El 17 de agosto de 2003 John Carlin sentenciaba con desparpajo en las páginas de El País: “A Nelson Mandela se le considera un santo viviente por su capacidad de perdonar a sus torturadores blancos. ¿Qué es Kagame, entonces? La dimensión del crimen cometido contra los tutsis fue tal que la decisión de Kagame de perdonar al pueblo hutu, de conceder el indulto a 40.000 asesinos hutu, es de una generosidad que ni el propio Jesucristo habría podido imaginar”. Ya entonces, tan “mística” exaltación del presidente ruandés era sorprendente: ensalzaba la santidad de alguien que (tras haber alcanzado el poder en Ruanda en 1994 a sangre y fuego, como describen con detalle algunos de sus ex compañeros, y tras haber logrado el control del este del Congo a partir de 1996 causando una mortandad inaudita, como reconocen diversos informes oficiales hasta de la misma ONU) había conseguido una fortuna inmensa al lograr que sus propias empresas particulares se fuesen convirtiendo en las mayores exportadoras mundiales de coltan y otros minerales valiosísimos. Y ello a pesar de que dichos minerales son prácticamente inexistentes en Ruanda. ¿Cómo semejante psicópata puede tener algo que ver con Mandela y aún menos con Jesucristo? La publicación en un medio de referencia como El País de unos análisis tan faltos de sutileza e incluso tan descabellados, en sucesivos artículos de opinión de hasta tres páginas íntegras cada uno, solo es posible por encargo, siguiendo una decisión editorial.
Ahora John Carlin se atreve a negarle cualquier credibilidad al juez Fernando Andreu y vuelve a pontificar con el mismo tipo de argumentos, a pesar de que en estos últimos once años hasta la ONU ha responsabilizado ya al FPR (Frente Patriótico Ruandés, que Kagame dirige con mano de acero) de estar detrás de las continuas “rebeliones” aparecidas en el este del Congo, creadoras de un inmenso caos en ese sufrido país. Un caos en el que el expolio de los recursos naturales es sistemático, un caos de una vileza tal que nos debería avergonzar a todos, un caos silenciado (del que el noble y valiente paladín John Carlin no parece saber nada), un caos en el que se perpetran cientos de miles de violaciones y en el que desde 1996 han muerto millones de seres humanos. Kagame y Carlin recurren siempre a “el genocidio de los tutsis” como si fuese un comodín mágico, pero ¿qué culpa tiene el Congo de aquel genocidio? ¿qué tiene que ver aquella tragedia con el pillaje sistemático y los crímenes masivos que sufren los congoleños a manos de este criminal de masas?
No parece que el autor de libros como El factor humano, en el que se basó la película Invictus, pueda ser tan ignorante. ¿Se le habrán subido a la cabeza los elogios personales que le hizo Mandela o su éxito hollywoodiense? ¿Se habrá creído que está capacitado para pontificar sobre cualquier tema? ¿O seremos unos ingenuos y lo único que haya detrás de semejante delirio con elementos “místicos” sea, como tanta otras veces, una operación de lavado de imagen muy bien remunerada? No sería ni la primera vez ni la última que una pluma insigne (u ordinaria pero entronizada en los altares mediáticos de modo artificial) cumple dicha función.
Ya en el artículo que cito al inicio, Carlin cometió un grave delito que no fue castigado, lo que dejó en evidencia que tiene las espaldas bien guardadas por unos poderosos padrinos: responsabilizó globalmente de “el genocidio de los tutsis” al “pueblo hutu”. Criminalizó calumniosamente a todo un pueblo. Un pueblo que, por añadidura, ha sufrido un número de víctimas diez veces superior al sufrido por la etnia tutsi. Aunque, claro, de esto el señor Carlin no debe saber nada, o no debe querer saber nada. Debe estar tan ocupado fantaseando sobre criminales y salvadores mundiales según Hollywood, que no debe haber leído informes sobre las cifras del genocidio como los de los investigadores estadounidenses Christian Davenport y Allan C. Stam que demuestran que en “el” genocidio no pudieron morir más de trescientos mil tutsis. ¿O quizá sí los conoce, pero prefiere no referirse a ellos en sus “magníficos” escritos?
