Dicen y repiten hasta la saciedad que lo del 1-O no ha sido un referéndum. Como cada día estoy más impresionado de la tremenda capacidad de racionalización y distorsión de los hechos de la que es capaz el ser humano, no voy a gastar ni la más mínima energía en semejante debate sobre cuál es la naturaleza y la calificación más adecuada para lo sucedido el 1-O. Vale, no ha sido un referéndum. Fin de la discusión. Pero como sé que a algunos amigos les interesa saber qué ha sido el 1-O para mí, lo dejaré lo más claro posible: ha sido mucho más que un referéndum, ha sido la culminación de una pacífica y admirable revolución nacional, ha sido una página histórica y épica que he tenido la suerte de poder ver en vida.
Más aún: creo que será –así lo espero– un referente y un modelo para muchos de los cambios futuros que se avecinan en nuestro mundo. Un mundo en el que los más nobles anhelos, aquellos que emergen desde lo profundo de la sociedad, son una y otra vez aplastados por las más perversas ambiciones y adicciones, las de unas poderosísimas y reducidas élites globalistas insaciables, obsesionadas por el poder y por un control cada vez mayor de nuestras vidas. ¡Que vigencia tiene aún aquel lamento de Mahatma Gandhi!: “En nuestro mundo hay suficiente para cubrir las necesidades de todos los hombres, pero no para satisfacer la codicia de unos pocos”. Porque –que no nos manipulen ni engañen– las raíces de este conflicto no son los sentimientos patrióticos de unos nacionalistas excluyentes sino los intereses de unas élites que jamás dejarán por propia voluntad el control centralizado del poder.
En febrero de 2003, cuando una élite anglosajona (que constituye la élite de otras élites subalternas como lo son nuestras élites españolistas), una élite entonces liderada aparentemente por George W Bush, se aprestaba a arrasar Irak a sangre y fuego, Catalunya se convirtió, con sus masivas manifestaciones, en el símbolo mundial del rechazo de esas élites obsesionadas por el control del mundo y en especial por el control de los limitados recursos energéticos de nuestro planeta. Tan fuerte fue el liderazgo moral mundial de Catalunya que George Bush llegó a decir en una convención de petroleros en Texas: “Las manifestaciones de Barcelona no nos harán cambiar de política”. Ahora, de nuevo, ese mismo liderazgo moral de los catalanes nos produce a algunos una profunda emoción y un gran agradecimiento.