¿O más bien seguir aquella espiritualidad “superior” que nos proponen los gurús promovidos por las elites anglo/occidentales?

No creo posible dar la centralidad de una supuesta espiritualidad “superior” a algo que no sea el acompañar a los más afligidos y desesperanzados. Acompañarlos aunque sea “ineficazmente”, como lo hizo El crucificado, tan desconcertantemente vulnerable.

Para fundamentar una tesis tan poco acorde con los espiritualismos o las espiritualidades de moda en nuestro narcisista Occidente, no solo me remontaré a los orígenes de las tres espiritualidades teístas históricas/abrahámicas (judaísmo, cristianismo, islamismo), a las que “gurús” como Ken Wilber califican de espiritualidades “inferiores” (“de dogmas a-científicos y afirmaciones teológicas no comprobables”), sino que me remontaré también a los orígenes de las espiritualidades no teístas del extremo Oriente (hinduismo o budismo), a las que, por el contrario, Ken Wilber califica de “superiores” (“científicamente analizables”). Al respecto, en el libro Los cinco principios superiores (páginas 137 y 138) expuse lo siguiente:

[…] para Ken Wilber [la resurrección de Jesús, pilar sobre el que se asienta el cristianismo] se trata de un dogma a-científico más, de una afirmación teológica no comprobable que, como otras muchas creencias y mitos de todas las religiones inferiores (religiones a las que califica de superficiales o estrechas), debe ser descartado al tratar científicamente el auténtico fenómeno místico. Según él, dichas religiones inferiores “seguirán ofreciendo sacramentos, distracción y mitos (y otros consuelos horizontales que cumplen con funciones meramente traslativas)”. Y –continúa afirmando– toda “espiritualidad horizontal o traslativa”, solo aspira a “proporcionar significado y sosiego al yo separado y fortalecer al ego”. A dichas “creencias personales” contrapone la religión superior, “amplia” o “profunda”; “la espiritualidad profunda vertical o transformadora (que busca trascender el yo separado en un estado de conciencia de unidad no-dual que se encuentra más allá del ego)”; las “ciencias contemplativas”.

Semejantes calificaciones/descalificaciones son explícitas en muchos supuestos gurús muy promocionados por el sistema económico/político/ideológico anglo/occidental, un sistema profundamente manipulador. No son casuales las relaciones de Ken Wilber con personajes globalistas o neocon tan nefastos como Bill Clinton, Al Gore, Bill Bradley, Tony Blair, George W Bush o Jeb Bush, relaciones de las que él mismo presume. Y son aún más reveladores sus elogios de las nefastas visiones geopolíticas que proponen ideólogos como Francis Fukuyama (divulgador de la teoría del llamado Fin de la historia).

O sus elogios de visiones incluso directamente criminales como la de Samuel P. Huntington (el creador de la doctrina oficial de El choque de civilizaciones). Este ideólogo ya había participado antes, incluso muy activamente, en episodios tan sangrientos como la entronización de los regímenes de los generales Augusto Pinochet, en Chile, y Jorge Rafael Videla, en Argentina. Ensayó con ellos por vez primera su modelo social, según el cual una economía sin regulaciones es compatible con una dictadura militar.

Dichas calificaciones/descalificaciones también son explícitas en millones de buscadores espirituales influidos y condicionados por esos “gurús” así como por todo el contexto “cultural” creado por “nuestro” sistema. Pero además, tales calificaciones/descalificaciones están más o menos latentes en multitud de personas que se esfuerzan sinceramente en seguir un camino personal/espiritual (dejando aparte de momento la cuestión de si un camino espiritual puede ser algo meramente personal).

Se trata de una multitud de personas que no llegan a diferenciar las extraordinarias experiencias fundantes de estas tres “religiones del libro” de aquellas instituciones religiosas surgidas de ellas. Instituciones en las que, como sucede casi siempre, se ha ido degradando en buena medida la inspiración original. Entre tales personas podríamos citar nada menos que al mismísimo Albert Einstein, que dejó bien claras sus preferencias por el budismo y su rechazo de las religiones teístas institucionalizadas.

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Opuestamente a todo ello, en los cuatro evangelios cristianos aparecen reiteradamente situaciones en las que, en diálogos entre el rabí Jesús y algunos maestros de la Ley, fariseos y escribas, queda meridianamente claro que toda La Ley y Los Profetas (es decir, la totalidad de la Biblia judía) se pueden resumir en el gran mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo (un ‘próximo’ en el que Jesús, paradójicamente, incluye a los ‘alejados’, como lo eran los “heréticos” samaritanos: Lucas 10, 29-37)”.

