Que san Francisco deba ser, como yo mismo decía al inicio de la Primera parte de este artículo, el santo patrón de los “especialistas -de los auténticos- en geopolítica” es un modo de expresarme que incluye también, claro está, a todo aquellos que son conscientes de que la geopolítica es de una importancia trascendental para nuestro convulso mundo actual y de que, por tanto, es una obligación de caridad el dedicar el tiempo que sea necesario a informarse en fuentes fidedignas.
Incluye ciertamente a todos aquellos que son conscientes de cuánta razón tenían mahatma Gandhi, Albert Einstein o Martin Luther King al lamentar amargamente el silencio y la pasividad de la gran masa de “la gente buena”. Incluye, en definitiva, a todos aquellos que se conmueven con aquella otra plegaria de san Francisco:
“Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Maestro, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, es perdonando, como se es perdonado, es muriendo como se resucita a la vida eterna. Amén.”
Tal y como anuncié en la Primera parte de este artículo, transcribo íntegramente ahora el Apartado 3º del Capítulo 1 de la Segunda parte del libro ¿La humanidad va hacia el Armagedón? ¿O hacia la plenitud del Punto Omega?, que manifiesta claramente como Francisco fue y sigue siendo para muchos de nosotros una verdadera fuente de inspiración. Pero antes vuelvo a recoger el final del apartado 2º a fin de enlazar bien con el comienzo del 3º sin necesidad de volver a buscarlo.
El pobre de Asís consiguió lo que no lograron los ejércitos cruzados
Final del Apartado 2º del Capítulo 1 de la Segunda parte del libro ¿La humanidad va hacia el Armagedón? ¿O hacia la plenitud del Punto Omega?
“Tan solo veían en mí personalismo y afán de protagonismo, pero mi óptica era totalmente otra. Continuamente venían a mi mente las imágenes de san Francisco atravesando a pie las filas de cruzados y musulmanes. O la imagen de un gran profeta del siglo XX, monseñor Oscar Arnulfo Romero, clamando frente a los asesinos, sin prudencia humana alguna: ‘Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!’
De modo que acabó fraguándose en mi interior una tremenda decisión: marchar esta vez hacia el sur, hasta Kigali, llegar hasta la residencia del criminal/presidente Paul Kagame y desplegar ante ella una pancarta con las históricas palabras del arzobispo jesuita de El Salvador.”
Pero aún no había llegado mi hora
Apartado 3º del Capítulo 1 de la Segunda Parte del libro ¿La humanidad va hacia el Armagedón? ¿O hacia la plenitud del Punto Omega?
Demasiado shock, demasiado dolor para mi esposa, Susana. Pero en pura lógica evangélica, los niños que eran asesinados en el Zaire, por los que nadie quería o podía hacer nada, eran nuestros hijos. Por tanto, lo mío no se trataba de nada heroico, sino que, como expliqué en la entrevista que me realizó el amigo Francesc Palmer el 4 de mayo de 1997, un par de meses después de mi ayuno de cuarenta y dos días, se trataba de otra cosa: “No he hecho nada que no hubiese hecho un padre para salvar a uno de sus hijos”. Con muy buen criterio, Francesc hizo de esta frase el titular de la entrevista, ya que expresa con toda claridad la esencia de lo que ocurría en mi interior y me empujaba a semejantes decisiones.
Las más que razonables reflexiones, recomendaciones y súplicas de Susana o de nuestro compañero de la Fundación, el sacerdote Miquel Suau, frente a una decisión tan kamikaze, se estrellaban contra el muro de mi testarudez. “No llegarás”, me decían. A lo cual yo respondía indefectiblemente con las palabras del “poverello” de Asís, tan sabias a los ojos de Dios, pero que siguen siendo necedad para los hombres[1]: “Dios no me pide que llegue, sino tan solo que me ponga en marcha”. ¡Qué reto hablar en estos términos a personas que solo pueden interpretar una supuesta llamada de Dios como pretensiones o incluso fantasías absolutamente subjetivas!
