Una tras otra, las fichas del dominó siguen cayendo. Se van materializando inexorablemente las denuncias, ante las cámaras de televisión, del general Wesley Clark, excomandante supremo de la OTAN durante el ataque a Kosovo, ataque que ahora se nos propone como modelo de lo que debería hacerse en Siria. Ya al inicio del ataque a Afganistán, este general denunció el plan secreto de su propio Gobierno: «tomar siete países en los próximos años: empezando por Irak, después Siria, Líbano, Somalia, Libia, Sudán y para terminar Irán”. Sorprendentemente semejante denuncia, cuya gravedad es extrema y cuya exactitud está siendo demostrada por los hechos consumados, ha pasado casi desapercibida. Tal es el poder de silenciamiento de los grandes medios, controlados por un número cada vez más reducido de poderosas sociedades.
Los 817.000 especialistas en tareas de seguridad top secret contabilizados hace ya unos años por Dana Priest en The Washington Post, ha sabido hacer muy bien su trabajo: eliminar cualquier tipo de lazo o relación entre todas y cada una de estas agresiones, denigrarnos como teóricos de la conspiración a quienes sí somos conscientes de que se trata de un único proyecto de dominación, presentar las nuevas agresiones -ahora a Siria- con motivaciones y elementos que aparentemente nada tienen que ver con las ya «amortizadas» (como la de Irak), etc. En especial ha sido fundamental el «efecto Obama»: la entronización en la presidencia de un hombre de color, al que cínicamente vienen comparando durante estos días con Martin Luther King, cuando en realidad sus responsabilidades en múltiples agresiones internacionales son gravísimas; la entronización de un candidato creado por los servicios secretos estadounidenses y por el que Wall Street apostó fuertemente, pero que sin embargo han «vendido» como una carismática personalidad surgida desde la periferia del establishment. Todo lo que está sucediendo durante estos últimos años no habría sido posible con personajes como el Bush o el Aznar de las Azores.
Pero aunque con rostros nuevos de defensores de «la libertad», en realidad las estrategias no han variado mucho desde que tras el gran conflicto de Ruanda se inventó la llamada «responsabilidad de proteger», que en adelante daría a Occidente (que se autoproclama «la comunidad internacional») barra libre para violar sistemáticamente la soberanía nacional de cualquier nación a la que arbitrariamente decidan convertir en blanco, liquidando así el principio de no injerencia y convirtiendo las agresiones internacionales en intervenciones «humanitarias» o «liberadoras». Las similitudes en estas estrategias, desde el comienzo de los noventa en Irak y en Ruanda hasta el día de hoy en Siria parecen calcadas al detalle en lo esencial: creación de «rebeliones» y oposiciones «democráticas»; uso del llamado talk and fire, la estrategia que utiliza conjuntamente y de modo perverso las “negociaciones” y la fuerza militar; etc. El resultado siempre es el mismo: la destrucción del país y el posterior pillaje de sus recursos naturales, con la pasividad de las sociedades «democráticas» estupidizadas por la propaganda oficial.
Joan Carrero Saralegui, presidente de Fundació S’Olivar, 27 agosto 2013.