Así de claro. El catalán no es español. A los catalanes nos lo han restregado por los morros mil veces cuando hablamos nuestra lengua: «¡Habla español!» El español, un dialecto del castellano, es el monopolio de la lengua en el Estado español. Todos hemos vivido nuestras propias historias personales. Si a mí no me hubieran obligado a hablar en español cuando hice las oposiciones a funcionario, en vez de haber aprobado con un cinco pelado lo habría hecho con un seis o un siete. Esto comportaba tener un mejor destino como chupatintas, y en situación geográfica más cercana, una mejor vida laboral en definitiva. Esto, que es un simple ejemplo privado, significa toda una vida de trabajo en condiciones anómalas. ¡Toda una vida!
El único idioma español del planeta es el castellano. No hay otro, aunque se hable en la península ibérica.
¡Muy bien! ¡Me encanta que sea así! Pero, después que no nos exijan que amemos lo que no amamos. El español, como lengua, es el monopolio más potente de la Administración española. Ni el alcohol, ni el tabaco, ni la droga: ¡la lengua! Si hablamos una lengua distinta del castellano se nos puede dejar sin el derecho de expresión, de reunión, de trabajo, de aire, mar y tierra. Se nos puede tapar la boca, meter en prisión, enviar al exilio. Se nos puede hacer desaparecer del mapa, que es en definitiva lo que España quiere.
Esto es lo que ocurrirá si Cataluña agacha la cabeza y deja de usar su lengua. Porque lo que conforma nuestro país, nuestra nación y nuestra patria es la lengua. Pero parece que los catalanes lo ignoramos. Sin lengua propia, sin el catalán, dejaríamos de ser, no seríamos nada. No sólo desaparecería del mapa Cataluña y los Países Catalanes, desapareceríamos nosotros como pueblo y como seres humanos. Un catalán que no habla catalán deja de ser humano. Un catalán que se baja los pantalones y se pasa al castellano no es de condición humana, sino que pasa a ser un perro pastor obligado al servicio militar de su amo, opresor y autoritario, dogmático y divino.
Fuente: Última Hora