Pero el hecho es que… ¡aún no había llegado mi hora! Justo en esos días un mensaje venido desde más allá del Atlántico quedó grabado en nuestro contestador telefónico. Eran nuestros queridos amigos Adolfo Pérez Esquivel y su esposa Amanda Guerreño. Después de demasiados años sin contacto entre nosotros (por aquellos tiempos los vuelos trasatlánticos no eran baratos, las conferencias telefónicas internacionales tampoco y aún no existía el correo electrónico), nos decían que vendrían a visitarnos a Mallorca en unos pocos días. Y sucedió que, con su visita, la Providencia, una vez más, dio un vuelco radical a los acontecimientos.
Entre todos me convencieron de aceptar la propuesta que me hacía Adolfo: cambiar el itinerario de mi nueva “peregrinación” por la Paz, volver a caminar hacia el norte, hacia Ginebra de nuevo, esta vez desde Asís, generando ahora por Italia la misma solidaridad que habíamos despertado a comienzos de ese mismo año por las ciudades de Cataluña y Francia (gracias en buena medida a las redes internacionales de Amnistía Internacional). Pero el gancho era este: Adolfo nos prometía que recabaría el apoyo de la decena de premios Nobel que estaría reunidos en Milán el 6 de diciembre de 1996. Allí nos recibirían efectivamente en la fecha fijada. Aunque en aquel día no todo fue maravilloso.
A diferencia de los otros galardonados con el premio Nobel, Steven Weinberg (fallecido en 2021), ateo militante, no solo no quiso firmar nuestros documentos de denuncia (lo cual era totalmente respetable) sino que organizó un desagradable espectáculo ante los medios de comunicación, llegando incluso a quejarse ante las cámaras de televisión de haber sufrido “una encerrona” (por el solo hecho de que los organizadores del evento nos hubiesen permitido el acceso a la sala con una pancarta que decía “Paz para el corazón de África”).
Lo cual me confirmó que existe una profunda relación entre la sensibilidad religiosa auténtica y la empatía con el sufrimiento humano. De modo que quien es insensible a lo que le ocurre a un semejante, difícilmente podrá abrirse al misterio de Dios (no me refiero necesariamente a tener fe en la existencia de Dios sino solo a no cerrarse a tal posibilidad) o asombrarse y conmoverse ante la armonía del Cosmos, asombro que era para Albert Einstein un auténtico sentimiento religioso.
No es por ello extraño que, en su famoso libro sobre los tres minutos posteriores al Big Bang (en los que seguramente se formaron, en una escena inconcebible, casi todos los elementos del Universo), Steven Weinberg haya manifestado también su desconcierto hacia la armonía y la racionalidad del Universo: “Cuanto más comprensible aparece el universo, más sin sentido aparece a la vez”.[2]
Y es que, seguramente, estamos hablando del mismo ámbito, un ámbito sutil, intuitivo y sagrado, que está “más allá” de la especulación y el raciocinio. Y, por supuesto, más allá de prejuicios, complejos y disputas cargadas de implicaciones emocionales. En todo caso, ningún científico debería llegar al extremo de optar por una determinada teoría o modelo cosmológico porque sea “el que menos se asemeja” al relato bíblico de la creación.