Y, para completar estas palabras, que podrían quedarse en tan solo meras elucubraciones teóricas, para completarlas transformándolas en praxis, el rabí de Nazaret no se detenía hasta que sus oyentes tuviesen claro que sus palabras “son espíritu y son vida” (Juan 6, 63), no letra muerta ni palabras vacías. De ahí que, en el momento en el que intentó dejar solemnemente en claro cuál sería la única cosa decisiva al final de nuestras vidas, elaboró la extraordinaria Parábola del juicio final (Mateo 25, 31-46) que trata no de creencias sino de comportamientos:

“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria.

Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos.

Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’.

Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’

Y el Rey les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.»

Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis’.

Entonces dirán también éstos: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’

Y él entonces les responderá: ‘En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.’

E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.”

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Tratándose de una espiritualidad “inferior” y “no científica”, como califica Ken Wilber a la cristiana, es sorprendente que el mensaje de esta parábola concuerde tan exactamente con una multitud de impresionantes testimonios, de miles de personas (muchas ellas de una altísima capacitación científica y profesional) que han pasado por experiencias cercanas a la muerte: todas ellas sintieron que debían retornar a la vida… ¡única y exclusivamente porque aún tenían una misión en esta vida, una misión de servicio a los demás!

No conozco ni un solo caso de alguien que haya “retornado” por motivos religiosos/cultuales. Lo cual concuerda con el hecho de que son muchos los textos tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento que dejan muy en claro que el verdadero “culto” que agrada a Dios es el de atender huérfanos y viudas, etc. En la ya antes citada Parábola del buen samaritano Jesús da un giro sorprendente al relato para destacar que fue un samaritano (despreciado por los judíos de vidas religiosamente “correctas”) el que obró misericordiosamente (y agradó así a Dios) y no el sacerdote que pasó de largo y abandonó a la víctima porque sus obligaciones cultuales no podían esperar.

Ni tampoco conozco ningún caso de alguien que haya “retornado” por los motivos “espirituales” que Ken Wilber u otros gurús de moda (los de la Nueva Era están ya un poco “demodés”) consideran como los motivos verdaderamente serios y “científicos”. No conozco ningún caso de nadie que haya “retornado” para, por ejemplo, meditar más y/o mejor, a fin de alcanzar la iluminación o descubrir su verdadero yo profundo. Si ese tipo de motivaciones son las que deben ocupar la centralidad de una espiritualidad “superior”, no se entiende por qué no tienen importancia alguna en el momento más decisivo de nuestras vidas. La verdad es que, en pura lógica, estando ya inmersos en la Luz innombrable, sería un poco absurdo el querer retornar a la vida “terrena” a fin de alcanzar la iluminación.

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Por su parte, el antiquísimo hinduismo del Advaita suele ser considerado por muchos como la más elevada espiritualidad hindú y hasta universal. Es visto así no solo por gurús tan mediocres y poco fiables como Ken Wilber, sino incluso por las más honestas y serias espiritualidades actualmente de moda. Ya en el siglo XX, en esa misma tradición espiritual, es paradigmática la figura del gran místico Ramana maharshi. Cubierto, al igual que su contemporáneo mahatma Gandhi, tan solo con una pobre tela a modo de taparrabos (“El que tenga dos túnicas que dé una al que no tiene”, decía Juan el Bautista), su empatía hacia todos y todo (su vivencia auténtica y cotidiana de la no-dualidad) era tan excepcional que, sin haber abandonado nunca la sagrada montaña de Arunachala, aparecía físicamente presente a cientos o miles de kilómetros de ella, para acompañar a personas muy afligidas y desesperanzadas.

Al igual que el Señor resucitado acompañó a los dos discípulos que, derrotados y hundidos, iban camino de Emaús al atardecer de aquel “primer día de la semana”, primer día laboral de la semana judía, que acabaría convirtiéndose en el primer domingo (Dominus dei, día del Señor) de la historia del cristianismo (Lucas 24, 13-35). Y es que la no dualidad (no dos/no uno, unidad profunda en la diversidad) es tan real que es capaz de producir fenómenos tan inexplicables aun científicamente como es ese de la bilocación.

Un fenómeno del que la sola proclamación de su existencia despierta un gran rechazo en los “sabios y entendidos” (Mateo 11, 25). Sobre todo, si se da no en maestros orientales sino en santos cristianos, tanto de siglos pasados como de nuestra época actual. Pero, en mi opinión, dejando al margen las apariciones del Señor resucitado, este sería el fenómeno más importante para hacernos abrir los ojos a la evidencia de que la no dualidad, y el amor que lo permea todo, son la esencia misma de la materia/energía. No creo que se trate meramente de un fenómeno más, al que no debería prestarse interés, no creo que se trate de que lo único importante es el seguir sentándose y respirando en silencio, a la espera de la iluminación. Es mucho más: es el Amor que se hace carne, es un Himno al Amor.