El investigador y escritor Pierre Péan, a pesar de que la justicia le dio finalmente la razón, tuvo que soportar en Francia un agotador juicio por difamación contra la etnia tutsi y una terrible campaña contra su persona por haberse referido a la cultura de la mentira y de la manipulación propia de las élites cortesanas tutsis (no de “la” etnia tutsi en general). Por el contrario, personajes mediocres y oscuros como John Carlin pueden permitirse la criminalización de toda una etnia, que ha sido mucho más víctima que verdugo en este conflicto, sin que nadie les moleste lo más mínimo.
Ahora, en su nuevo artículo del 29 de junio en El País, titulado “Andreu, el juez del mundo al revés”, escrito con motivo de la detención del general Karenzi Karake en Londres, Carlin vuelve a dar cifras, mucho mayores aún, de supuestos genocidas perdonados por la generosidad de un Kagame más santo que el santo Mandela: “el FPR encarceló a 120.000 hutus que presuntamente participaron en las masacres de los tutsis, el 90% de los cuales hoy han sido liberados”. Aunque hay que reconocer que esta vez utiliza el término “presuntamente” para referirse a los genocidas. Es lo que corresponde en una Ruanda en la que no existe la presunción de inocencia para ningún hutu. Así la presunta genocida Victoire Ingabire Umuhoza lleva ya en prisión cinco años. Es una más de esas decenas de miles de presuntos genocidas encarcelados. En realidad durante “el genocidio de los tutsis” ella estaba en Holanda, pero… qué más da ¡es hutu! Y además de ser hutu tuvo la osadía de orar públicamente no solo por las víctimas tutsis sino también por las víctimas hutu y de intentar presentarse como candidata a la presidencia de Ruanda. Eso convirtió también en genocida a su madre, que pocos días después era acusada de participación en el genocidio. Pero todas estas cosas extrañas solo forman parte de ese “mundo al revés” construido por “Andreu”. En el mundo del derecho, en el que Carlin disfruta del privilegio de escribir en los grandes medios “globalistas”, solo hay una etnia víctima de genocidio, la tutsi, y otra genocida, la hutu.
Aunque lo más paradójico es que esos maniqueos delirantes como Carlin y Ramón Lobo (o como el Bush que afirmó “o se está con nosotros o contra nosotros”) son los que nos acusan a nosotros de maniqueísmo. Y para ello Carlin hace uso nada menos que de nuestra guerra civil y del genocidio nazi, volviendo totalmente “del revés” los acontecimientos y su orden cronológico. Nos quiere hacer creer, por ejemplo, que la agresión de Uganda y del FPR a Ruanda fue la intervención que detuvo el genocidio y la compara por tanto a la entrada en escena de los Aliados para detener a los nazis. Lo extraño es que dicha agresión “liberadora” del genocidio se llevó a cabo en octubre de 1990, es decir tres años y medio antes del inicio del genocidio. No es “Andreu” sino nuestro insigne Carlin el que está hecho un lío o el que quiere liarnos a todos.
El problema no está en reconocer “el genocidio de los tutsis”, algo que hacemos la inmensa mayoría de aquellos que somos acusados de negacionistas por gentes como Carlin. O como Ramón Lobo, que se atrevió a afirmar, también en El País, que la teoría del doble genocidio es una forma de negacionismo y que, por tanto, se trata de un crimen que debe ser perseguido por la justicia. Lo cual significaría que… ¡hay que perseguir a la misma ONU y al juez Fernando Andreu! El problema no está en reconocer aquel genocidio, sino en que los miembros del FPR y sus mercenarios intelectuales pretenden además que el genocidio que sufrieron los tutsis en la primavera de 1994 (que en realidad no sufrieron los miembros del FPR, descendientes de la aristocracia tutsi más intrigante que se exilió al llegar la democracia, sino los tutsis del interior, considerados por el FPR como traidores) es “el” (único) genocidio; que fue planificado por el gobierno del hutu Habyarimana; que la gran mayoría de hutus son responsables en él; que reviste unas características, una magnitud y una gravedad semejantes a las del genocidio por antonomasia, el genocidio nazi; etc.