Hans Küng, en su libro El principio de todas las cosas. Ciencia y religión, constataba también, sorprendido, la frecuencia con la que en muchos científicos se dan elementos totalmente emocionales e irracionales frente a estas cuestiones últimas. Precisamente hay en él una referencia a Steven Weinberg [3]:
“FRANK J. TIPLER, catedrático de Física matemática en Nueva Orleáns y autor del superventas Física de la inmortalidad, tomó parte a final de la década de los años sesenta como estudiante en dos seminarios ofrecidos por STEVEN WEINBERG en el Massachusetts Institute of Tecnology (MIT). Tras el descubrimiento de la radiación de fondo de micro-ondas, los modelos de universo ocupan el centro de todas las discusiones. Según TIPLER, WEINBERG dijo a sus alumnos: ‘De los dos modelos cosmológicos –la teoría de la gran explosión y la teoría del estado estacionario-, me inclino por el último, porque es el que menos se asemeja al relato del Génesis. Por desgracia, esta teoría queda refutada por el descubrimiento de la radiación cósmica de fondo’. Evidentemente, un caso de ‘oposición instintiva’…
Treinta años después, TIPLER sigue sorprendiéndose de que un físico como WEINBERG, a quien luego le sería otorgado el premio Nobel, estuviera entonces dispuesto a cuestionar la validez de la física nuclear estándar, la teoría general de la relatividad y la mecánica cuántica solo para no tener que aceptar, en cuanto ateo declarado, el relato del libro del Génesis sobre el principio de ‘cielo y tierra’. Ahora bien, es posible que el rechazo instintivo de WEINBERG al relato del Génesis no solo tuviera que ver con una crítica no ilustrada de la religión, con experiencias personales o sus raíces judías, sino quizá también –e incluso en mayor medida- con una precipitada instrumentalización de la teoría de la gran explosión por parte de los cristianos fundamentalistas en Estados Unidos, en cuanto prueba de que, ‘al final, la Biblia tiene razón’.”
Por el contrario, entre aquellos otros laureados con el Nobel que sí firmaron nuestro llamamiento “Paz para el corazón de África” destacaría al amable y sensible Christian de Duve (fallecido en 2013)[4]. Ambos científicos ejemplifican a la perfección los dos posibles (y opuestos) posicionamientos de los científicos respecto a cuestiones como la de la espiritualidad o la de la solidaridad. En definitiva, las dos actitudes respecto a la empatía frente a nuestros semejantes, frente a la hermana Naturaleza, frente a la Vida.
Respecto a la imposibilidad de que la Vida haya surgido por azar, Christian de Duve fue muy claro: “Opté a favor de un Universo significante y no desprovisto de sentido. No porque desee que tal sea el caso, sino porque es así como interpreto los datos científicos de los que disponemos”.[5] Su sensato llamamiento en Vital Dust fue un tremendo desafío a los biólogos y filósofos que buscan unificar sus aparentemente inconmensurables dominios intelectuales:
“Tradicionalmente, el diálogo con filósofos ha sido sostenido principalmente por físicos teóricos y matemáticos, probablemente debido a un lugar común de encuentro en la abstracción. La imagen cosmológica resultante comprende todas las facetas del mundo físico, desde las partículas elementales a las galaxias, pero ignora la vida o considera la vida y la mente como algo añadido al enfoque global […]. Esto es incorrecto. La vida es una parte integral del Universo; incluso es la parte más compleja y significativa del Universo conocido. Las manifestaciones de la vida deberían dominar nuestra imagen del mundo, no ser excluidas de ésta. Esto se ha vuelto especialmente obligatorio en vista de los revolucionarios avances en nuestra comprensión de los procesos fundamentales de la vida”.[6]
Al menos, si no se desea ni se aspira a ninguna síntesis en la que esté incluida la teología o la religión, no se debería renunciar tan fácilmente a una visión unificada de todas las facetas del mundo físico, una visión en la que estén presentes la vida y la mente, y no estén ocupando el lugar central que seguramente les corresponde.
En los primeros cinco años que transcurrieron desde la publicación de la petición de Christian de Duve de un diálogo interdisciplinario, los primeros indicios de un revolucionario nuevo modelo cosmológico, centrado en la biología, ya comenzaron a emerger.
