Hace ya más de cinco años que una sencilla madre de familia, Victoire Ingabire Umuhoza, permanece en prisión. Su crimen: amar tanto a su pueblo que un día decidió, ella hutu, entrar como líder del mayor partido de la oposición en una Ruanda en la que reina un feroz apartheid. Un terrible apartheid que nuestro mundo ignora gracias al eficaz trabajo de unos pocos grandes “expertos”. Intocables gurús intelectuales, que no morales, seguidos siempre por miles de otros “expertos” menores. “Expertos” en todo, “expertos” de profesión. Miles de “expertos” que, siguiendo a “los grandes”, sientan siempre cátedra, también sobre Ruanda, allí donde escriben o hablan. 

Pero esos grandes expertos… ¡son en realidad tan poca cosa! Son tan solo guías ciegos (voluntariamente ciegos) que guían a otros ciegos. Como John Carlin, que en las páginas del gran diario de referencia en el mundo hispanoparlante, El País, se atrevió a escribir que el presidente Paul Kagame, imputado por los mayores y más horrendos crímenes, es alguien “de una generosidad que ni el mismo Jesucristo habría podido imaginar”. Y es que el hecho de ser el mayor blanqueador y traficante del preciado coltan (entre otros recursos preciosos inexistentes en Ruanda y saqueados en el vecino Congo), da mucho-mucho dinero y poder. Tanto como para comprar asesores de la “categoría” de Toni Blair o diarios “globales” como El País.

Durante dos semanas pude ver a Victoire, aquí en Mallorca, gestando su difícil y extraordinaria decisión. No sé si admiro más su generosidad y su valentía o su lucidez y atrevimiento. He visto a muchas personas excepcionales volcarse en ayuda a los más necesitados con gran generosidad y valentía. Pero conozco pocas que, con una mirada global que no se quede solo en las consecuencias de tantos crímenes contra la paz (violaciones de derechos humanos, avalanchas de refugiados…), se atrevan a enfrentarse a la raíz del problema. Pocos se atreven a seguir los pasos de políticos, sí políticos, como Mohandas Gandhi o Nelson Mandela.

Cuando ella dijo “NO” al alto cargo de la administración estadounidense que le ofrecía auparla al poder en Ruanda si colaboraba con ellos en la anexión del riquísimo este del Congo, selló su suerte. “¿Cómo iba a vender a un pueblo hermano?” se preguntaba ella misma el día que me hacía tal confidencia. Ciertamente no debió ser fácil ese “NO” a los dueños del mundo, a quienes deciden qué gobernantes deben ser linchados y a cuales otros se debe tratar con respeto. Pero menos aún debió serlo la decisión de entrar más tarde en su querida Ruanda, entrar ofreciendo palabras y gestos de reconciliación desde el mismo momento en que sus pies pisaron Kigali.

A ella nunca le darán el Nobel de la Paz. Pero, comparado con ella, Barak Obama es solo un penoso títere. Un títere manejado por aquellos mismos que ahora parecen haberse apropiado de una figura como Nelson Mandela, pero que en su momento fueron quienes sostuvieron el apartheid en Sudáfrica. Un títere de aquellos que levantan monumentos a los antiguos profetas mientras asesinan a los actuales (Evangelio de san Mateo. 23,12-36) como Victoire.

Este es el mundo que tenemos. Pero en el corazón de esta miseria humana late una prodigiosa vida, una conciencia lúcida y un amor incondicional. Es esta vida incontenible la que hace que Victoire, aislada en su celda con los vidrios pintados de negro, esté en paz con ella misma y con sus enemigos mientras transmite a los suyos esperanza, fuerza y coraje. Por eso algo dentro mío, cálido y amable, renace en mi interior cada año por estas fechas: cuando, con motivo del Día Mundial de la Mujer, me toca viajar a Bruselas para cumplir mi función de jurado del Premio Victoire Ingabire Umuhoza para la Democracia y la Paz, creado por la asociación ruandesa Red Internacional de Mujeres para la Democracia y la Paz. Así que, el próximo sábado 13 de marzo, cuando se publique este artículo en mallorcadiario.com, estaré un año más en esa fiesta de la democracia y la paz.

Es para mí un honor el formar parte de ese jurado que ha premiado anteriormente a personas como el tutsi ruandés Déogratias Mushayidi, ex miembro del FPR (partido liderado por Paul Kagame, actualmente en el poder) condenado a cadena perpetua por sus denuncias de tantos crímenes y tantas mentiras de los supuestos liberadores de su pueblo. O como el coronel belga Luc Marchal, máximo responsable en Kigali de los cascos azules de la ONU en el momento del magnicidio que, el 6 de abril de 1994, acabó con las vidas de los presidentes hutu de Ruanda y Burundi. Su rectitud y coraje le llevaron a sacrificar su carrera profesional dando testimonio de lo que él mismo vio y escuchó en aquellos terribles días, enfrentándose así frontalmente a la falsaria versión oficial del llamado genocidio de los tutsis que ha sido impuesta al mundo. O como nuestro compatriota Pere Sampol, que como vicepresidente del Consell de Mallorca, vicepresidente del Govern o senador por las Illes Balears tanto ha hecho por el pueblo de Ruanda durante las dos últimas décadas.