El problema es que todas estas afirmaciones son los elementos de una absoluta farsa que solo tiene por objetivo la criminalización de la mayoría hutu y el retorno al antiguo sometimiento feudal, sometimiento que exigió la disminución drástica del número de hutus a la que refiere el auto del juez (no a la eliminación de toda la etnia). La eliminación de millones de hutus desde octubre de 1990 ha constituido un enorme genocidio, aunque no se haya pretendido (ni sería posible) la eliminación total de la etnia. La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio no se refiere solo al exterminio total: “se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial, o religioso, como tal”. Carlin tiene además la enorme desvergüenza de calificar como persecución final de los genocidas la carnicería que acabó con cientos de miles de mujeres, niños y ancianos hutus en el Congo, que Sauper y Salgado inmortalizaron en sus documentales Diario de Kisangani y La sal de la tierra. En el prefacio de mi libro África, la madre ultrajada ya me referí a este increíble falseamiento de la realidad:
“[…] tras tanta violencia generalizada había un factor determinante, que no era precisamente el étnico, al que se ha intentado culpar de todo. El afirmar que se asesinó a los tutsis por el mismo hecho de ser tutsis y sólo por ello, es una explicación totalmente insuficiente, sesgada y falsaria de su brutal exterminio. Sin tener en cuenta el factor realmente determinante al que me refiero, jamás se podrá entender lo que pasó:
‘Y fue ante todo este temor a la vuelta del orden antiguo, este miedo a volverse a encontrar bajo un régimen de opresión, lo que explicaba aquel furor extremo de un pueblo poseído por su desesperación’. (Edouard Kabagema, Un pueblo descuartizado. Genocidio y masacres en Ruanda, 1994, página 112. Editorial Milenio 2005, Lleida. Esta frase es la única que el autor ha destacado en cursiva a todo lo largo de su libro.)
Dado que los agresores eran precisamente los antiguos señores feudales tutsis, la motivación étnica de las masacres estaba sin duda indisolublemente ligada a esa desesperación provocada por el pánico a recaer en la antigua opresión. Es por ello por lo que a todo lo largo de esta obra califico como genocidio a las grandes masacres realizadas en la primavera de 1994 por los extremistas hutus: las motivaciones étnicas, que son las que caracterizan el crimen de genocidio, estaban presentes en tales masacres. Sin embargo es una gran farsa el asimilar el genocidio de los tutsis al que es considerado el genocidio por antonomasia, el genocidio nazi. Los judíos no cometieron contra Alemania un crimen de agresión internacional, como lo cometieron contra Ruanda los extremistas del FPR; ni asesinaron al presidente alemán y a muchos otros altos cargos, como sí lo hizo el FPR en Ruanda; ni buscaban el control absoluto del poder, como lo buscaba el FPR; ni se apoderaron del poder en Alemania y gestionaron el país exterminando a cientos de miles de alemanes, como ha hecho el FPR en Ruanda; ni atacaron a continuación a un país vecino de Alemania para derrocar a su jefe de Estado, como ha hecho el FPR en el Congo… Nos encontramos frente a ‘una obra maestra de la desinformación, una intoxicación perfecta’, pero con fecha de caducidad, como toda mentira por sutil que ella sea. Es bien diferente el ser una minoría oprimida que una minoría que pretende oprimir a la mayoría, como busca el extremismo tutsi…”
Esta es la versión de los hechos que nos dan auténticos expertos en este conflicto como Charles Onana, Robin Philpot, Pierre Péan o Filip Reyntjens, por citar solo a algunos de los que han sido capaces de ir al fondo de los hechos y de denunciarlos con energía y que, precisamente por ello, han tenido que soportar los ataques más virulentos. Por el contrario, ¿qué argumentos de autoridad nos aporta Carlin? Cita, nada menos que… ¡al “experto” Philip Gourevitch y al embajador estadounidense en Madrid!:
“Hablé la semana pasada con Philip Gourevitch, autor del libro más conocido sobre el genocidio ruandés, Queremos informarle de que mañana seremos asesinados con nuestras familias. Gourevitch, que ahora trabaja en un segundo libro sobre Ruanda, dijo que el juez Andreu había presentado ‘una visión del mundo al revés, una ficción tóxica, objetivamente demencial’. Gourevitch me remitió a un cable clasificado filtrado por Wikileaks en el que el embajador estadounidense en Ruanda en 2008 describe el sumario del juez Andreu como ‘escandaloso y erróneo’. El cable del embajador agrega: ‘El proceso español a los 40 militares ruandeses ofrece una versión irreconocible de uno de los episodios más dolorosos y violentos de la historia de Ruanda, distorsionando la verdad establecida, inventando matanzas’.”
