Esta semana, Oxfam ha presentado su informe anual sobre la pobreza. El titular es que 62 personas acumulan la misma riqueza que la mitad de la población mundial. 62 personas tienen la misma riqueza que 3.600 millones de personas. A pesar de que la pobreza extrema disminuye progresivamente en el mundo, especialmente a causa del crecimiento de China y la India, las desigualdades son cada vez más extremas y cada vez más un grupo reducido de personas, una élite, acumula la mayor concentración de riqueza económica, poder mediático y poder político (incluso militar).
Muy pocos analistas llegan al fondo de las causas que originan tanta concentración de riqueza. Uno de ellos es nuestro paisano, Juan Carrero, el más concreto, que sitúa en la historia el preciso momento en que todo se empezó a torcer: la noche del 22 al 23 de diciembre de 1913, cuando, con nocturnidad y con el relajamiento de los días navideños, el Congreso de Estados Unidos aprobó la fundación de la Reserva Federal de Estados Unidos. El nombre puede inducir a error ya que una gran mayoría de la población, incluida la de Estados Unidos, cree que la Reserva Federal es un banco central público. Una gran farsa ya que la Fed, como se conoce en EEUU, es un banco central de propiedad privada. Es un banco estatal, pero privado, comprometido prioritariamente con los intereses de sus accionistas, los propietarios de los principales bancos comerciales de los EEUU. Esto explica porque sus políticas monetarias están dirigidas a los beneficios de la industria bancaria y a la oligarquía financiera. La Fed centraliza el poder de los bancos estadounidenses en una entidad privada que controla la emisión de moneda, la tasa de interés, la creación de crédito, la inflación… Presta dinero al gobierno a cambio de intereses, cuando el gobierno los podría crear de forma gratuita. Esto ha marcado la subida de las deudas nacionales.
Este sistema se ha convertido en doctrina del neoliberalismo, que atribuye todas las ventajas a la «independencia» de los bancos centrales privados para determinar el nivel «adecuado» de la oferta monetaria, la inflación o el volumen de crédito que una economía puede necesitar. En realidad, sin embargo, la independencia de los bancos centrales significa la independencia respecto de las instituciones democráticas, no de los poderosos intereses financieros. Un ejemplo lo tenemos en el Banco Central Europeo, que hace alarde de su independencia de cualquier poder político, pero su actual presidente, Mario Draghi, fue vicepresidente en Europa de Goldman Sachs, cuarto banco de inversión del mundo, el cual asesoró al gobierno de Grecia en la ocultación de su deuda a la Unión Europea.
Como resultado, podemos hablar del mayor latrocinio perpetrado a gran escala global: la transferencia de recursos públicos de los bancos centrales a la banca privada, y la transferencia de la deuda de la banca privada a los Estados. Cientos de miles de millones de euros en el caso de Europa. Pero, en EEUU, una auditoría del Congreso ha revelado que la Fed habría transferido a los principales bancos privados más de 16 billones europeos de euros en dos años y medio. Unas cifras escandalosas que han obligado a practicar drásticas políticas de austeridad en muchos Estados, mientras se endeudaban progresivamente al tener que financiarse obligatoriamente a través de la banca privada, abonando fuertes intereses por unos recursos que los bancos obtienen del Banco Central a un bajo interés.
El resultado es un gran fraude. Pero no sólo un fraude monetario, también es un fraude ideológico. Porque se nos vende este sistema como si fuese una garantía de defensa del libre mercado, cuando una oligarquía, gracias al control de una cuestión tan fundamental como la emisión de moneda, ha creado un gran monopolio del dinero que le ha permitido acumular tanto capital que le permite manejar los gobiernos más poderosos a su capricho. Y, seguramente, ninguno de estos oligarcas figura en la lista de los más ricos, porque su fortuna es incalculable.