Los yemeníes quieren ser escuchados. Necesitan ser escuchados. Por tanto, he pedido a mis amigos yemeníes, hombres y mujeres, que expliquen sus historias para dar razón personal de sus experiencias de la guerra en Yemen, y que me envíen fotos que ilustren sus textos. Lo publicaré aquí en este sitio web, una por una. Espero que sus escritos tendrán impacto.
Layla M. Asda (26) está haciendo su maestría en Desarrollo Internacional y Género en la Universidad de Saná. Está dispuesta a llevar su país adelante. Pero está atascada en la guerra. Como millones de otros jóvenes yemeníes. En su texto da una explicación dolorosamente detallada de cómo la guerra afecta a ella y a su país. Y hace un llamamiento a las facciones en guerra para darse cuenta de que no hay ninguna razón para emprender guerras. Sólo crean destrucción, odio y deseo de venganza.
«¡Está lloviendo!» Me sentí feliz porque «la lluvia es lo que adoro», me dije a mí misma cuando oí el sonido de un trueno. Sí, resultó ser lluvia, pero otro tipo de lluvia: ¡Estaba lloviendo misiles!
Mi querido país está siendo atacado. Es la guerra y ha abierto las puertas de par en par a la miseria para nosotros. Mi país sale en las noticias, lo que no es prometedor ni alegre en absoluto, ya que no es debido a noticias de descubrimientos o invenciones, sino noticias de destrucción y sufrimiento. Es devastador verlo en las noticias, y todo lo que vemos son ruinas y muerte. En general, vemos y leemos noticias sobre guerras en otros lugares, pero escucharlo o leerlo es una cosa, vivirlo es una historia completamente diferente.
La guerra está matando toda cosa hermosa dentro de nosotros y dentro de nuestro país. Es desgarrador perder esa sensación de seguridad, de estar en constante preocupación por tus seres queridos, vivir el terror inacabable incluso llegando a perder el más mínimo sentido de la vida. La vida se ha convertido en una visión cruda para nosotros, algo sobre lo que fantaseamos. Y eso es lo que se siente cuando se está en guerra. El aire se desvanece y podemos escuchar nuestros corazones latiendo fuertemente cuando empieza el bombardeo, y nos preguntamos si ha llegado el momento de unirnos a las víctimas bajo los escombros. El aire desaparece ante la sola idea. Los niños tiemblan con mucho miedo diciéndonos que no quieren morir. Mi hermano pequeño Anas me dice que no quiere dormir porque está aterrado por el ruido de las bombas. Una vez me preguntó amargamente por qué su infancia está llena de guerra. Inocentemente me explicó que se supone que su infancia era para jugar no para tener miedo: «Quiero jugar con alegría, no con miedo», dijo.
Por desgracia, nuestra casa está situada cerca de una base de misiles (la zona FAJ Attan) que ha sido un objetivo. Lo que hemos visto es el infierno: durante los ataques aéreos, un olor a gas cubre toda la zona y casi nos sofoca. Es terrible, la muerte se cierne sobre nuestras cabezas.
Cuando una gran bomba estalló estábamos en casa, un sonido horrible hizo estremecer el edificio seguido por los sonidos de vidrio roto en todas partes. La presión me empujó sobre los vidrios rotos. No sabía dónde estaba mi madre. Empecé a gritar porque ella huyera conmigo, pero no hubo respuesta. La idea me golpeó por un momento, me quedé paralizada con un miedo horrible. ¿Qué pasa si mi madre está herida, Dios no lo quiera? Después de momentos de terror que parecían años, sentí sus sollozos en la otra habitación. Entonces supe que estaba bien. Fue el momento más feliz de mi vida.
Después tuvimos que huir de casa. Hace 83 días que nos fuimos de casa. La echo de menos, cada uno de sus rincones.
Por desgracia, no hay ningún lugar seguro, en ninguna parte. Nos trasladamos a casa de los abuelos, que también está cerca de muchos lugares que son blanco de los ataques. Cuando tocaron la casa del ex presidente, nos escapamos a la habitación que pensábamos que podría ser más segura. Después, otro misil impactó y otra vez nos escapamos hacia otra habitación. Y seguimos así hasta casi quedarnos fuera, en el patio, que también es muy peligroso. Pero lo hicimos de manera impulsiva, fue un momento en que la mente para el pensamiento y sólo aspira a huir, aunque ningún lugar es seguro.
Otros lugares fueron atacados en un día, un día de terror. Estaba dormida cuando de repente se produjo una gran explosión muy cerca de nosotros. Salté de mi cama, salí corriendo de la habitación, pero no vi nada, estaba completamente a oscuras aunque era por la mañana. No podía respirar y mis piernas no me podían llevar más y caí, entonces me desmayé.