Pero ¿quién es este tal Gourevitch? Lo explico también en mi citado libro:
“Philip Gourevitch es un caso más que demuestra que tras la supuesta aséptica imparcialidad y profesionalidad de algunos periodistas se esconden verdaderas complicidades. […] tal como Robin Plilpot hace notar, Philip Gourevitch es el cuñado de Jamie Rubin, adjunto de prensa y hombre para todo de la secretaria de Estado Madeleine Albright (Ça ne s’est pas passé comme ça à Kigali, página 92). Se entienden así sus elogios a Paul Kagame, al que llegó a comparar con Abraham Lincoln: se trata simplemente de ‘encargos’ profesionales, de los conocidos y bien remunerados ‘servicios’ de lobbying tan característicos de la política estadounidense.”
Finalmente quiero referirme a lo extraño que resulta que Carlin cite al embajador estadounidense en Madrid y a los cables de Wikileaks sin explicar nada de su contexto. Se trata de los cinco cables que dejaron en evidencia la intromisión del Departamento de Estado en el ámbito de la justicia española y sus presiones al Gobierno de Rodríguez Zapatero para que fuese desactivada nuestra querella en la Audiencia Nacional. Son los cinco cables que dejaron en evidencia tanto la sumisión de estos actores españoles al dictado estadounidense como las claves del ataque que habíamos sufrido por parte de la misma ONU y de los diarios “progresistas” El País y Público, con acusaciones tan graves como la de ser los financiadores de las FDLR, los supuestos “genocidas hutus” que provocan el caos en el este del Congo y hacen necesaria la mayor misión de la ONU para, supuestamente, mantener allí la paz.
No es extraño que el juez Fernando Andreu nos confesase un día: “Descarto los informes de la ONU, son siempre informes de parte”. Lo extraño es que Carlin recurra con tanto descaro a testimonios que no tienen nada de imparciales como son los de sus amigos estadounidenses. Es extraño que los cite sabiendo que fueron ellos quienes crearon a Kagame y lo convirtieron en el gran gendarme del África de los Grandes Lagos, sabiendo que tal implicación estadounidense es de dominio público, sabiendo que el secretario general de la ONU Boutros Boutros-Ghali fue defenestrado de su cargo por haber denunciado que el genocidio ruandés fue responsabilidad al cien por cien estadounidense. Tanta torpeza en la creación de lo que Chomsky llama las ilusiones o ficciones necesarias para el control del pensamiento en las sociedades “democráticas”, solo se sostiene por la potencia de los medios masivos de “comunicación” en una sociedad incapaz de abrir los ojos frente a la inconsistencia del supuesto saber de los supuestos expertos.
Kagame y los suyos están nerviosos. Durante veinticinco años Kagame ha ordenado el asesinato de líderes y testigos clave, ha comprado a innumerables “asesores” como el mismo Toni Blair, ha comprado incluso a la ONU (que lo convirtió en copresidente, junto a Rodríguez Zapatero, de los Objetivos del Milenio)… Pero ahora comprueban que no pueden controlar totalmente la información y los acontecimientos, que nuestra querella puede complicarles las cosas, que no pueden eliminar a todos los antiguos miembros relevantes del FPR que han testificado ante la justicia: Abdul Ruzibiza, militar tutsi cuya familia fue diezmada por los genocidas hutus; Aloys Ruyenzi, sargento y agente de información de la unidad del Alto Mando y miembro del entorno personal de Paul Kagame; Gerald Gahima, miembro fundador del FPR y ex fiscal general de Ruanda; Theogene Rudasingwa, secretario general del FPR, director del gabinete del presidente Paul Kagame y embajador en Washington…
Joan Carrero Saralegui, promotor del Fórum Internacional para la Justicia y la Verdad en el África de los Grandes Lagos, fórum que presentó en la Audiencia Nacional la querella a la que se refiere este artículo.