Tras la transición política, los partidos españoles pugnaban por ocupar el espacio del centro político. Las encuestas definían a la sociedad española mayoritariamente como de centro izquierda y, tanto el PSOE como el PP se esforzaban en transmitir una imagen centrada, de tal forma que, un cierto tiempo, se habló de la crisis de las ideologías. Sin embargo, el proceso soberanista de Cataluña ha servido para darle la vuelta a todo. O, dicho de otra manera, ha sido la excusa para que todo el mundo vuelva a sus esencias. Ciudadanos, que nació en Cataluña como un partido de centro liberal, claramente anticatalanista, ha ido radicalizando su discurso y girando progresivamente hacia posturas que podríamos situar a la extrema derecha. En el Parlamento de Cataluña sus diputados salieron del hemiciclo para no votar una moción de condena al franquismo. El hecho es que este discurso lleno de descalificaciones tuvo su rédito en las últimas elecciones en Cataluña, situando a Ciudadanos como primera fuerza política, y las encuestas le auguran un «sorpaso» al PP en el conjunto del Estado.
En este contexto se produce la moción de censura a Mariano Rajoy y el posterior congreso del PP para elegir a su sucesor. Así que, los compromisarios delegados para emitir su voto optaron mayoritariamente por elegir a Casado, el candidato más parecido a Albert Rivera, tanto físicamente como en su discurso. Tanto es así que, a partir de ahora, los dos candidatos de la derecha competirán por quien se expresa más fuertemente contra los catalanes y quien defiende con más vehemencia las esencias tradicionales de la derecha española: condena del aborto y de la eutanasia, guerra a la cooficialidad de las lenguas, modelo educativo, políticas económicas neoliberales… Así como el antieuropeísmo por el rechazo de Europa a las euro órdenes del juez Llarena. Si antes amenazaban a los independentistas con la expulsión de Europa, ahora son los nacionalistas españoles quienes ya hablan de salir.
Por desgracia, este discurso también arrastra al PSOE, que en temas territoriales no se atreve a apartarse del guión. La nueva fiscalía general del Estado no ha mostrado ninguna voluntad de intentar cambiar los despropósitos del Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional que han puesto en ridículo a la Justicia española ante Europa. Todo el mundo arrastrado por la línea política que marcan las líneas editoriales de los principales medios de comunicación españoles. Que es lo mismo que decir la política dictada por las élites españolas que manejan los medios de comunicación y financian los principales partidos españoles.
El resultado de todo ello es que España pierde una nueva oportunidad de modernizarse, redefiniendo su modelo territorial, haciendo las reformas necesarias para encajar las distintas culturas y naciones del Estado, haciendo pedagogía de la diversidad, presentándola como un valor y no como un problema que hay que combatir. Pierde una oportunidad para reformar las altas instancias del poder judicial, liberándolas de la disciplina de los partidos. Una oportunidad de reformar las fuerzas de orden público, depurándolas de comportamientos autoritarios.
Y la derecha española, en lugar de romper las cadenas que la mantienen anclada al franquismo, vuelve a los años sesenta, perdiendo una nueva oportunidad histórica de homologarse a la derecha británica o alemana en cuestiones tan fundamentales como la decidida condena del franquismo y la abolición de toda su simbología, la lucha radical contra la corrupción, la defensa de la libertad de expresión y la voluntad de resolver los problemas políticos mediante el voto de los ciudadanos.
Pero no, volvemos al «Santiago y cierra España». ¡Son así!