A veces intentamos olvidar que estamos viviendo en una guerra y actuar normalmente. Intentamos recordar bellos momentos de nuestra vida de antes de la guerra y una oleada de nostalgia nos abruma con melancolía en nuestra vida. Recordamos situaciones divertidas para poder reír, pero detrás de cada risa hay un sentimiento de amargura y nuestros corazones nos hacen daño con un dolor que nos hunde en la desesperación. Esta guerra ha robado nuestra vida.
Miles de personas han sido asesinadas, son sólo números en las noticias que lees. Pero son almas para aquellos que perdieron a sus seres queridos. Numerosas personas han perdido sus puestos de trabajo y yo soy una de ellas. Los precios se han duplicado y muchas personas no pueden alimentar a sus hijos por más tiempo. Esto da la alerta de que el hambre está llamando a la puerta, si no ha entrado ya sin hacer ruido. De acuerdo con el informe de la ONU, casi 20 millones de personas (80% de la población) se enfrentan a la inanición. El bloqueo que se nos ha impuesto nos está matando. Casi todas las necesidades básicas son desatendidas: no hay electricidad, ni agua, ni gas, ni gasolina, ni diesel, por no hablar de la propagación de enfermedades. Alimentos, medicinas y suministros médicos están empezando a desaparecer del mercado y sólo será cuestión de semanas que no quede nada. Hay miles de desplazados internos, la ayuda es limitada, aunque hay iniciativas locales y fundaciones para proporcionar ayuda. Pero la necesidad es demasiado alta para poder ser atendida.
Otras provincias alejadas están mucho peor de lo que podríamos imaginar. En Saada, Adén y Taiz, por ejemplo, la situación es catastrófica, sobre todo por el conflicto interno. Es horrible que la ayuda no pueda llegar a estos lugares. Los hospitales han hecho un llamamiento porque no tienen suministros médicos. Los cadáveres son por todas partes. Miles, que tuvieron la suerte de poder salir, huyeron de sus casas. La muerte en mi país tiene muchas formas: los que no mueren del bombardeo de Arabia Saudita o del conflicto interno, morirán de hambre o enfermedades epidémicas como el dengue que ha comenzado su propagación.
No hay palabras que puedan expresar los sufrimientos y dolor que los yemeníes soportan.
Al comienzo de la guerra empecé a leer frenéticamente análisis político tratando de averiguar cuánto tiempo duraría esta guerra maldita, y aquí estamos; llevamos más de 100 días y aún no hay señales de un final. Sólo hay signos de desesperación y muerte que se agitan en el horizonte.
Estoy haciendo mi maestría en desarrollo internacional. Tuve sueños y muchos planes para mi país. Estaba ansiosa por participar en el desarrollo de mi país. Pero ahora, me pregunto, ¿cómo podemos pensar en el desarrollo cuando sólo hay destrucción?
Es una pesadilla que se niega a terminar. Me despierto cada mañana sólo para descubrir que esta pesadilla todavía me está atormentando. Cada día que pasa, me pregunto a mí misma, así como a las personas de mi alrededor, cuando se acabará esta guerra. Lo pido a la gente porque me gustaría que me dijeran que será pronto, incluso si es una mentira. Entonces viviría sosteniendome en la mentira dentro de mi corazón con un atisbo de esperanza que llegaría a ser real y la guerra se acabaría, y espero ser testigo de este momento de mi vida.
Me gustaría que todas las personas que provocaron esta guerra se dieran cuenta de que no hay ninguna razón para las guerras que libran. La guerra sólo genera odio y venganza, y promueve la destrucción de los seres humanos y los hogares. Maldecimos esta guerra un trillón de veces porque nos ha despojado de la alegría; se ha llevado nuestras almas y nos ha privado de la vida.
No sé cuánto tiempo seguiremos así. No estoy segura de cuánto tiempo será capaz la gente de soportar la carga de esta miseria. La paz es lo que necesitamos. Nuestras voces deben ser escuchadas. Los yemeníes quieren ver a su país prosperar con desarrollo, no con guerra. La guerra de hecho ha cambiado a los yemeníes, pero les ha enseñado cómo sobrevivir y no renunciar nunca a sus sueños.
Quiero vivir con seguridad en mi casa. Quiero que mis esperanzas y sueños de un futuro mejor vuelvan, y quiero que mis planes para mi país se puedan realizar. Sólo queremos vivir en paz. ¿Es pedir demasiado? ¡Merecemos vivir!