Muchos de los que hemos tenido ocasión de conocer de cerca las estructuras de poder españolas hemos llegado a la conclusión de que España nunca admitirá ni tolerará la diversidad nacional del Estado. Las élites españolas: dirigentes de grandes empresas, políticos de los dos partidos de turno (PP, PSOE) y periodistas tienen tan interiorizada la imagen de una España de pasado imperial, hecha a imagen y semejanza de Castilla, que no entienden ni quieren entender la obstinada resistencia de Cataluña a dejarse «españolizar». Estas élites, a lo largo de los siglos, han ido construyendo un discurso cargado de tópicos y se lo han acabado de creer. Para ellos, la unidad de España es la uniformidad de España y, para justificar la persistente resistencia de los catalanes a dejarse asimilar, han fabricado una caricatura de Cataluña que han extendido a toda la población española. Son conscientes, además, de que Cataluña, el País Valenciano y las Islas Baleares son la principal fuente de ingresos de las arcas públicas españolas. Para justificar este expolio, se han inventado un particular concepto de solidaridad interterritorial que perpetúa un sistema fiscal colonial.
Una vez, encontré en el aeropuerto a un periodista mallorquín, establecido en Madrid, que había ejercido durante unos años tareas de dirección en uno de los diarios más españolistas de Mallorca y me dijo: «Pere, tenemos que ir a comer, te quiero explicar porque me he hecho independentista de los Países Catalanes». «No me lo puedo creer» -le respondí-, conocedor de su trayectoria profesional. «Mira, -continuó-» en Madrid, desde siempre, gobiernan treinta familias que odian a Cataluña y que boicotean cualquier iniciativa o proyecto que provenga de los catalanes». Nunca llegamos a hacer esta comida, pero he podido comprobar que tenía razón. Lo hemos visto con el bloqueo en el intento de comprar Gas Natural por capital catalán; con el boicot en el aeropuerto del Prat y la compañía de aviación Spanair; con el veto al Eje Mediterráneo de comunicaciones, que es vital para la economía catalana; con la falta de inversiones en transporte ferroviario… Y como, al mismo tiempo que se ahogaban infraestructuras de Cataluña, se potenciaban las de la capital con unos costes escandalosos.
Por ello, a muchos no nos ha sorprendido la terrible campaña de todos los estamentos españoles contra el proceso soberanista de Cataluña. España ha utilizado todo su arsenal en contra del soberanismo: los militares, los políticos, la policía, los jueces y los fiscales, el Tribunal Constitucional, los grandes empresarios, los banqueros, los tertulianos, el Banco de España… No ha faltado, a última hora, ni la folclórica, como representación de «la España cañí».
Algunas honorables excepciones, como la del periodista Iñaki Gabilondo y la de pocos intelectuales más, han clamado para que el Gobierno y los partidos españoles cambiasen de actitud, con un intento de evitar la fuga de Cataluña. La respuesta de Pedro Sánchez no ha podido ser más patética: trasladar el Senado a Barcelona. Y es que, el progresismo español ha sido particularmente virulento durante la campaña: el País, la Ser, la Sexta… han mostrado su partidismo. En este sentido, es una lástima que una organización, de la trayectoria política de Iniciativa-Los Verdes, se haya dejado arrastrar por el lerrouxismo de Pablo Iglesias y haya permitido que sus votos computen claramente en la columna del No a la independencia. Una vez más, se ha hecho verdad aquella afirmación de Josep Pla: «no hay nada más igual a un español de derechas que un español de izquierdas».
Hoy termina la campaña, con las encuestas claramente favorables a las opciones del Sí, pero el resultado es muy incierto. No olvidemos que la gran mayoría de catalanes reciben la información -en este caso desinformación- a través de medios unionistas. TV3, la gran manipuladora -dicen-, justo tiene poco más del 17% de audiencia. A la vez, los periódicos unionistas son claramente mayoritarios entre los lectores catalanes. Entonces, sea cual sea el resultado, hemos de admirar la determinación del pueblo de Cataluña; la capacidad de organización y de vertebrarse en asociaciones de todo tipo. Es como un milagro que los catalanes hayan podido mantener su tradicional seny en una campaña tan sucia y hostil, cargada de odio y de desprecio contra Cataluña.
Y, en este contexto, hay que reconocer el papel que ha jugado Artur Mas, que ha soportado los ataques más duros tanto de la derecha como de la izquierda. Saben que Mas es la columna principal del proceso soberanista, que le da prestigio a nivel internacional y credibilidad ante los sectores empresariales, los cuales, muy mayoritariamente, han acabado jugando a favor del proceso.
Pueblo de Cataluña: que tengáis suerte! Os la habéis ganado.