Durante estos últimos años, multitud de informaciones han hecho ya insostenible la versión oficial sobre el gran conflicto del África de los Grandes Lagos. Ha quedado en evidencia que el Frente Patriótico Ruandés (FPR) no era ni es “el representantes de los tutsis”, ni el presidente Paul Kagame “el hombre providencial que detuvo el genocidio”, sino que ya antes del genocidio de los tutsis en la primavera de 1994 habían cometido masacres masivas contra los hutus, masacres que podrían haber provocado hasta doscientas mil víctimas mortales; que anteriormente al atentado del 6 de abril de 1994 (en el que murieron los presidentes hutus de Ruanda y Burundi así como todos los otros siete miembros de sus dos delegaciones y los tres ciudadanos franceses que pilotaban el Falcon 50) no hubo planificación para el genocidio ni tan siquiera por parte de los máximos responsables de él; que durante el mismo genocidio y sobre todo posteriormente, el FPR asesinó a cientos de miles de ruandeses tanto en Ruanda como en el Zaire/Congo así como también a multitud de congoleños; que una gran cantidad de víctimas de estas masacres eran hutus y que fueron asesinados por el mismo hecho de serlo, lo que constituiría por tanto genocidio…
Es por tanto claro, desde mi punto de vista, que lo que actualmente ayuda más a comprender las claves de este conflicto, incluso las internas, no son los elementos endógenos ya conocidos sino los exógenos. Es conociendo las claves internacionales de él, es enmarcándolo en un cuadro de grandes intereses globales, como podremos llegar realmente a comprenderlo en toda su complejidad. Porque la conquista del poder primero en Ruanda y posteriormente en el Zaire/Congo no fueron episodios fortuitos sino etapas de un proyecto bien elaborado. Un proyecto que, además, no se reduce sólo a un propósito de control de la región de los Grandes Lagos sino que está estrechamente relacionado con el control de la mayor parte del Continente Africano, en especial del Sudán, e incluso con el control del Gran Medio Oriente.
En el año 2009, Christopher Black, abogado de la defensa en el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, nos hizo llegar a diversas personas una carta que su ayudante había encontrado entre las decenas de miles de documentos “perdidos” en los archivos del Tribunal Penal Internacional para Ruanda. A pesar de que muchos de estos documentos son muy importantes, como es el caso del Informe Gersony, no habían sido tenidos jamás en cuenta por quienes toman las decisiones en este alto tribunal de la ONU, un tribunal totalmente manipulado por los Estados Unidos y Gran Bretaña (como denunció públicamente quien fue la fiscal de él, la suiza Carla del Ponte). Se trataba de una carta personal de Paul Kagame, ya entonces líder del FPR, a su amigo el también extremista tutsi y dictador burundés Jean Baptiste Bagaza. Se trataba de una carta en la que daba detalles sobre su “plan sobre el Zaire”; una carta en la que afirmaba que la presencia de los refugiados hutus en el Zaire, y la presencia de la comunidad internacional junto a ellos, podría hacer fracasar dicho plan; una carta en la que se refería también a las tareas que sus aliados estadounidenses, británicos y belgas estaban realizando para que tal proyecto llegase a buen término; una carta que recogí en mi libro África, la madre ultrajada, publicado a finales de marzo de 2010.
En nuestro Forum Internacional para la Verdad y la Justicia en el África de los Grandes Lagos ya conocíamos por otras vías estas mismas claves. Un alto cargo del FPR, actor directo en los hechos, había declarado ante el juez de la Audiencia Nacional española Fernando Andreu Merelles que Paul Kagame había organizado el asesinato del presidente del Congo Laurent-Désiré Kabila, para hacer inviables los importantes acuerdos del Congo con China y otras potencias medias. También conocíamos, por el Memorándum que el Partenariat-Intwari elaboró a partir de gran cantidad de información de los servicios secretos ugandeses, que incluso ya en la organización del asesinato en octubre de 1993 del primer presidente democrático de Burundi, el hutu Melchior Ndadaye, habían participado personalidades anglosajonas de máximo nivel como la misma Margaret Tatcher. Eran las mismas claves que el mundo entero pudo conocer cuando el “rebelde” tutsi Laurent Nkunda, que se había levantado en armas en el este del Congo para, según proclamaba, proteger a los tutsis de los genocidas hutus, se sentó en la mesa ante la mediación internacional y exigió que se rescindiesen los acuerdo comerciales con China, como primera condición entre otras siete, para cesar en sus ataques. Eran las mismas claves que todo el mundo ya conoce respecto al asesinato del primer ministro del Congo, Patrice Lumumba, medio siglo antes.
Pero además de todo esto es muy importante tomar conciencia de que está entrando en su recta final un gran proyecto, un proyecto de unas dimensiones tales que al simple ciudadano le resulta sencillamente inconcebible. En él, el África de los Grandes Lagos es sólo una de las regiones consideradas por los poderos lobbies anglosajones que lo dirigen como “periféricas” y poco “evolucionadas”, pero que sin embargo son poseedoras de enormes recursos naturales perseguidos también por China, Rusia y otras nuevas potencias medias. Seguramente ha llegado ya la hora final del periodo que se inició a finales de 1990 con las invasiones de Ruanda e Irak, enclaves privilegiados para el dominio del África Central y del Gran Medio Oriente. El actor protagonista de semejante proyecto es nuestro Occidente “democrático”, “defensor de los derechos humanos”, “informado”, “libre” y “liberador”. Es el Occidente definido como “El Imperio Occidental que tiene su centro de gravedad en Estados Unidos” por Julian Assange, una de las personas mejor informadas de nuestro mundo (como el mismo dice, uno de los hombres que debe haber leído más documentos secretos). Es el Occidente que últimamente ya casi ha “liberado” también a Sudán, Costa de Marfil y Libia. Es el Occidente que parece también decidido a no retrasar más el jaque final de lo que en los cables de Wikileaks es calificado como “El Gran Juego”: la “liberación” de Libia, Sudán, Siria, Irán, Somalia… Es decir, la “liberación” de casi toda África, del Gran Oriente Medio y de Asia Central. Quienes dirigen ese Imperio parecen estar convencidos de que si no se actúa rápido, China o Rusia podrían entre tanto hacerse fuertes y poner en peligro su hegemonía mundial. Ese centro global de poder que actúa desde los Estados Unidos está tensando demasiado la cuerda, está llevando a nuestro mundo hasta el límite. ¿Hasta cuando aguantarán China y Rusia, las nuevas potencias medias y tantos pueblos que son avasallados y expoliados?