Al parecer, Albert Einstein afirmó que hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, pero que de la infinitud del primero no estaba seguro. Lo cierto es que tales pensamientos son compatibles con su visión del mundo y de la historia. Lo que sí me parece cada vez más evidente es que, actualmente, en nuestro imperial mundo anglo/occidental (en el que es sorprendente la concentración del dinero, el poder y la propiedad de los medios de información) la estupidez se ha convertido en una peligrosa pandemia que está provocando su deterioro irreversible.
Si fuésemos engañados gravemente por un supuesto amigo o aliado podríamos pensar que hemos sido traicionados injustificadamente por alguien que no merecía nuestra confianza. Incluso podríamos mantener tal explicación si, por causa de nuestra tolerancia y paciencia, algo tan anómalo se repitiese una segunda vez. Pero cuando semejante situación se repite reiteradamente, lo único que cabe concluir es que somos unos verdaderos idiotas.
Las mentiras de “nuestro” actual imperio anglo/occidental (incluidas las referentes a los numerosos eventos de falsa bandera por él mismo provocados) para derrocar uno tras otro a todos aquellos “regímenes” (que, a diferencia de “nuestros” gobiernos vasallos, no merecen el calificativo de gobiernos) han sido tantas, que darían para centenares de artículos, tantos como intervenciones “liberadoras” ha realizado dicho imperio. Se calcula que son más de 300 los intentos de golpes de estado promovidos por Estados Unidos. Y aproximadamente la mitad de ellos han acabado siendo “exitosos”.
Semejantes “éxitos” están siempre acompañados de “comprensibles” daños colaterales. Me referiré tan solo a un par de ellos: quienes “necesitan” un esclavo o esclava (incluso menor de edad) pueden conseguirlo fácilmente en la actual Libia, que antes de su “liberación” superaba en bienestar a nuestros propios países europeos; y si quieren conseguir órganos humanos procedentes de varios de esos países “liberados”, pueden también conseguirlos por diferentes vías.
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¿Cómo es posible que, después de TANTAS mentiras durante TANTAS décadas, TANTOS de nuestros conciudadanos aún no se hayan dado cuenta de la diferencia entre información y adoctrinamiento? ¿Cómo es posible que exista TANTO desinterés en informarse sobre quienes son aquellos que controlan TANTOS medios de “información”, incluidos todos los más poderosos de Occidente? ¿Cómo es posible que TANTOS conciudadanos vuelvan a tragarse como idiotas las nuevas falsedades? ¿Cómo es posible que TANTOS idiotas incluso se sientan con derecho a opinar de todo sin haber hecho, para informarse, ningún otro “esfuerzo” que el de sentarse en el sofá frente a su televisor? Esa idiotización de nuestras sociedades se ha convertido ya en una auténtica pandemia, que esta vez afecta al alma humana.
El virus de la idiotización empieza a incubarse “gracias” a aquella bajada de defensas anímicas que se produce por causa de aquello que en mi anterior artículo calificaba como el primero de los tres grandes problemas/peligros que amenazan a toda la humanidad: el desinterés por todas aquellas tragedias que están más allá de nuestro entorno inmediato. Una vez más, aparece una estrecha relación entre el sistema inmunológico y los virus, los cuales se hacen dueños de la situación gracias a la bajada de defensas.
Tras las increíbles tragedias de Ruanda (incluyendo la de los refugiados hutus en el Zaire) e Irak, frente a las cuales aún se dio alguna movilización internacional, se fue arrasando de modo inmisericorde, en medio de una pasividad generalizada de la gran masa de la “gente buena”, a todos aquellos países que no se plegaban al proyecto sionista/imperial para el Oriente Medio. Mientras, la tragedia ruandesa engullía, en la más absoluta indiferencia internacional, al inmenso Zaire/RD Congo. Una tragedia que supera a cualquiera otra actual (incluida la de Gaza) en número de víctimas, violaciones o desplazados. El hecho es que todo esto sucedía mientras la pandemia de la idiotización se iba extendiendo en el Occidente “democrático” e “informado”.
Justamente, este viernes 27 de junio se firmaba en Washington un acuerdo de paz entre Ruanda y el Congo. Solo por este motivo era por lo que los grandes medios se hacían eco de que nada menos que 7 millones de personas están desplazadas actualmente en el Congo, en una crisis que las Naciones Unidas califican como “una de las crisis humanitarias más prolongadas, complejas y serias del mundo”. A la vez que en esos mismos grandes medios también se hacía referencia (tan solo de pasada) a que en esta tragedia hay que contabilizar al menos 6 millones de víctimas mortales. Se ve que estas grandes magnitudes de víctimas negras tan solo merecen salir a la luz con motivo de tal acuerdo en Washington.
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Pero la idiotización es un mal cuyo diagnóstico es bastante sencillo. Basta con observar su principal síntoma: se trata de un delirio que no viene acompañado ni de fiebre ni de ningún otro síntoma físico, se trata “tan solo” de una sorprendente pérdida del sentido de realidad. Más específicamente: se confunde lo cotidiano con las ficciones hollywoodienses. Ficciones que se sustentan en unos principios tan ineludibles en ese mundo de ficción como son de ineludibles las constantes físicas fundamentales en el mundo real. Este es el primero y principal de tales principios hollywoodienses: “Nosotros somos los buenos”.
