En medio de oleadas de populismo anti-inmigrante que han impactado la política europea, el enfoque de lo que impulsa la migración exige más atención. En África, específicamente, la explotación incontrolada de los recursos naturales del continente por parte de empresas de países extranjeros ha obligado a sus ciudadanos a tomar decisiones desesperadas. Los migrantes que buscan su propio mínimo de justicia económica han llegado a Occidente. Pero, una vez que llegan, descubren los extraordinarios méritos por los cuales deben demostrar su «valía» y lograr la aceptación en las mismas naciones europeas que se benefician de sacar provecho de los recursos naturales de sus países de origen.
A principios de este año, Mamoudou Gassama, de 22 años, oriundo de Malí, escaló cuatro pisos de un edificio de apartamentos en París para salvar a un niño que colgaba del balcón. Por sus esfuerzos, se le concedió la ciudadanía francesa. Mientras tanto, a escala mundial, el equipo francés de la Copa del Mundo ganó el campeonato este verano con un equipo diverso: casi el 80% de sus miembros son migrantes un tercio de los cuales se identifican como musulmanes. François Héran, analista de la demografía francesa, estimó que en 2017 uno de cada ocho residentes en el país es musulmán. Además, según Héran, al menos un tercio de los 200.000 migrantes que llegan anualmente a Francia proceden de África.
Recientemente, el Parlamento francés aprobó una ley que impone nuevas restricciones a los migrantes que solicitan asilo. Parece que incluso el hecho de ser visto como el doble de «bueno» que el resto apenas califica a los migrantes para ser aceptados en sociedades predominantemente blancas. ¿A qué nivel sobrehumano se espera que actúen los migrantes para eliminar las preocupaciones o escepticismos agravados por los sentimientos nacionalistas y locales?
Esto no es tan diferente de mi experiencia en Dubai, cuando solicité un trabajo de reportero en el periódico The National. Tuve que demostrar a mis editores europeos –casualmente, inmigrantes ellos mismos– que podía cubrir los cuatro emiratos septentrionales de Sharjah, Ajman, Fujairah y Ras al-Khaimah, donde el árabe era el único idioma hablado.
El editor que me contrató me preguntó una vez cómo me las arreglé para cubrir eventos que estaban ocurriendo más o menos al mismo tiempo en Ras al-Khaimah y Sharjah, separados por unas 56 millas. Mi respuesta fue simple: «Porque esa es la razón por la que me contrataste». Hubo un acuerdo tácito sobre la voluntad (o desesperación) de asumir una carga mayor que la de los colegas. Y tenía un salario muy inferior al de otros miembros del personal comparativamente cualificados.
Mi fluidez en inglés y árabe me mantuvo en el trabajo por más de cinco años. Trabajé en historias y compartí artículos de autor con otros reporteros, que eran profesionales inmigrantes blancos de Europa. Una vez que el gobierno del emirato se sintió incómodo con mis historias sobre las dificultades a las que se enfrentaban los inmigrantes maltratados y privados de sus derechos al trabajar en el extranjero, fui deportado sin el apoyo de mis editores. Ahora llevo casi dos años en Estados Unidos y todavía estoy perplejo sobre cómo demostrar mis propias capacidades «sobrehumanas» para legitimar mi presencia y papel en la sociedad estadounidense.
La intolerancia hacia los migrantes, especialmente de ascendencia africana, puede parecer un fenómeno nuevo para algunos. Pero las memorias históricas importan. Durante siglos, Europa ha enviado a millones de sus propios emigrantes a establecerse en otro lugar. En los casos de África y Asia, las armas –no los visados– marcan el ritmo del movimiento.
Para entender por qué este volumen de africanos sigue dejando sus países de origen para trabajar como migrantes en Occidente, hay que mirar la historia de cómo África ha sido sobreexplotada en la economía global.
Una historia de explotación de un continente
Los recursos naturales y minerales del continente son objeto de una depredación en la que no hay costes de explotación. En muchas naciones africanas, las marionetas dictatoriales, a menudo elegidas a dedo y apoyadas por los explotadores occidentales, continúan esta relación. Esto ocurre a expensas de sus propios ciudadanos que necesitan y se beneficiarían más de los recursos de sus países de origen.
Mientras tanto los migrantes, privados del continente, son vistos ocasionalmente como «molestias» por los ciudadanos blancos en las naciones occidentales, pero más a menudo son descritos como «cargas» que «amenazan» el sustento económico de la nación.
