría parafrasear: Hay dos formas de vivir la vida: siendo conscientes y agradecidos de esas realidades tan fundamentales de las que estamos hablando, como es la de la Paz, o no siendo conscientes de ellas; disfrutándolas y agradeciéndolas o no.

Por otra parte, si observamos bien esta reacción de quienes están a punto de morir y otros hechos parecidos, nos daremos cuenta de que esa conmoción interna ante el milagro de la vida y esa gratitud por las cosas más elementales de ella, sentimientos ambos que nos proporcionan la dicha más básica, suelen ir siempre acompañados de la empatía, la ternura y la misericordia. Hablar de la más auténtica felicidad es hablar de la compasión y viceversa. Son como las dos caras de una misma moneda. Se trata de un único estado de ánimo o conciencia. Hace milenios el judaísmo formuló del modo más claro y simple esta estrecha unión entre la felicidad propia y la misericordia: “amarás al prójimo como a ti mismo”.

Mahatma Gandhi supo integrar ambos polos en el difícil ámbito de la política, de la reconciliación y la paz. Desde su creación, hace ya casi dos décadas, la página web de nuestra fundación está encabezada por esta frase suya: “Me siento hermano de todos y, para ser feliz, necesito ver feliz al más pequeño de mis semejantes”. En el extremo opuesto al de este amor integral está lo que mi esposa suele decir que es la enfermedad de nuestra época: el narcisismo. Es un fenómeno que también tiene sus dos caras: en el narcisista no solo hay egocentrismo sino también mucha insatisfacción, que hace que nada le sea suficiente ni le haga feliz.

Fue el caso de Alejandro Magno, considerado por muchos historiadores como el más importante gobernante de la historia. Esto se relata de su encuentro con Diógenes:

Al oír hablar de Diógenes, Alejandro Magno quiso conocerlo. Así que un día en que el filósofo estaba acostado tomando el sol, Alejandro se acercó a él y se presentó:
– “Soy Alejandro, El Grande. Quería demostrarte mi admiración”. Y continuó: “Pídeme lo que quieras. Puedo darte cualquier cosa que desees”.
– “Muchas gracias –respondió Diógenes-. Querría pedirte que te apartes del sol. Que sus rayos me toquen es, ahora mismo, mi más grande deseo. No tengo ninguna otra necesidad en este momento.”

Esta anécdota nos muestra que también en el plano social e internacional sucede lo mismo que en el individual y familiar. Estamos tan ocupados unos en conquistar el mundo y otros en urgencias, cotidianidades e incluso banalidades que pasamos por esta vida sin valorar como se merece el valioso regalo del sol, de la salud, de la Paz. Y el hecho de que no estemos anclados en lo esencial está estrechamente relacionado con esa otra cara de la moneda que es nuestra dificultad o incluso imposibilidad de empatizar con las víctimas de tantas y tantas guerras.

Por tanto, si reconocemos que la gratitud por el don de la vida y el de la paz están estrechamente relacionadas con la misericordia, constituyendo un mismo estado de ánimo o conciencia, estado que va acompañado de una felicidad básica y serena, y si reconocemos también que tal estado de ánimo o conciencia emerge con más fuerza cuando tocamos fondo en situaciones límites, entonces quienes no sufrimos situaciones de guerra tenemos una vía privilegiada para encontrar esa dicha básica y serena: la vía de la empatía con las víctimas de nuestro mundo, el colocarnos en el lugar de quienes están en situaciones límite.

Eso fue lo que le cambió la vida al economista y ambientalista chileno Manfred Max-Neef. Este brillante profesor en Berkeley premiado en 1983 con el llamado Nobel Alternativo (Right Livelihood Award) de Economía lo explicó en una entrevista que recojo íntegra en mi último libro. En la década de los cincuenta llegó a ser directivo de la petrolera Shell. Hasta que decidió dejar la empresa privada y, como afirma, “poner los pies en el barro”:[1]

Ha afirmado usted en reiteradas ocasiones que los economistas no entienden lo que es la pobreza.