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Es decir, en el auténtico hinduismo Advaita, para el que la no-dualidad no es una teoría sino una vida, volvemos a encontrarnos con la empatía, la misericordia y la compasión como las señales más evidentes de una auténtica experiencia mística “superior”. Otra cosa son las actuales interpretaciones en Occidente (con frecuencia empapadas del mismo narcisismo y arrogancia que vemos en Ken Wilber) de esa espiritualidad centrada en la no-dualidad (primer principio superior: todos los seres estamos mucho más profundamente interrelacionados de lo que somos capaces de ver).

En realidad, se trata únicamente de “actualizaciones” (intentos más bien de actualización) centradas no en la experiencia de la no-dualidad, sino en aquello que para Ramana maharshi era tan solo el camino o la herramienta: la búsqueda de quién soy yo mismo. Para él, la pregunta “¿Quién soy yo?” era tan solo “la vara con la que se va acomodando el fuego que consume todo [el ego mental/emocional], pero que después también debe ser lanzada a él”. Al mismo tiempo, siempre insistía en que existe otro camino: el de la confianza, el del abandono. Planteos como los de Ken Wilber son una distorsión del verdadero mensaje del gran maestro de Arunachala.

Antes de sentir en 1992 que, mediante la constitución de la Fundació S’Olivar, debíamos dedicar nuestras vidas y nuestros mejores esfuerzos a trabajar, desde la visión y los métodos de la No-violencia, en favor de las víctimas del mundo, mi esposa Susana y yo estuvimos tres meses en la India. Y nuestro principal destino no fue la tumba de mahatma Gandhi sino el áshram de Ramana, en donde vivimos experiencias inolvidables. Algo que también podríamos decir de nuestros casi cuatro años vividos en las estribaciones de los Andes (con los indígenas kollas de las provincias argentinas de Jujuy y Salta), de nuestros muchos viajes a Palestina/Israel (residiendo sobre todo entre los palestinos cristianos de Belén) y del año y medio durante el que vivimos entre los campesinos de Japón (en la provincia de Hiroshima en concreto).

En todos esos lugares y culturas siempre hemos encontrado que la experiencia de la no-dualidad permeaba las vidas de las gentes sencillas, produciendo las más variadas y valiosas tradiciones espirituales. En todas partes hemos encontrado personas que sentían de verdad aquello que tan magistralmente canta el argentino León Gieco: “Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente…”.

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En cuanto a los principales libros sobre Ramana, los tengo tan usados que, si no voy con cuidado, se me desarman entre las manos. Así que no me interesa absolutamente nada lo que “un mago de tres al cuarto” (expresión del mago Gandalf), como es Ken Wilber, pueda decir sobre la espiritualidad “superior”. Y menos aún si tal mago está al servicio del Imperio de la Mentira, cómo el mago Saruman estaba al servicio de Sauron; y si su misión es, como parece, la de desacreditar la espiritualidad cristiana, que es carne de mi carne y sangre de mi sangre. Una espiritualidad que no es en absoluto “inferior”, sino más bien peligrosa, muy peligrosa, para el Imperio de la Mentira. Una espiritualidad que, para colmo, es inseparable del alma rusa, que, desde hace tiempo, “nuestras” elites «filantrópicas» se han propuesto destruir.

Finalmente me referiré, muy brevemente, para no alargarme más de lo que ya lo he hecho, a la figura del Buda, surgida siglos después en esa misma atmósfera del Advaita hindú. De nuevo encontramos esa misma conmoción por el sufrimiento, la pobreza, la enfermedad y la muerte. Y encontramos al Bodhisatva, el Buda de la compasión, aquel que percibe el sonido sufriente de los mundos, aquel que hizo el gran voto de escuchar los ruegos de todos los seres en momentos de dificultad y de posponer su propia budeidad hasta haber ayudado a cada ser a alcanzar la iluminación.

En conclusión, tan solo hay dos caminos: el de sentirse profundamente unido/ligado a todo cuanto existe o el de la indiferencia/separación, que en sus formas más extremas se manifiesta como racismo, supremacismo, nazismo… psicopatía. Entendida esta no solo como ausencia de culpa sino como aquello que es la verdadera raíz del problema: la ausencia total de empatía.

Foto: Ramana maharshi

Biografía de Ramana maharshi (1992) – Subtítulos en castellano