El pasado mes de junio, el papa Francisco habló sobre el tema antes de una cumbre de la Unión Europea sobre migración. Dijo:
Cuando un país concede la independencia a un país africano lo hace desde cero, pero el subsuelo no es independiente. Y luego la gente [fuera de África] se queja de los africanos hambrientos que vienen aquí. Hay injusticias allí.
Los comentarios del papa son coherentes con lo que los eruditos han escrito. Como Tom Burgis señaló en su libro de 2015, La maquinaria del saqueo: señores de la guerra, magnates, contrabandistas y el robo sistemático de la riqueza de África, África es el continente más rico y más pobre del mundo. Un tercio de los yacimientos minerales del planeta se encuentran en África, incluyendo el 40 por ciento del oro y el 80 por ciento del platino del mundo. El continente posee casi una sexta parte de las reservas de petróleo crudo.
Los migrantes utilizan todos los medios, algunos peligrosos, para abandonar sus países de origen explotados en busca de oportunidades económicas en otros lugares. En la medida que las minas de oro, los yacimientos petrolíferos y las grandes explotaciones agrícolas en África sigan siendo propiedad de inversores occidentales y estos recursos vitales se envíen o transporten por vía aérea a Occidente, la corriente de inmigrantes africanos fluirá continuamente. Los migrantes africanos no tienen ninguna esperanza en obtener la parte que les corresponde de esta riqueza. Simplemente, se van porque el riesgo de quedarse es igual que el de abandonar sus países.
Algunos se quedaron boquiabiertos ante los pronunciamientos no filtrados e inéditos de Donald Trump, que históricamente se hace eco de sentimientos que antes se pronunciaban en privado y que nunca se compartían. Dirigiéndose a una reunión de líderes africanos en la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2017, Trump dijo:
África tiene un enorme potencial empresarial. Tengo tantos amigos que van a vuestros países tratando de hacerse ricos. Os felicito, están gastando mucho dinero. Tenéis un enorme potencial de negocio, representando grandes cantidades de diferentes mercados… Realmente se ha convertido en un lugar al que tienen que ir, al que quieren ir.
El mismo presidente, sin embargo, estaba molesto con los africanos que han privado a sus «amigos ricos» de oportunidades económicas y han desencadenado una amplia migración. Por lo tanto, se preguntó en voz alta por qué Estados Unidos debería seguir aceptando inmigrantes de lo que él describe como «países s**thole«.
Mientras tanto, Francia está investigando a dos de sus expresidentes por presuntos actos de corrupción. Nicolas Sarkozy está acusado de recaudar 50 millones de euros del exdictador libio Muamar el Gadafi para su campaña presidencial de 2007. A Jacques Chirac se le acusa de haberle pedido a Robert Bourgi, abogado y político, que recogiera y transportara dinero en efectivo de varios dictadores africanos. El valor estimado es de 20 millones de dólares.
Estos dos casos constituyen sólo una pequeña fracción de los ejemplos de corrupción, comparado con lo que los dictadores africanos han repartido en concesiones mineras a corporaciones europeas y estadounidenses. Las empresas de África, desde la banca hasta el entretenimiento y los deportes, son en gran medida europeas o estadounidenses. Los gobiernos africanos han cedido a la presión de Estados Unidos para que continúen recogiendo su ropa usada a expensas de las industrias de confección africanas locales.
Según un análisis realizado por Global Justice Now y Jubilee Debt Campaign, del que informó el periódico The Guardian, cada año salen de África más flujos de ingresos para la creación de riqueza hacia los antiguos países colonialistas que hacia el continente. Los países africanos recibieron 162.000 millones de dólares en 2015, principalmente en préstamos, ayuda y remesas personales. Pero, en el mismo año, se sacaron del continente 203.000 millones de dólares en ingresos que podrían haber sostenido las economías locales africanas.
Si los países europeos y Estados Unidos insisten en bloquear a los migrantes africanos para que no entren en sus fronteras, entonces quizás también deberían bloquear los recursos africanos para que no entren en sus países. Entonces, tal vez los migrantes africanos puedan finalmente cosechar sus propios beneficios económicos de los recursos de sus países de origen, es decir, si los líderes africanos corruptos respetan esos embargos y permiten que sus ciudadanos participen en la riqueza.
Yasin Kakande es miembro de TED 2018 y autor de un libro a punto de publicarse que explora la larga historia y el desarrollo actual de los patrones de migración global en lo que se refiere a los africanos.
Fuente original: Truthout
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