Acabo ya este apartado con la siguiente consideración: Como ya comenté antes, en el año de 2002, la revista de los jesuitas Sal Terrae decidió dedicar el artículo central de cada uno de los doce meses a algunos de los nombres de Dios. Y comenzaron encargándome el de enero, que se titularía “Dios Verdad”. En él, en concreto en el apartado titulado “Instrumentos de la Paz”, escribí lo siguiente en torno a todas estas cuestiones que estoy tratando:
“Para los seguidores de la no-violencia, la benevolencia hacia todo lo que existe y la firme adhesión a la verdad deben impregnar hasta los más pequeños y cotidianos actos. Pero no rehúyen el reto de internarse, indefensos, en el peligroso ámbito del poder, de sus estructuras y de sus corrupciones. Se esfuerzan por transformar ese mundo según los principios de la no-violencia y en conseguir una auténtica paz cimentada sobre la verdad y la justicia. El ámbito de lo que en un sentido estricto podemos llamar no-violencia gandhiana no es propiamente el de lo asistencial, o el de lo humanitario, o el de la cooperación, o incluso el de los derechos humanos, sino el de las raíces más profundas de los conflictos. Es decir, el de las causas a la vez humanas y estructurales (sociales, económicas y políticas) de toda injusticia, engaño, opresión o violación de esos derechos humanos.
Es cada vez más extensa la lista de cristianos que se han manifestado seguidores de ella: Lanza del Vasto, Rosa Parks, Martin Luther King, Dorothy Day, Adolfo Pérez Esquivel, Albert John Luthuli, Desmond Tutú, Hélder Câmara, Hildegard y Jean Goss-Mayr…Estos discípulos de Jesús, profundamente enraizados en el Evangelio, han sabido sacar de su propio tesoro no sólo las antiguas joyas sino también la nueva de la no-violencia sistematizada por Gandhi (Mt.13, 52). En el nombre del Dios que es misericordia entrañable, estos nuevos profetas son una permanente denuncia, revulsivo y desafío contra toda forma, vieja o nueva, de exclusión.
Han sido capaces de atravesar la sensación humana de impotencia frente a realidades que parecen superar totalmente nuestras pobres fuerzas y posibilidades. Ante grandes farsas mediáticas internacionales y grandes genocidios casi ningún mortal de a pie inicia nada. ¿Quién va a poder cambiar las decisiones y las agendas de las grandes potencias? Frente a esa trampa Gandhi dirá un día: ‘Nuestra sensación de desamparo ante la injusticia y la agresión procede de que hemos excluido deliberadamente a Dios de nuestros asuntos corrientes’. Es la sorprendente audacia que, tras una aparente ingenuidad, podemos por ejemplo encontrar en Francisco de Asís, que tantas veces pidió al Señor que hiciera de él un instrumento de su paz.
Entre las sonrisas condescendientes de cruzados y eclesiásticos, envueltos en sus reforzadas armaduras militares o dogmáticas, Francisco atraviesa a pie descalzo el campo de batalla para intentar que el sultán Melik el-Kamil lo escuche. El Señor no le pide que lo logre, sino que se ponga en marcha. Y así lo hace. Gracias a Francisco y a los suyos (y no a los reyes, ejércitos y autoridades religiosas de la cristiandad, que tantas heridas provocaron a los hermanos del Islam), somos millones los cristianos que aún hoy podemos orar y abrirnos a la presencia del Señor resucitado en el Cenáculo, sobre el monte Sion, o en Tabgha, a orillas del Kinneret.”
Notas
1. Corintios 3, 19.
2. The First Three Minutes, página 149, Editorial Andre Deutsch, 1977.
3. Editorial Trotta, febrero de 2007, páginas 65-80.
4. Citólogo y bioquímico de nacionalidad belga, nacido en Inglaterra de padres belgas, especializado en Biología nuclear. Se doctoró en 1941 en la Universidad de Lovaine. Desde la década de 1980 se dedicó al estudio del origen biológico de la vida.
5. Poussière de vie, una histoire du vivant, Fayard, París, 1996.
6. James N. Gardner, “La complejidad como cosmología”, Complexitty, volumen 5, nº 3 de enero/febrero de 2000.
Foto: Encuentro en Milán el 6 de diciembre de 1996 con una decena de Premios Nobel durante la “peregrinación” de Asís a Ginebra.
San Francisco de Asís: Icona de la Cruz (Siervos HM Films, 03.10.2025)