A mediados de los años setenta, coincidiendo con la agonía y la muerte del dictador, la oposición democrática que había luchado contra el franquismo, es decir, las izquierdas, se fueron estructurando en torno al Partido Comunista de España (PCE) y una multitud de partidos socialistas adaptados cada uno a su territorio: el PSC en Cataluña, el PSGA en Galicia, Euzkadiko Ezkerra en el País Vasco, el PSA en Andalucía, el PSV en Valencia, el PSI en Baleares, además de otros partidos similares en otros territorios. De cara a las primeras elecciones generales, estos partidos se organizaron en torno a la Federación de Partidos Socialistas que se presentó a las elecciones en coalición con el Partido Socialista Popular (PSP), liderado por Enrique Tierno Galván, una persona de gran prestigio intelectual y que, dos años después, se convertiría en alcalde de Madrid. Era una candidatura potente, con una fuerte implantación territorial y un líder carismático. He aquí, sin embargo, que la socialdemocracia europea optó por dar apoyo político, económico y mediático al PSOE y a su joven líder, Felipe González. Y aquel partido, casi sin bases, se convirtió en la segunda fuerza política, después de la UCD de Adolfo Suárez, mientras que el PSP y sus socios federados no llegó al seis por ciento de los votos.
A partir de aquí, el PSOE lanzó una OPA, más o menos hostil, a los partidos socialistas de ámbito territorial. Con un discurso federalista y de izquierdas, antimilitarista, el PSOE absorbió al PSP y a la mayoría de partidos socialistas: unos con la promesa de tener grupo parlamentario propio (PSC) y otros porque sufrieron escisiones traumáticas que los dejaron muy debilitados. En Galicia quedó una parte del PSGA, que sería el embrión del BNGA –que ha llegado a tener más del 20% de los votos–; en Aragón quedó la Xunta Aragonesista; en Valencia se fundó la Unidad del Pueblo Valenciano, y en Baleares, tras una grave escisión, el PSI dio paso al PSM de Mallorca y de Menorca, que adoptaron una estructura federal.
He aquí que el PSOE, pocos años más tarde, en 1982 ganó las elecciones por una amplísima mayoría absoluta. Pero, de aquella España federal sólo quedó el nombre. Y del eslogan del PSOE «OTAN, de entrada NO», quedó un entusiasta SÍ al ingreso de España a la OTAN, que ganó por poco margen de votos gracias a una gran campaña mediática.
Poco a poco, desde la izquierda, volvieron a crecer los partidos soberanistas o partidarios de la autodeterminación. Con todo en contra, sin apoyo de los medios de comunicación, sin medios económicos, pero con una creciente implantación territorial basada en candidaturas municipales, el nacionalismo de izquierdas se fue convirtiendo en una seria alternativa de gobierno en los Países Catalanes, en Euskadi y en Galicia. Como muestra, los grandes resultados electorales obtenidos en las pasadas elecciones municipales y autonómicas. La crisis del bipartidismo, la corrupción de los dos grandes partidos, las políticas neoliberales impulsadas durante la última etapa de Zapatero y los cuatro años de Rajoy, auguraban un fuerte crecimiento a las fuerzas políticas que habían trabajado tan duramente durante años, denunciando la corrupción y creando una red de militancia política honesta y altruista.
Pero, como ya pasó en los años setenta, de repente aparece en las pantallas de televisión y en las portadas de los periódicos una cara nueva, que, en las elecciones europeas, incluso, es el logotipo de las papeletas electorales de la candidatura de Podemos. Nos promete reformar la Constitución y defiende una España plurinacional, también promete grupo parlamentario propio a sus socios de «la periferia» y ataca duramente a las oligarquías, «la casta», y defiende la República… Y cuando ha hecho un gran resultado electoral, resulta que no puede formar cuatro grupos parlamentarios y que no tiene fuerza para modificar la Constitución y que defender la República no es una prioridad y que según quién (como algún gran banquero) no es casta y que el referéndum de Cataluña ya no es una línea roja… Esto es así, porque ahora lo que importa es quitar a la derecha del gobierno, porque eso es lo que realmente importa, porque todo lo demás puede esperar porque, no obstante, con un ministerio de la España plurinacional ya podemos ir tirando.
Perdonadme, pero esta película ya la habíamos visto y, sin embargo, muchos soberanistas y autodeterministas vuelven a picar el anzuelo. De nuevo, desde la izquierda española se vuelven a fagocitar opciones de cambio real en España, las que cuestionan la estructura caduca y casposa de un Estado que siempre ha perseguido la uniformización y la aniquilación de las lenguas y culturas no castellanas.
Está claro que es importante impedir que la derecha española siga gobernando, pero sin olvidar que, lo que es imprescindible es preservar y hacer crecer las opciones políticas que eviten la consumación del proyecto nacional castellano y, en nuestro caso, impedir un expolio fiscal que ya es asfixiante.