Hay algo en la mente y en el proyecto de los grandes globalistas que no entiendo en absoluto. Dicen estar muy preocupados por el futuro y el bien de la humanidad. Dicen querer construir un mundo sin nacionalismos ni guerras. Dicen que, mientras tanto, para defendernos de los malos hay que seguir incrementando los presupuestos de defensa. Dicen que hay que rescatar cuantas veces sea necesario a sus grandes bancos a fin de evitar una crisis sistémica que hundiría nuestra civilización. Dicen que la responsabilidad de proteger nos obliga a intervenir en un país tras otro para acabar con aquellos regímenes que oprimen a sus pueblos… Pero no parece importarles lo más mínimo aquello que en nuestro mundo produce incomparablemente más víctimas que ninguna otra causa: la miseria y el hambre. Las estadísticas nos dan las cifras de casi mil millones de personas gravemente desnutridas.
En contraste con esta realidad terrible, otros hechos y datos son demasiado contundentes. Estados Unidos, que lidera el Occidente “moralmente superior”, lleva invertidos hasta la fecha ¡decenas de billones de dólares! en el llamado rescate bancario: más de dieciséis billones solo entre el 1 de diciembre de 2007 y el 21 de Julio de 2010. Rescate que no ha hecho sino concentrar el poder económico y la capacidad de decisión cada vez más en unas pocas “familias”, así como también agrandar la brecha entre esta elite y el resto de los mortales. Pero Estados Unidos nunca dispone de los cincuenta mil millones de dólares con los que se erradicaría el hambre en el mundo.
Si, para entender lo que esto significa proporcionalmente, repartiésemos dichas cantidades entre los 365 días de un año, la Administración estadounidense habría dispuesto cada día aproximadamente de los cincuenta mil millones de dólares necesarios para acabar con el hambre en el mundo. Y todos y cada uno de esos 365 días habría dedicado su cuota diaria al rescate bancario, olvidándose absolutamente del hambre en el mundo. Este es el líder de Occidente. Un Occidente que, a su vez, lidera un sistema mundial que gasta anualmente ¡más de dos billones de dólares! en “defensa”, pero que tampoco dispone nunca de los cincuenta mil millones de dólares (¡cuarenta veces menos que ese gasto militar anual con el que dicen que hay que asegurar el bienestar de la humanidad!) con los que se erradicaría el hambre en el mundo. Y digo que Estados Unidos también es el líder en este ámbito porque en torno al 50% de ese gasto militar mundial le corresponde solo a él.
Esta aberración contradice de tal manera todas las proclamas mundialistas y filantrópicas de esta élite que seguramente no hay ningunas otras informaciones que los desenmascaren tan a las claras. Han llegado a justificar incluso linchamientos, como el de Muamar Gadafi. La propaganda de su medios es tan potente que aquel día quedé realmente atónito al ver que hasta una amiga, muy buena persona por cierto, exclamaba: “Por fin han acabado con él”. Unos años más tarde, otra persona me comentó un día que la pobre Hillary estaba muy deprimida tras su derrota electoral. “Sí -pensé-, la pobre ya no podrá volver a decir entre risas, tras conseguir el asesinato de un nuevo ‘déspota’: ‘Fuimos, vimos y él murió’. La pobre ya no podrá disfrutar de un nuevo linchamiento y una nueva sodomización con un cuchillo de grandes dimensiones”.
Tienen justificación para todo. Pero frente a la increíble mortandad masiva por hambre y miseria, están obsoletos los argumentos habituales (geoestratégicos, humanitarios, etc.) de esta élite. Así que parece que se ven obligados a recurrir a justificaciones tan espiritualistas e incluso esotéricas como aquella de que “la pobreza es cosa del karma”. Es la Nueva Era, financiada generosamente por ellos para neutralizar espiritualidades bien arraigadas en el incómodo y subversivo Evangelio del crucificado-resucitado.
Como en nuestro “maravilloso” Occidente de la “libertad”, la “democracia” y la “información” nunca se habla ni escribe sobre lo realmente importante, es casi imposible encontrar referencia alguna a esos 16,1 billones de dólares (trillones según el sistema estadounidense) a los que me he referido. Sorprendentemente ninguno de los expertos económicos que predican desde los grandes medios como si de un púlpito se tratase, parecen conocer la auditoría que la Oficina Gubernamental de Rendición de Cuentas (GAO) consiguió hacer a la Reserva Federal. Este informe del Tribunal de Cuentas se realizó gracias a una enmienda a la ley Dodd-Frank, que fue presentada por los senadores Ron Paul, Alan Grayson y Bernie Sanders en 2010. Según sus sorprendentes resultados, hechos públicos el 21 de julio del año 2010, la Reserva Federal inyectó calladamente, en tan solo dos años y medio, la increíble suma de 16,11 billones de dólares a unas decenas de grandes bancos, los mayores de los cuales son propiedad de las mismas “familias” que controlan la Reserva Federal.
Es decir, se autoconcedieron casi el doble de los presupuestos nacionales de ese mismo periodo de dos años y medio. Y si tuviésemos en consideración el estudio titulado “$29,000,000,000,000: A Detailed Look at the Fed’s Bailout by Funding Facility and Recipient” del Levy Economics Institute (en el que colaboran economistas como Joseph Stiglitz o Paul Krugman), hecho público en diciembre de 2011 y firmado por el investigador y profesor de economía de la Universidad de Missouri-Kansas City, James Felkerson, deberíamos estar hablando de casi el doble: la cantidad creada desde la nada para tal “rescate” sería de 29 billones de dólares. Este es el mundo de los realistas a los que tantas veces he visto sonreír condescendientemente desde que en mi juventud, al inicio de los años setenta, conocí la existencia del “utópico” mahatma Gandhi, quedé fascinado por la no violencia como poderoso instrumento de la “lucha” por la paz y me declaré el tercer objetor de conciencia al servicio militar (exceptuando los testigos de Jehová).
Pero tal realismo es especialmente doloroso cuando quienes viven en él se consideran a la vez cristianos. Este es el mundo frente al que la inmensa mayoría de cristianos no siente ninguna intolerancia. Sus leyes son en realidad las mismas con las que nos manejamos en nuestro pequeño ámbito cotidiano. Son contados los cristianos que he conocido conscientes de algo absolutamente fundamental en el Evangelio: no somos propietarios de nada sino tan solo unos administradores, que, ciertamente, tendremos que rendir cuentas. Un día le preguntaron a mahatma Gandhi sobre qué opinaba sobre la Civilización Occidental. Su respuesta fue esta: “Sería una buena idea”.