Similitud de las justificaciones de la invasión y divergencias en la evaluación por parte de la comunidad internacional en la guerra entre Rusia y Ucrania
En el marco de los procesos de Washington y Doha destinados a resolver el conflicto en el Este de la RDC, los medios de comunicación internacionales informaron de que un acuerdo entre Kinshasa y Kigali fijó el 1 de octubre de 2025 como fecha para el inicio de las operaciones de neutralización de las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda (FDLR), así como para el «levantamiento del dispositivo denominado defensivo» de Ruanda. Este anuncio se produce tras la tercera reunión del comité conjunto de seguimiento del acuerdo firmado el 27 de junio de 2025 en Washington. El plan operativo –el «concepto de operaciones» (CONOPS)– prevé la lucha contra las FDLR, la retirada de las fuerzas y un mecanismo de intercambio de información entre las partes.
Un mecanismo conjunto de coordinación de la seguridad, que reúne a representantes militares, servicios de inteligencia y ministerios de Asuntos Exteriores, se reunirá los días 21 y 22 de octubre de 2025 para identificar, evaluar, localizar y neutralizar a las FDLR y sus grupos afiliados.
La cuestión de las FDLR, esgrimida durante mucho tiempo por Kigali cuando se le pregunta por sus acciones en la RDC, es hoy considerada por la comunidad internacional como una condición sine qua non para poner fin a la guerra en el Este de la RDC. Sin embargo, el silencio o la falta de respuesta del Gobierno congoleño sobre algunos puntos –en particular, la retirada efectiva de las tropas ruandesas– es sorprendente, a pesar de que sus argumentos jurídicos y diplomáticos son sólidos.
Sobre el terreno, sin embargo, prevalece la relación de fuerzas. La RDC se encuentra en una posición de debilidad: se compromete a neutralizar a un grupo del que desconoce tanto el número de efectivos como la ubicación, y ello en zonas no controladas donde sus fuerzas (FARDC, policía) han sido rechazadas por formaciones vinculadas a Ruanda (M23/AFC). Por lo tanto, es poco probable que logre neutralizarlo por completo. Kigali podrá entonces seguir afirmando que las FDLR no han sido erradicadas y justificar el mantenimiento de sus tropas en suelo congoleño.
Peor aún: al asimilar a todas las milicias locales e incluso a todos los refugiados hutus a las «FDLR», Kigali se asegura un pretexto permanente para continuar sus operaciones y ocupar de forma duradera partes del territorio congoleño. Cuando Ruanda afirma incluso que algunos elementos de las FDLR estarían «integrados» en las FARDC –a pesar de las normas básicas de nacionalidad en el reclutamiento militar–, el argumento se vuelve claramente engañoso. Y, sin embargo, es aceptado por muchos actores internacionales.
Para ilustrar lo absurdo del proceso: es como si un Estado exigiera hoy a Ucrania que neutralizara una unidad alemana de 1944 para poner fin a una invasión, argumentando que sus descendientes siguen constituyendo una amenaza. Una condición así, irrealizable por definición, legitimaría la ocupación de forma indefinida. Mientras que Occidente rechaza este tipo de argumento en el caso de Rusia, parece aceptarlo cuando se trata de Ruanda, una incoherencia que pone en tela de juicio la coherencia y las prioridades de la diplomacia internacional.
La promoción y aceptación por parte de los mediadores (Estados Unidos, Qatar, Unión Africana, etc.) de un pretexto tan cuestionable es a la vez ridícula y consternadora. Aceptar sin crítica alguna que un agresor fije la condición absoluta para salir de la crisis –fabricando o exagerando la amenaza– equivale a ratificar la ocupación y condenar a la población civil a largo plazo. Asimilar sistemáticamente a todos los refugiados hutus o milicias locales con las «FDLR» es una estrategia de deshumanización y justificación de la violencia.
Es como si Rusia justificara su «operación militar especial» (en ruso: «специальная военная операция, spetsial’naya voyennaya operatsiya») lanzada en 2022: según este relato, una división de la Wehrmacht, huyendo de la contraofensiva del Ejército Rojo en 1944, se habría replegado hacia el este de Ucrania y permanecería allí. De ahí se derivaría la tesis de que los antiguos soldados –y sus descendientes– constituirían hoy una amenaza para la seguridad rusa. Para neutralizar este peligro histórico, Rusia justificaría su invasión y ocupación del este de Ucrania como una «operación especial» de defensa, evitando cuidadosamente mencionar la presencia de tropas rusas. Según esta versión, la condición para poner fin al conflicto sería el desmantelamiento de esta supuesta división de la Wehrmacht en el este de Ucrania, una operación que Rusia exigiría que llevara a cabo el Gobierno de Kiev, prioritariamente en los territorios de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, que Ucrania ya no controla.
En el plano diplomático y mediático, la RDC puede ser brillante; en el plano militar, está debilitada y es vulnerable. Mientras el equilibrio de fuerzas siga favoreciendo a Kigali, los argumentos jurídicos y morales de Kinshasa tendrán poco peso. La aceptación por parte de la comunidad internacional de una condición tan poco realista e instrumentalizada socava su propia credibilidad. Si estas instituciones no dan muestras de coherencia entre los conflictos (Ucrania en comparación con la RDC), su imparcialidad se verá seriamente cuestionada, con consecuencias potencialmente profundas para el orden geopolítico mundial.
Fuente: Echos d’Afrique
Foto: Miembros del M23 ante la oficina administrativa de la provincia del Kivu del Sur, en el centro de la segunda ciudad más grande del Este del Congo, Bukavu, el domingo 16 de febrero de 2025. © Janvier Barhahiga / AP
Rwanda-RDC: entrevista exclusiva con el presidente de las FDLR, Victor Byiringiro (Jambonews, 16.06.2014)