Una cosa es saber y la otra comprender. Saben todo lo que se puede saber sobre la pobreza, pero no la comprenden. Tienen todas las estadísticas, y sobre eso hacen planes para la superación de la pobreza. Pero no han estado en la pobreza, no han convivido en la pobreza, no han olido, ni han comido ni han dormido la pobreza. Y eso es tremendamente importante y fue gravitante en mi vida. Yo era un joven brillante profesor en Berkeley, una de las mejores universidades del mundo. Tenía 27 años, orgulloso. Cuando me fui a trabajar con organismos internacionales a zonas de pobreza, recuerdo que estaba en la sierra peruana, en una comunidad indígena, un día muy feo, había llovido… Yo estaba parado en el barro y frente a mí, otro hombre pequeño, flaco, sin trabajo, cinco hijos, una mujer, una abuela… Y nos miramos, y en ese momento fue para mí como una puñalada, ¿qué le puedo decir a este hombre? Y me di cuenta de que no tenía lenguaje. No tenía nada coherente que poder decirle. En el momento en que miré a los ojos a la pobreza, me quedé mudo.

De ahí acuña después el concepto de economía descalza…

Me di cuenta de que todo lo que había estudiado no me servía para nada. Ahí cambié radicalmente como economista y surgieron mis principios de economía descalza, desarrollo a escala humana, etc. Una cosa es tener información y la otra es comprender. Y yo diría que, como problema general, nuestra época se caracteriza porque sabemos muchísimo pero comprendemos muy poco. […].

Información no nos falta hoy en día…

Piensa que nunca en la historia de la humanidad se ha juntado tanto conocimiento como en los últimos cien años, ¡y mira cómo estamos! Me pregunto para qué diablos sirvió todo ese conocimiento con un mundo destrozado, hecho pedazos, como en el que estamos viviendo ahora. No necesitamos saber más, lo que necesitamos es comenzar a comprender, y para comprender tienes que integrarte. Mientras no nos demos cuenta de que todo está integrado con todo, mientras sigamos con un mundo atomizado, con una visión cartesiana, no se resuelven los temas. La pobreza es eso. Tú eres parte de los pobres. Por eso yo siempre he dicho que uno no puede hacer nada por los pobres, uno sólo puede hacer con los pobres. […].

Otro ejemplo reciente y más cercano de personas que fueron capaces de descubrir la felicidad que nace al ponerse en la piel de los últimos es el de nuestro querido Vicente Ferrer. También en mi último libro recogía una respuesta suya en la que ligaba felicidad y comunión con los que menos tienen:

“[…] su obra fue realmente un “milagro” de generosidad y multiplicación. La Providencia era para Vicente el fundamento último que le sostenía a él y a su obra:

Tengo un pacto con el Ser Supremo y la Providencia, mi continua compañera y consejera, que cuida de mí junto con mis ángeles de la guarda. […] Lo que mueve montañas es el Espíritu que te mueve a cumplir tu deber en este mundo. Puedes hacer el bien desde pequeñas a grandes empresas. […] El estado habitual de acordarse de los que tienen menos que uno mismo es un estado de felicidad permanente. […] Que cada uno cumpla con su deber unido por un lazo de amor con toda la Humanidad[2].”

Si nos remontamos unos siglos atrás podría referirme, entre otros muchos, a san Francisco de Asís y su el abrazo al leproso. Esta es una tercera cita de mi último libro:

“En el ámbito de lo prodigioso no rigen las leyes ordinarias del espacio-tiempo ni las leyes habituales de la eficacia, que con frecuencia encorsetan hasta nuestros mejores proyectos asistenciales o de cooperación para el desarrollo; no rigen las leyes del debe y el haber, las leyes que producen unos determinados resultados acordes a unas determinadas inversiones; no rige la lógica ordinaria. Es el ámbito de lo que el hermano Roger Schutz (1915-2005), fundador de la comunidad ecuménica de Taizé, llamaba lo inesperado. Es el ámbito del asombro. Es el ámbito de la intuición. Y las leyes que en él funcionan son tan paradojales como las que acabamos de ver en la nueva física. Pero funcionan siempre. Invariablemente, experimentalmente. “Dad y se os dará”, sería una de ellas. San Francisco de Asís supo, como pocos, intuir y expresar la naturaleza paradojal de esas leyes eternas. Su oración por la paz concluye así:

es dando, como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna. 

Tales leyes funcionan también a pequeña escala, en pequeños gestos y acciones de generosidad. Pero, al igual que la dilatación del tiempo es inversamente proporcional a la velocidad y a la gravedad, la magnanimidad y la confianza multiplican exponencialmente los dones que la Vida devuelve a quienes entregan totalmente su pequeña vida.”