Así (recurriendo a un solo ejemplo práctico, el último cronológicamente, que nos ayude a comprender esta exposición teórica), si solicitamos a cualquier afectado por esta pandemia alguna explicación sobre algo tan absurdo como es el hecho de que “la comunidad internacional” sea capaz de arriesgarse a desencadenar un holocausto nuclear mundial porque quizá Irán podría tener en algún momento armas nucleares, mientras Israel tiene cientos de ellas, la respuesta delirante será siempre la misma:
“Esto debe ser así porque nosotros somos los buenos, mientras que Irán, Rusia y China son muy malos y muy peligrosos. Y esto nada tiene que ver con el hecho de que nuestros jefes nos engañasen ya antes diciéndonos que Irak (con recursos energéticos igualmente excepcionales que los de su vecino Irán) disponía de armas de destrucción masivas. Esto de ahora es diferente, ahora es verdad.”
Al parecer, nosotros, los que, entre multitud de todo tipo de barbaries, arrasamos Hiroshima y Nagasaki con armas nucleares, somos los únicos confiables, los únicos de quienes se puede garantizar el uso sensato y legítimo de las armas termonucleares. Y entre esas barbaries que acabo de citar habría que incluir incluso grandes genocidios, como el de la extinción de las poblaciones norteamericanas originarias.
Aprovecho para reiterar que aún no deja de sorprenderme que quienes siempre califican de ente al Estado de Israel, cuyos gobiernos han ido escalando cruelmente en una criminalidad cada vez más delirante e increíble, nunca parecen tener problema alguno en reconocer como estado a Estados Unidos. O que se empeñen en sostener, sin matización alguna, que el lobby judío es el que utiliza como marionetas a los sucesivos gobiernos de esa gran potencia.
Nunca he visto que maticen que una cosa es que ese lobby judío condicione realmente de modo decisivo la política del Imperio anglo/occidental en el Medio Oriente (el Asia Occidental, como se lo llama ahora), y otra bien diferente es que ese lobby siempre esté detrás de la multitud de agresiones internacionales o crímenes contra la paz de Estados Unidos en cualquier punto de nuestro planeta. Agresiones en las que si aparecen ciertamente, una y otra vez, las intrigas británicas.
Intrigas británicas que ya estuvieron en el nacimiento del “ente” israelí. Y no a la inversa. La realidad es que, a diferencia de la familia Rothschild, no son judías otras muchas (como la familia Rockefeller, que es central en mi libro La hora de los grandes “filántropos”) que están en el origen de toda la gran crisis actual que nos acerca cada día más al Armagedón. Por tanto, poco vamos a ayudar así, con obsesiones sobreañadidas, a frenar el actual delirio pandémico idiotizante de nuestras sociedades.
Por otra parte, al igual que “nuestras” desinteresadas y confiables elites investigaron muy generosamente hasta lograr unos test para detectar la infección con la COVID-19 (test que lograron en un tiempo récord, con una celeridad que multitud de expertos no son aún capaces de explicar), tenemos también algunos tests que delatan el virus de la idiotización.
Tales tests están científicamente basados en algunos de los citados principios fundamentales del mundo hollywoodiense, un mundo paralelo al mundo real. Para detectar la citada pérdida de sentido de realidad los lapsus son muy reveladores. En dichos lapsus se detecta la confusión mental/emocional entre ficción y realidad. Y también están los olvidos.
Desde hace años, cuando me encuentro metido en desagradables debates sobre estas cuestiones, aún suelo quedarme sumamente sorprendido al comprobar una vez más que mi “oponente”, olvidando los interminables crímenes de agresión internacional de Estados Unidos, es incapaz de salir de, por ejemplo, la “criminal” actuación de las fuerzas de seguridad rusas en el recate de los muchos cientos de secuestrados en la escuela de Beslán. Evidentemente en su fuero interno todo está condicionado por el hecho de que nosotros somos los buenos.
Los referidos millones de víctimas mortales en Ruanda y Congo, de los que el mayor responsable político fue el demócrata Bill Clinton (como expresaba en la carta que le dirigí y que fue firmada por once premiados con el Nobel y por los presidentes de los diferentes grupos del Parlamento Europeo) ni tan solo es que sean olvidados, es que ni se tiene conciencia de ellos.
O me sorprende igualmente que no haya manera de salir de la cuestión de la “perversa” Venezuela, a pesar de que baste leer la mismísima Wikipedia para comprobar la multitud de golpes de Estado imperiales en Latinoamérica. Pero, claro, es comprensible, ya lo dijo Obama en su momento: Venezuela es el mayor peligro para el mundo. Un mundo en el que, casualmente, Venezuela posee los mayores yacimientos petrolíferos conocidos.
La teoría de la estupidez de Dietrich Bonhoeffer (MindMoneyFusion, 13.03.2025)