Milenios antes, los profetas de Israel ya anunciaron que la felicidad o la propia plenitud espiritual son el fruto de la generosidad. Lo recojo en una cuarta y última cita de mi libro (no se trata propiamente, como podéis ver, de cuatro autocitas, sino de cuatro testimonios de terceras personas):

“Ciertamente en sus escritos [Ken Wilber] habla de compasión y de política, pero estas ocupan en ellos una posición lateral, nunca central. Son, a lo sumo, consecuencias de la iluminación, un anexo de ella. Lo cual no creo que sea exacto. Como mínimo, tendríamos que hablar de una interacción: la compasión, la generosidad, la firme decisión de liberar a los oprimidos y consolar a los afligidos nos conducen en volandas hacia la iluminación:

Comparte tu pan con los que pasan hambre, acoge en tu casa a los pobres vagabundos, viste al que está desnudo. ¡No los abandones, que son tus hermanos! Entonces brillará tu luz como la aurora, y se cerrarán tus heridas en un momento. […] Cuando invoques al Señor, él mismo te responderá; cuando pidas auxilio, él te dirá: ¡Aquí estoy! Si haces desaparecer de tu casa todo yugo y no señalas con el dedo para acusar, si das tu pan a los hambrientos y satisfaces el hambre de los indigentes, entonces tu luz se alzará en la oscuridad, tu atardecer será claro como el mediodía[3].”

Por otra parte, se me ha pedido que en esta jornada sobre educación hable de la paz. Es decir de una realidad que va mucho más allá de lo individual y que implica una compleja transversalidad de los factores más diversos: unos tan humanos como la ambición, el odio, el anhelo de justicia o la generosidad; otros estructurales como la economía, el militarismo, los gobiernos o los organismos internacionales. Y sería un error de mi parte el no recordar que en la búsqueda de la paz no todo son buenos sentimientos, palabras amables, flors i violes.

Paradójicamente la búsqueda de la paz es una guerra. Una guerra no violenta si se quiere seguir los pasos de Jesús de Nazaret, mahatma Ghandi o Martin Luther King. Pero una guerra tan real que la sangre fértil de todos ellos regó nuestra tierra. Y ninguno de ellos eludió el clamar “con voz fuerte” no solo contra la injusticia y la opresión en abstracto sino también contra los poderosos opresores de turno. Con demasiada frecuencia se confunde la no violencia con el espiritualismo, el buenismo o el pacifismo.

En el mundo educativo no debemos caer en esa trampa. La paz se fundamenta ante todo en la enérgica denuncia de la verdad frente a las mentiras del poder. La categoría fundamental en la no violencia es la de la verdad. Por eso, la indignación y la rebeldía de nuestros hijos es como una preciosa gema que haríamos mal en no valorar. A lo sumo el papel del educador sería el de ayudar a pulirla.

Todo lo que vengo exponiendo creo que puede ser convertido en pautas educativas. Pero mahatma Gandhi volvió a proponernos otra pauta el día que fue preguntado sobre cuál era su mensaje al mundo. Unos meses antes de ser asesinado, alguien le pidió que resumiera tal mensaje. Era su día semanal de silencio, por lo que escribió su respuesta en un papel: “Mi vida es mi mensaje”. Debemos educar no solo en ideas y conocimientos sino en actitudes integrales en la vida. Nada ganaremos con que nuestros hijos sepan muchas cosas pero parezcan pequeños Alejandros Magnos.

Si generamos todas esas actitudes de las que vengo hablando, seguro que el dolor, lo injusto, la guerra, el engaño y el futuro no nos serán indiferentes. Seguro que la reseca muerte no nos encontrará vacíos y fríos sin haber hecho lo suficiente.


[1] “El rescate financiero es la mayor inmoralidad de la historia de la humanidad”, La Marea, Barcelona. http://www.lamarea.com/2014/07/06/manfred-max-neef-el-rescate-de-los-delincuentes-financieros-es-la-mayor-inmoralidad-de-la-historia-de-la-humanidad/

[2] http://www.desarrollohumanoonline.es/prensa/entrevistas/item/67-a-vicente-ferrer-un-hombre-extraordinario-con-mucho-sentido-com%C3%BAn.html

[3] Isaías, capítulo 58, versículos 7-10.